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Cuevas

Y Luego…

Por Alvargonzález; 28 de septiembre de 1996

L’otro día, una crítica de medios –muy prestigiada y curriculada– escribió que yo era muy bueno para la radio y pésimo para la tele. Me simpatiza que lo diga ahora que no me dedico al radio, y nunca lo haya escrito cuando lo hice. Malo o bueno para ello (te confieso que la paso de lo más bien haciendo la televisión en caída libre), ese medio me ha dado la oportunidad de conocer a seres superlativamente maravillosos (oigo la voz del maestro Valenzuela repitiéndome: “el adjetivo es como la vinagreta de la ensalada, y hay que usarlo poco”). Ni modo, el Betotas me parece un ser superlativo y maravillante.

Es montañista y buzo, y en serio ambas cosas. Más allá del marquetín publicitante de hazañas, él se dedica a lo suyo porque es su vocación: desafiar el frío peligro de la montaña, y la abisal soledad marina. No creas que esos quehaceres los realiza sin desafiar simultáneamente a las leyes de la gravedad ¡económica!, pues no se trata de alguien que cuente con financiamiento manirroto y respaldante. ¡Qué va! Lo suyo, combinar el panuestro con la vocación, es toda una obra de ingeniería; de mayúsculo ingenio. Andando la semana presentamos en pantalla las Islas Revillagigedo. En su entorno el mar alcanza una profundidad mayor a los dos mil metros. Yo, verlas sí, entrarle, no. ¿Qué? Las interioridades de la madre oceánica. En los videos de Betotas, el espectáculo es sobrecogedor, majestuoso. Tiburones, mantarrayas, delfines y morenas realizando sus coreografías, y las grietas submarinas por donde también respira el planeta, arrojando peñascos reverberantes. Pero de pronto, contemplando ese espectáculo, encontré semejanzas con la mareante visión de la Historia y el riesgo al sumergirse en ella mientras se advierte una armonía tan monumental como peligrosa. ¿Te acuerdas de aquello de que la naturaleza no da saltos? Un viejo axioma de los naturalistas afiliados al evolucionismo, pero viéndolo bien en historia también se puede decir eso, y así como la composición del lecho marino está relacionada con el mundo exterior, existe una vinculación entre lo que percibimos hoyendía y lo que ha quedado sumergido en el tiempo. Por ello mi intención de hablar de Cuevas. ¿No te da miedo bucear? A mí sí, incluso en la historia.

“El Porvenir de México”, ese el nombre de la obra cumbre de don Luis G. Cuevas. ¿Quién fue don Luis? Uno de los tres abajofirmantes del Tratado de Guadalupe Hidalgo; negociador contra la pared y quien luego de aquello de los Niños Héroes y Chapultepec, logró que se echara la línea –Border– más arriba de donde Mr. Trist quería. A Peña Peña, a Couto y a Cuevas les tocó dar la cara y negociar allí en la Villa de Guadalupe (¡ahora se llama Delegación Gustavo A. Madero, y se llamó Guadalupe-Hidalgo!, te digo) cuando los otros corrieron. Los ‘Santánicos’ & Co. Fue don Luis un individuo congruente, lo cual es una rara virtud en un mundo en donde los acomodaticios somos legión. Pero de su libro, es de lo que quiero contarte algo. Está escrito en un español muy elegante, y en él, más que proyectar un México futurible; posible. ¿Cómo? Quizá viendo las causas de un México que pudo o debió ser, y que no es. Y en base a eso ¡desandar caminos que no nos han correspondido!

Te contaba algo sobre el Betotas: que es montañista y buzo. Sin ser yo ninguna de ambas cosas creo que en la montaña o en el océano, en caso de emergencia, hay que tratar de volver al punto de partida, pues seguir tirando pa’lante no es sino multiplicar riesgo y emergencia. Recobrar la ruta original.

Por eso me cautiva la improbable obra de don Luis Cuevas, “El Porvenir de México”; cinco libros en los que habla de Iturbide Libertador, Iturbide Gobernante y Proscrito (¿se puede ya hablar de él?), La Presidencia de Victoria, El Ministerio Alamán-Facio y La Administración de Gómez Farías, en 1833. Allá por el 860, añadió unos apéndices que igual de cautivantes son.

