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Don Joaquín

Y Luego…

Por Alvargonzález; 18 de mayo de 1996

Lo que de ella queda allí está, frente al costado Norte del Parque de la Revolución (ahora Parque Revolución, con el nombre enjutado y su extensión reducida, simbolizando tal vez la gesta a la que rinde homenaje el parque, y que ha cambiado de dimensión histórica con su enorme complejidad). Se llamó La Casa Hering.

La fachada bien tapiada, como muchas otras casas o edificaciones en el centro de gravedad urbana, que no urbano. Eso es: grave está el llamado “centro” donde todo se vende –nadie compra– o se renta –nadie renta–, y con su historicidad mínima; gravemente olvidado y devaluado. Ya el fundo urbano no gravita en torno a él. ¿Centro histórico? De grave gravedad, sí. Allí está lo que queda de la Casa Hering.

Otro día te cuento de dónde eso de centristórico, que no es sino mote traspuesto de la Mesa Central. Pero ese es asunto aparte.

La tal Hering, fue casa e industria de alemanes llegados al Valle de Atemajac en el siglo anterior. ¿De dónde? Lo ignoro. ¿Cuándo? Tampoco lo sé. Lo que sí me consta es que la tal casa, y a la vieja usanza, fue casa habitación de una familia germánica y asiento adjunto de una próspera industria familiar. Acería, fundición y fábrica, en esa territorialidad urbana cuando el lugar que ocupa el parque era la Cárcel de Escobedo.

A don Joaquín lo conocí por mi padre, su médico. Viejo célebre, metalmecánico prodigioso. Nunca en mis conversas con él averigüé si era tornero por vocación o músico o mago, por lo mismo. En él convivían vocaciones múltiples. Con sus bigotes a la káiser desafiaba la moda a sus 80 años cumplidos y vividos entre los siglos 19 y 20. Nació en Villa del Carbón y fue compañero de escuela de Fidel Velázquez. ¿Qué no tiene mucho que ver Fidel con la hechura del México post-revolucionario? Mientras al joven Fidel le dio por ser lechero, a don Joaquín, por la música, y antes que crujiera el 910. Llegado el momento se unió don Joaquín a las tropas de Zapata, pero con su clarinete (venid investigadores e investigad, con beca claro, la música que le gustaba al caudillo suriano), porque a Emiliano no sólo le gustaban la tierra y la libertad, sino los saraos de entretiempo; o entre balaceras. Por cierto, don Joaquín Reza no tenía un concepto idolátrico de Zapata, sino más bien fiero, pero ya ves, los músicos a veces no interpretan bien la Historia. Él lo recordaba con sus ojos enrojecidos por noches de fandango, buen bailador y de reconocida fama como jineteador de potrancas. ¿Santos los revolucionarios? Si buscas santos aléjate de la Historia…

Don Joaquín, antes de caer en Guadalajara, estuvo trabajando en la Fábrica Nacional de Armas. Nunca supe cómo aprendió a tocar clarinete y a maniobrar los pasos del torno mecánico, pero tenía tanta destreza que lo mismo era prestidigitador o mago o tornero o músico, quién sabe en qué orden vocacional. A sus ochenta bien cumplidos, insisto, manejaba con toda precisión los pasos trigonométricos del torno y el complejo árbol de poleas de su primitivo taller a donde nunca llegó la computadora.

Quizá también con frivolidad mecánica, aseguraba que Carranza cerró la fábrica Nacional de Armas “pa que siguiera la revo con puras armas de importación…”. ¡Hasta eso había que pagar a fin de que siguiera el encuentro de mexicanos contra mexicanos! Buen negocio. ¿Para quién? ¡Venid investigadores y revisen las facturas (previa beca, claro)!

Cuando llegó a la ciudad, don Joaquín entró a trabajar a la Casa Hering. Quién sabe por qué durante la Primera Gran Guerra, a los germano-mexicanos los dejaron seguir trabajando; no así durante la Segunda, lo cual impulsó algunas fortunas tapatías (acudid de nuevo, investigadores, y cuéntenme de eso. ¿Pistas? Oigan radio…).

La Casa Hering fabricaba molinos poblanos. ¿Qué? Sí, para que en pueblos y villas se molieran nixtamal y pasturas. A don Joaquín, entonces joven, se le ocurrió una innovación que presentó a los fabricantes. Respetuosamente el Sr. Hering le dijo: “si no se descomponen ¿qué ganamos después de vendidos?”. Te digo, el vivalismo no tiene bandera.

Allí está la que fuera entrada a una casa-factoría. Tapiada e indefensa, pues los sincasa que pululan en el centro urbano han horadado pasadizos y en ella se dan cobijo. Allí, una buena madrugada del 923, el general Estrada llevó a poner bajo resguardo del Consulado Alemán –también era eso– a sus hijas y antes de marchar a la Batalla de Ocotlán y salir derrotado por los cañonazos de cincuenta mil pesos que acertadamente dio el brazo obregonista a fin de seguir ganando la Revolución, esa que fue tan mayúscula destructivamente y ¿minúscula en sus beneficios? Que los investigadores nos lo digan que para eso tienen becas.

Lo último que ocupó la Casa Hering fue el “Polo Norte” nevero, que tuvo su auge y su caducidad. Recuerdo que allí tertuliaba el Lic. Víctores Prieto, aquel que condenara a muerte a Felipe Ángeles y como parte de esa gesta que fue tantas que cuesta trabajo encuadrarlas a todas bajo el nombre ahora tan desusado de La Revolución.

Parque del mismo nombre; avenida del Federalismo. Allí una planta industrial donde trabajó don Joaquín Reza, muchos años antes de que el centro urbano pasara a ser centro de gravedad; muestra de que gravitamos en una posmodernidad llena de amnesia histórica. El centro se le olvidó a la ciudad y su estado es lamentable.

Don Joaquín me enseñó a tornear, algunos trucos de magia –ambas cosas no las he practicado– y no poco de su historia. Si no practico contártela, capaz que se me olvida…

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2 comentarios en «Don Joaquín»

  1. Interesante: recordar que la historia son muchas historias, la función compleja de los cañonazos de $50000.00 ; sin ésta estrategia la revolución Mx no hubiera sido posible. El negocio de las armas el más rentable de todos (según Alvar). Supuestamente la historia (s) debe ser útil para no repetir las tonterías del pasado, ¿como? ¿realmente podemos aplicar lo que nos enseña Alvar y sus seguidores?

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