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Destiempo

Y Luego…

Por Alvargonzález; 19 de octubre de 1996

A donde vaya, México no va a llegar a tiempo. Saber a dónde va la suavepatria es labor titánica que corresponde hacer a sesudos analistas, revisores de discursos, manejadores de información confidencial y de cientomil chismes palaciegos. Advertir que no va a llegar a tiempo, es simple deducción, fruto del sentido común. ¿Eres puntual? Eso parece no ir con nuestra raza. ¿O sí?

En alguna ocasión y disfrutando de la hospitalidad de la monstrua capitalina, me tocó quedar varado en la congestionada calle de Bucareli. La manifestación en turno me atrapó en ese significativo lugar en donde radica la Gobernación nacional, y en donde hay un reloj público y raramente conmemorativo pues está dedicado a la consumación de la independencia en 1821. Yo no sabía eso, pero en esa tarde de parálisis vial tuve tiempo de leer la inscripción al pie del reloj, además de percibir un hecho profundamente horario. Así en un momento dado se escucharon las campanadas –en tono imitante del Big Ben londino de un carrillón instalado en la Latinoamericana copia mexicana y chaparra del Empire State neoyorkino– marcando la hora. Al cotejar las campanadas con las manecillas del reloj de Bucareli y casualmente escuchar lo mismo –la hora– en el radio me di cuenta que por diferenciales de minutos se me daba la oportunidad de elegir ¡la hora exacta! Eso, a unos metros de la Secretaría de Gobernación, me hizo pensar en lo que hoy te cuento: a donde vayamos, dudo que lleguemos a tiempo. Insisto, ¿eres puntual?

Un minuto más o un minuto menos da lo mismo. Pero empieza a sumar los minutos individuales y los multiplicas por la colectividad y la resultante es como las viejas redes de distribución de agua en la ciudad: fugas mínimas que resultan caudales monumentales de desperdicio. Fugas de un capital inapreciable y que se llama “tiempo”. ¿Me das tu hora? Y lo digo así, “tu”, porque en este país pareciera que ca’quien tuviera su propia ¡hora exacta!

Tuve la suerte de conocer hace años a una funcionaria con nombre entre simpático y único; se llamaba Florunda (no Florinda sino Florunda). Su complejidad personal le hacía sentirse bien teniéndote horas en la antesala y después de haberte citado para tal hora. Al paso de citas y de horas descubrí eso que te digo: le fortificaba su estructura de ‘power ranger’ (“ranchero poderoso”, creo que es la traducción más acercada para esos horripilantes juguetes), estructura muy característica de funcionarios anti funcionales. Y como dice la canción “…así pasaron muchas, muchas horas”, hasta que un buen día percibí que la funcionaria estaba cometiendo un intento de asesinato contra mi indefensa persona. ¿Sabías que quien te quita el tiempo, te está quitando un trozo de vida; es decir te está matando un poquito? ¿Es otra cosa la vida que una fracción de tiempo que tenemos que emplear de la mejor manera? Evito decirte que cuando le notifiqué a Florunda la cantidad sumada de tiempo que me había sustraído –por su impostada impuntualidad disfrazada de frenesí laboral–, fue la última ocasión en que disfruté de su sonrisa tipo rictus ‘power ranger’. Creo que debo ya escribir un manual acerca de cómo perder empleos… ¿Tendría demanda? Si sabes algo de marquetín, me dices.

Imagínate lo que sería la navegación internacional si cada piloto trajera su personal hora exacta –barcos, aviones, lo mismo da–. Caos. O el tráfico tan mágico como doloso y dolorosamente financiero, si cada bolsa de valores tuviera –minuto más o minuto menos– su propio relojito con horexacta. Por eso existe el patrón horario internacional referido a Greenwich y conocido como GMT (Greenwich meridian time) o UTC (siglas en inglés para el Tiempo Universal Coordinado). No he conocido museo más concretamente abstracto –tal cual– como el que está allí montado en la loma de ese pueblo conurbado a Londres y llamado Greenwich, y porque está íntegramente dedicado a esa fluyente abstracción que es el tiempo y a la necesidad multi milenaria del ser humano de percibirlo con toda precisión en su fugacidad. Primero, relojes de sol, y al paso de los siglos mecanismos insospechados: clepsidras, o depósitos de agua que al irse vaciando permitían marcar muy inexactamente el correr de minutos; luego el invento alemán de la fuga aplicada a la muelle de acero, que al liberar gradualmente la fuerza de la cuerda, movía las manecillas. ¿Recuerdas los relojes de cuerda? ¿Y cuando aparecieron los primeros de cuarzo, que era preciso ir a lo oscurito para que una lucecilla rojiza mostrara los números?

Y mira hoyendía relojes, relojes y más relojes de todos precios, y la impuntualidad sigue en posesión del espíritu nacional. ¡Estamos posesos por ella! Vamos hacia el futuro, pero a tiempo no vamos a llegar. ¿O sí?

Los relojes atómicos del marcapasos de nuestra historia contemporánea –léase USA–, transmiten incesantemente el UTC, y a ellos hay que ajustarse. Imagínate lo aburrido que sería un país en donde los camiones salieran, pasaran y llegaran a tiempo; en donde los trenes caminaran igual. En donde la urbanidad (arte de convivir en la urbe) implicara que no nos quitáramos unos a otros trozos de vida. Sería demasiado aburrido, y los mexicanos no nacimos para el aburrimiento.

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3 comentarios en «Destiempo»

  1. La vida tiene muchos relojes biológicos en cada célula, cada átomo es un reloj, cada astro es un relol. El tiempo es un regalo; pero para contentar a neuróticos, y traumados se les dice que el tiempo no existe.

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