Al Iturbide, consumador de la Independencia el 27 de septiembre de 1821, lo admira; al gobernante lo juzga con dureza. Afirma que la capacidad conciliadora de Iturbide (Arámburu su segundo apellido por si te interesa), le permitió cerrar un proceso que había comenzado a desangrar al país once años atrás, y desde el 810. Así, desde la óptica de Cuevas, el Plan de Iguala –que inaugura un ansia planificadora nacional e incesante–, es una obra maestra de convocatoria que pone fin a la ¡incertidumbre! que campeaba en la suavepatria. ¿Incertidumbre sólo entonces? Momentáneamente el Plan de las Tres Garantías –simbología inicial reflejada en la bandera tricolor–, le dio armonía a un territorio fracturado. Pero el Iturbide gobernante no supo manejar una dualidad política muy sutil; un gobierno fuerte es acusado de tender al despotismo y a la tiranía; un gobierno débil no funciona. Su debilidad como gobernante lo tiró del trono. ¿México imperio? ¿Tener una estatura mayor que la mínima? “…Los pueblos no hacen todo lo que deben porque no se atreven a todo lo que pueden…”, dice textual Cuevas. Me marea asomarme a esa profunda frase y todo porque la Historia hasta hoy sigue siendo la misma: sólo hay dos tipos de naciones, unas imperadas y otras imperantes. ¿A cuáles pertenece la nuestra?

“La propensión a la prodigalidad no es buen elemento para la administración; el ardor con que se pretenden los empleos y la prodigalidad con que se proveen generalmente, no dan garantía alguna de buenos servicios (públicos)…; la pasión de censurarlo todo y de no distinguir ni juzgar con rectitud (a) los gobiernos y (a) los hombres públicos, han venido a producir tal confusión que no se sabe otra cosa sino que la última administración es la peor, y que cualquier cambio, aunque exponga la nacionalidad del país es preferible al actual orden de cosas…”. Mira que para estar escrito en 1860 no suena tan mal. ¿Otro párrafo? “…quisieron pasar prontamente de un extremo al otro; tuvieron ansia de ver establecido prontamente lo que no puede ser sino obra de la experiencia y de las costumbres públicas…”. ¿No te suena a TLC?

La amplitud de miras en Cuevas le permite entrar en el fondo de la cuestión. A la anarquía que le tocó presenciar –siglo XIX–, no le da por causa principal ni el que la independencia haya sido prematura (lo que él niega), ni la forma republicana estrenada apenas independientes; ni el federalismo que no se acaba de descifrar en forma funcional más allá del D.F., ni la indolencia de los hombres de bien, ni la mala voluntad disfrazada por amor a la patria por otros, ni los partidos, sino ¡darnos la espalda a nosotros mismos! “Hemos vivido aspirando a lo que no podíamos ser, y avergonzándonos de nuestra propia felicidad porque no era de origen extraño… queremos ser todo… sin ser mexicanos”. Pero eso, afortunadamente, fue una evaluación hecha en 1860. ¡Uf!

Es como lo decía mi multicitado maestro Valenzuela y en términos humanos. Al llegar la independencia ya teníamos un carácter; una personalidad. Lo peor que puede hacer un adulto en la búsqueda de la felicidad, es estacionarse en la recriminación hacia quienes le engendraron; bien o mal, pero lo engendraron. Hay que asumir con madura gratitud lo que se nos instaló en el momento de la hechura genética y lo que se nos dijo para alcanzar la adultez. ¿Qué tal vez no fue ni lo mejor ni lo más correcto? Estacionarse en la recriminación es renunciar a crecer. Justo comenzando la vida republicana, magníficamente se convenció la mente nacional de que “estábamos en un atraso lamentable y que así nada bueno se podía esperar de nosotros mismos –dice Cuevas–; Los Estados Unidos nos darían la democracia y la forma de gobierno, la Inglaterra las garantías personales y la libertad civil, y la Francia sus novedades y revoluciones”. Pero, y ¿este idioma en que hablamos? Tampoco sirve… ¿O sí?

¿Sabes que leyendo a Cuevas entiendo por qué nadie que se apellide González puede aportar nada para que la suavepatria se suavice? Por lo pronto y como dice Yupanqui: “no lo nombres que’s pecado, y no comentes sus trinos…”. Se llamó Iturbide y a su Plan no lo dejaron funcionar. No nos convenía ser ¡Imperio! Tampoco a otros… Si sabes cómo se consigue una beca en Harvard, me avisas.

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