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In memoriam

Y Luego…

Por Alvargonzález; 13 de junio de 1996

Claro que lo entiendes. Saber algunos barruntos de él, otorga cierta pincelada culterana. ¿‘In memoriam’? ¿En recuerdo de qué o de quién? Te antici­po; de un amigo y porque él me llevó a conocer a una vieja amiga de la que me enamoré profundamente con toda su vetustez. ‘In memoriam’ de ambos.

Ella ya tiene sus bien cumplidos dos mil años y sigue discretamente viva; latente y presente aún en este siglo 20 tan único y en el que nos tocó vivir. Tal vez por eso digamos que es único, por comodidad y ahorro de esfuerzo comparativo que nos permitiría descubrir que todos los siglos han tenido su propio y heroico grado de di­ficultad. Pero ella viva sigue; y mucho.

A él lo conocí cuando aún tenía mi sesera fresca, en esa edad en la que los conocimientos quedan tramados en el ‘de profundis’ cerebral. Pero en ese tiempo adolescente no existe la capaci­dad de valorar a seres como Javier –que apenas ayer me enteré que hace un mes transitó a la región del silencio misterioso–, que en su forma y manera trataba de transmitir lo que sabía; mucho. Pero igual suele pasar que la dan­za de los calendarios –perspectiva– permita apreciar lo magnifico que fue lo aparentemente absurdo. Gracias a Javier Gómez Robledo y –sobre todo– a Luis Sánchez Villaseñor (aún vital) por su gratuita culta latiniparla. Tal cual: por ellos conocí y me adentré en esa lengua que tiene dos mil años de seguir viva. ¿‘Lingua morta’? Verás, si sigues las líneas, su viveza.

¡‘Latinitas vivit’! Y tanto que ese músculo colectivo enclaustrado en el capítulo de las “Lenguas muertas”, si­gue siendo un elemento sustancial en la flexibilidad del lenguaje, ocupado de atrapar lo novedoso… con muy viejas palabras.

Mira, en filología existe un manda­miento rotundo: a lo nuevo hay que denominarlo con palabras muy usadas. Eso tiene su fundamento lógico, pues de otra forma la novedad quedaría fuera de las posibilidades de comprensión. Te voy a plantear tres ejemplos siglo­veintescos y gravitacionales de la era en que vivimos; científicos, claro. Al ocu­rrir el develamiento de la energía atómica –que siempre estuvo allí sin ser percibida–, los esposos Curie añadieron a la tabla de elementos periódicos uno: el ‘Radium’. ¿‘Radium’? Vinculación física de una masa central con su periferia circunstancial, y con el doble sentido latino-romano de “rayo”. Luego cuando Max Planck se adentra en ese universo de los rayos misteriosamente atómicos, en la explicación física de la materia poseedora de energía, su planteamiento esencial radica en una pregunta muy simple, de respuesta muy compleja: ¿cuánto? ¿Cuánta cantidad de energía reside e impulsa en equilibrio atómico? ¿‘Quantum’! Así la pregunta latina, se convierte en el punto de arranque de la física quántica. El tercer caso compete al micro gigantesco –tal cual– revolucionario de las telecomunicaciones e inyector de ruidos insospechados en este selvático siglo. Desde la tercera declinación latina –nominativo terminado en ‘or’ y genitivo en ‘oris’–, asaltó nuestra vida contemporánea al ¡transistor!, permitiendo transitar los electrones.

‘Latínitas vívit’, y ahora he puesto acentos en una lengua que no los tenía ortográficos. Un grado más de dificultad en su aprendizaje, con su concordancia, con sus cinco declinaciones –nominativo, acusativo, genitivo, ablativo y dativo (gracias de nuevo a Luis y a Javier por su empeño en que aprendiera yo)–, que con sutilezas en la terminación de las palabras sustituye el uso de artículos gramaticales.

