Saltar al contenido

Guajolotismo

Y Luego…

Por Alvargonzález; 25 de diciembre de 1997

¿Oíste hablar alguna vez del Rosa­rio de Amozoc? Tal vez ni siquiera ha­yas oído hablar del Rosario –sin añadidos–, costumbre orante que paradójicamente fue introducida en Europa por los Cruzados (jijos de la intoleran­cia) que la asumieran de los musulmanes a quienes fueron a derrotar a domicilio y en la llamada Tierra Santa. Palabras, cos­tumbres, decires, todo sometido a la in­fluencia cambiante del tiempo. ¿Oíste hablar alguna vez de las espuelas de Amozoc? Lo mismo: el tiempo se llevó la era de la caballería (y ¿de los caba­lleros?) cuando en este antes más ex­tenso territorio nacional, todo hombre de buen caballo debía tener espuelas de Amozoc.

Sucede que en ese pueblo de Pue­bla, tal cual, la metalurgia caballeresca alcanzó un grado notable de manufac­tura. Las espuelas tintineaban alegremente gracias a la técnica de repujado de plata en el hierro, que se elaboraba preciosamente en esa población del ahora Estado de Puebla, Y Amozoc, como todo pueblo, tenía su santo patrón –cuyo nombre se me escapa– y sus fiestas regocijantes y anuales, Y Amozoc, como todo pueblo, tenía sus rivali­dades barriales que se crispaban con motivo de las anuales fiestas. Todo un honor que en el barrio alguien lograra la mayordomía organizadora de las festi­vidades, y a la puja por lograrla, allá en Amozoc se sumaba la rivalidad del ofi­cio.

Siglo XVIII corriendo, y una lídera (tal cual) encabezando al barrio y a los del marro cincelante por lograr la organización de las fiestas patronales. Ella pasó a las crónicas sin su nombre y tan sólo con su apodo –ve tú a saber qué tan respetable o qué tan expresivo y descriptivo–: La Culata le llamaban, y razones de época y pueblerinas deben haber tenido para denominarla así.

Cualquiera que haya vivido por dentro los preámbulos de las fiestas patronales y poblanas –poblanas de pueblo que no del Estado de Puebla–, te dará cuenta de lo apasionante que es el tirafloja para lograr tan alto honor de la mayordomía. Gasto y esfuerzo no se escatiman para “vencer” contrincantes en la promesa de celebrar con fasto monumental las festividades. La mala noticia de aquel siglo en el que vivió en Amozoc la pujante Culata, es que resultó derrotada con su barrio y gremio en el intento de asumir la organización de las festividades patronales. Terrible noticia que le sumió en la ignominia con todos los suyos, y perdón que te lo diga pero a veces las fiestas dejan un saborcillo a frustra bastante in-explicable. A eso le supieron las fiestas del santo patrono a la lídera (de nuevo, tal cual) y a sus seguidores o secuaces más o menos bienintencionados.

Tiempos aquellos cuando las divinidades sólo entendían latín; tiempos que duraron hasta los sesentas y el Concilio, que acabaron con la misteriosidad de la latiniparla litúrgica. Ese es cuento aparte, pero una mezcla de latín y alcohol acabaron con la fiesta y la hicieron zafarrancho memorable. Te aseguro que durante más de cien años en esta suavepatria se repitió por todos sus confines una frase expresiva: “Aquello acabó como el Rosario de Amozoc”, y con ello se significaba que algo que comenzó bien, terminó en tono de ¡soplas y resoplas! Sucede que en aquellos tiempos (no había misas por la tarde) la ceremonia principal de culminación festiva era el Rosario de Punción, y antes de proceder a la verbena; y sucede que, el rezo culminaba en las letanías ¡en latín! Letanías de la Virgen que enfilaban por el rumbo de ‘Mater Amabilis’ (amable), ‘Mater Admirabilis’ (admirable) y… al oírse el ‘Mater Inmaculata’ (inmaculada), un encandilado etílico escuchó claramente la ordenanza de “¡Maten a la Culata!”, y allí se inició todo: en defensa de la lídera (recontra tal cual) empezó a correr la sangre en el templo parroquial de Amozoc. Terminó, literal y exactamente ¡como el Rosario de Amozoc!, hecho que en los tiempos corrientes hubiera llenado pantallas y páginas a raudales con su sangre templaria, profanante y derramada.

Por cierto ¿cómo te fue de cena? ¿No concluyó como “El Rosario de Amozoc”? Es que eso de las cenas familiares, guajoloteras cenas navideñas se presta maravillosamente bien para…

Cuando conocí España, era un país hecho… para los extranjeros (creo que es una meta que nos hemos fijado federachamente aquí, pero esa es harina de otro pastel). El Generalísimo de in-feliz memoria (ca’quien con su memoria le juzga) había establecido un reglamento –perduraba en los incipientes setentas– que señalaba que si se reunían en una casa más de cinco “gentes” (retecontra tal cual) es preciso solicitar autorización a la comisaria. Ignoro si el temor era político y si era con el fin de prevenir las hermosas “reuniones familiares”, esas que al surgir el “¿tiacuerdas?”, empiezan a desbarrancar. Reuniones que con guajolote de por medio se registran bajo el epígrafe de “Noche de Amor” y que resultan ser un disfraz para el amor ¡propio! al grito de sálvese-quien-pueda, pues no falta la nuera detestada por la madre política; ni sobra el que después de varios buches de agave adulterado empieza a cantar verdades, olvidando la excelsa máxima de Gerald Geraldson, aquella de “oh, bendita y egregia dama Hipocresía, que nos permites convivir a los seres humanos”. ¿Gerald Geraldson? El muy hipócrita se cambió el nombre por otro de más marquetín, y más de uno lo conoce como Erasmo de Rotterdam, pero el mismísimo es, renacentista y quesque humanista.

¿Disfrutaste la guajolotera cena? Espero que el guajolotón no haya sido tan grande como para que andando marzo del 98 todavía andes gozando del recalentado, y espero que el recalentado de los recuerdos familiares enmarcados profusamente en el “¿tiacuerdas?”, no perviva muchas horas. Porque, así lo han investigado Obviólogos becarios del Colegio de Altos Estudios de lo Obvio de Tajimaroa, no pocas cenas acaban como el mismísimo y olvidado Rosario de Amozoc, y más en estas ciudades tan desnudas que han dejado de ser pueblos con conciencia de identidad. ¿Matarían a La Culata? La crónica no lo menciona, pero te incita invitantemente a que veas el saldo rojo de la buena nochebuena por tu canal favorito, o incluso en las páginas especializadas del periódico que –me consta– tienes frente a ti. ¿Noche de Paz? Yo me acabo de poner una camiseta que en mi doble pechuga guajolotera tiene unas letras: “sobreviví la cena…”. Qué bueno que tú también. ¿Crees que se debería hacer un reglamento específico, tipo Franco, para normar las reuniones familiares? Si sí, busca a tu diputado y pregúntale qué opina su familia de él…

Comparte si te ha gustado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.