Por Alvargonzález; 30 de mayo del 2002
Un buen día, mi maestro de química, el Padre Herrera, iba caminando y al reconocerlo la mamá de un compañero detuvo el auto y le preguntó “¿Quiere que lo lleve?”. A la pregunta y ofrecimiento el Padre respondió: “Señora ¿me podría dejar en libertad…?”. Después de un “¡sí!”, la amable y respetuosa señora se fue y lo dejó allí. Cosas de la ambigüedad del lenguaje: la señora lo dejó en plena libertad y el Padre pretendía pedirle que le llevara justo a esa calle –Libertad–, en donde tenían su casa los maestros del Instituto.
Libertad, abstracto nombre para calle que en uno de sus tramos es bastante guapa; lucidora. Pero, ya lo hemos hablado, con esa horrible tendencia que tenemos a pensar que todo siempre ha sido así, los nombres anteriores de la calle resuenan extraterrestres: Calle de las Delicias y del Tequesquite. Para Don Manuel sí que debe haber sido aquella la calle de sus delicias… que luego se le hicieron tan saladas como el mismo tequesquite.
Allí la bien conocida y multifuncional Casa de los Abanicos. Digo eso de multifuncional, porque luego de ser casa habitación, fue transformándose en colegio –el San José, de los jesuitas, en 1923–, en universidad –el ITESO por allí pasó–, hasta convertirse en el Club que ahora es.
Imagina por favor la compacta Guadalajara de comienzos del siglo XX. Aquella casa, cuya construcción ahora le atribuyen al Arq. De Alba (mis dudas tengo) estaba extramuros de la ciudad. Eran lejanías en donde la mandó edificar don Guillermo B. Jovey, quien poco la gozó, pues para 1907 ya se la había vendido a don Manuel Cuesta Gallardo. Sí, don Manuel dueño con su hermano de la rica hacienda de Atequiza, muy allegado y estimado por don Porfirio, a tal punto que sería el último y desventurado gobernador porfirista de Jalisco. Don Manuel era alérgico al matrimonio, pero no a la buena compañía, y para su buena compañera doña Victoria López, compró la nada chica casa ornada con los abanicos de hierro que desde Francia llegaron para esplendor de la mansión.
Los vientos cambiaron –constante en la meteorología política–, y el vendaval afectó a los hermanos. La guardia de Palacio disparó contra las multitudes que festejaban la renuncia de Díaz (mayo 1911); la orden la dio don Manuel y no tuvo más alternativa que renunciar a la gubernatura. Villa llegó a Guadalajara y exigió un préstamo al hermano de don Manuel –“te cambio papelitos por oro”–, y él respondió que no era su costumbre hacer préstamos a bandidos. Allí mismo Villa le dio de balazos… El abanico de La Historia comenzaba a producir vientos diferentes y la fortuna de los Cuesta empezó a convertirse en infortunio mayúsculo. La bonanza de otros tiempos devino en estrechez. Doña Victoria vendió la casa –nunca he podido averiguar quién la compró–, y cuentan que le entregó al ex gobernador el dinero de la transacción. ¿Sería? Lo que haya sido, la declinación vital de don Manuel Cuesta se encuentra envuelta en el misterio. Algunos dicen que se fue a la capital y que allá murió luego de una secuela de trastornos mentales. Ve tú a saber… Como haya sido, la rueda de la fortuna le abanicó a él.
Todavía en las crónicas de la primera década del siglo pasado se encuentran aquellos versos entre bobalicones y lisonjeros al entonces encumbrado personaje: “¿Quién es aquel? Manuel/ ¿El que no apesta? Cuesta/ ¿El que huele a Nardo? Gallardo…”. Los vientos cambiaron, pero los abanicos y la casa allí siguen.
Gracias a los que SIGUEN HACIENDO POSIBLE EL ECO DE LAS ANDANCIAS CON EL VALLERO, efectivamente, no había visto este escrito, si bien ya había salido otro escrito respecto a esta casa, tan lujosa, que si conozco por dentro y parece que no estoy en Guadalajara (la de México), sino que pareciera que estoy en Inglaterra o Francia, pero si vuelvo a la realidad al ver a los demás inquilinos, je, je, es un alivio saber que los vientos cambian y ojalá esos abanicos maravillosos que Álvar nos cuenta, algún día sean a la vista en la puerta de tan hermosa casa pero más aún maravillosa «historia».
Para mantener un ejército y que esté armado se requiere de mucho dinero, más que una actividad empresarial local. P. Villa si obtuvo dinero de los empresarios de Nuevo León, pero principalmente lo financiaron de empresas de USA, en concreto de industrias cinematográficas, de prensa, y tal vez de la misma de armamentos. Ver los rollos perdidos de Pancho Villa en You tube.