Por cierto ¿cómo te suena eso de América Latina? A mí, a uno de tantos absurdos, fruto de la publicidad histórica; propaganda bien orquestada y con intenciones notables y demoledoras. Sucede que andando el 19, a Napoleón el pequeño –no el Corso, sino a su caricatura genética y coronada–, por razones bélicas y expansionistas se le ocurrió diferenciar la América Anglosajona hija de Albión, de la América fundamentada por España. El bautizaje de la mayor porción continental se facilitó debido a que ella oraba a sus divinidades precisamente en latín, que entendían los menos y repetían los más. Así el tan sobado Latinoamérica se quedó como remoquete de segunda clase y actuando a favor de una amnesia conveniente por una Europa que trataba de borrar todo vestigio de hispanidad dentro del proceso inacabable de la reconstrucción de imperios. Francia fracasó en su proyecto imperial del 19, Inglaterra no, y en todo caso nadie nunca habla de una Europa Latina –que sí existió literal y geográficamente–, formada desde el epicentro de la Roma capitolina y conquistante. ¿América Latina? ¿Los latinos? Etiquetas de segunda clase que llevamos con ignorante satisfacción.

Pero te estaba contando de Javiercito –así le decíamos cariñosamente–, y mis recuerdos de su ahora difunta persona. Disertaba sobre las lenguas romances: “fueron nueve, y una de ellas este español surgido en la árida meseta castellana; pero el dálmata ya desapareció y ni esos perros pintados la entienden”, decía con su inocente sentido del humor. Pero ¿y la nuestra, tan sin raíces, podrá servirnos para descifrar el futuro? Antes, ¿te acuerdas?, se intentaba dar un barrunto de raigambre con aquello de etimologías grecolatinas, materia igual de maltratada que otras en tantas prepas. ¿Ahora? Nomás te advierto que el lenguaje es vegetal: sin raíces se seca o se sustituye por la plastificación. Eso es: parte del arrancamiento de raíces, envuelto incluso en ese apodo de “América Latina”, significa o se traduce en la convicción que tenemos de que nuestra lengua romance es de segunda y sólo útil para el Tercer Mundo del que nunca podremos salir sin la ayuda de la lengua.

“Ex pluribus leges corruptisima res publica”. Insisto, te aprendes una frase, la sueltas, y eso te da aires de cultura. Pero más allá de las frases rimbombantes, un hecho irrefutable: el latín es parte de nuestra memoria genética y de nuestra hechura histórica. A ver si esa frase de Justiniano, quien se propuso con su “Digesta” digerir el enorme cúmulo de leyes surgidas en torno al Derecho básico y romano; a ver si te resulta comprensible: “la multitud de leyes no hacen otra cosa que reflejar la corrupción de la administración pública” (sic). ¡Otro latinajo! ¿Lengua muerta que dice cosas vivas? ‘Lege et dice’…

“Testis temporum, lux veritatis, magistra vitae (se pronuncia vite) et vox numquam vetusta…”. Prueba de los tiempos, luz de la verdad, maestra de la vida y una voz que nunca envejece. Así, y hace dos mil años, Cicerón definió a la Historia, la tuya, la mía; la historia que es un delicado juego de palabras. ¿Y si no sabemos lo que las palabras quieren decir, cómo oír a esa maestra de la vida? Difícil no; imposible. Pero eso sí; somos latinoamericanos. ¿Tú no?

Mi gratitud al padre Javier por aquella última página de composición latina que me corrigió. Sucede que yo estaba harto de no tener título; sentía una profunda desnudez académica en estos tiempos de súper-doctorados becados. Decidí titularme –con la ayuda de los hermanos Pardo, excelentes calígrafos ¡que ejercen sin título su arte prodigioso!–, e hice un texto a la usanza de las universidades de pelo-en-pecho; en latín. Javier pulió las imperfecciones, y ahora mismo contemplo esa obra de arte en donde perfectamente se lee que ¡no tengo título alguno! Paradójico: en perfecto latín culto consta en el pergamino que ejerzo sin título. Allá tú si me crees…

Maravillosos maestros que me enseñaron que no es lo mismo estudiar que aprender. ¿O sí? ‘In memoriam’, Javier, ‘in memoriam tuam haec literae’. ‘Vale, valete’ (que así me enseñaste, decían adiós los romanos). Táte bien.

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