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Inter-es

Y Luego…

Por Alvargonzález; 20 de junio de 1996

Estoy seguro que no te interesa sa­ber que hace un par de semanas estuve en Reynosa por el rumbo de Laredo; por el momento no tengo por qué hacerlo, y ya verás la razón. Pero tal vez sí te interese saber que hace unos años anduve por Reinosa –así con “i”–, ca­mino a un Laredo que incluso mencio­na el Quijote en sus andanzas caballerescas por rumbos distantes a nuestra mitad de Río Bravo y a esa frontera con el más allá primermun­dano.

Una Reynosa la de aquí; otra la Reinosa de allá, y cuyo nombre con el de Laredo llegó a estas tierras cuando se tendió el puente trasatlán­tico entre la España y sus colonias. Un puente por donde pasaron buenas y malas gentes, buenas y malas costum­bres y aun palabras. ¿Puente? Por lo pronto así le llamamos y con ese término que vincula a poblaciones muy diferentes y con el nombre fonética­mente igual.

Si te interesara saber cuáles me gustaron más, me quedo con el Laredo y la Reinosa de la Cantabria y sus bos­ques, y no los del desierto de Tamaulipas. Prefiero aquellas pueblas olvidadas, con sus historias medievales, que las ciudades por cuyos puentes transitan tantas esperanzas más o me­nos fallucas y más o menos documen­tadas. ¿Has estado en esos lugares fronteros donde los puentes marcan las diferencias entre dos territorios tan próximamente distantes? ¿Has tenido la suerte de aprender geografía por las suelas de los zapatos, y adentrarte en re­giones cuyos nombres resultan sorprendentes y que de alguna manera se vincularon –puentearon– con nuevas tierras en la otra orilla del Atlántico?

Los Laredos y las Reinosas –¿se es­cribe con “y”?–, ejemplos claros de puentes nominales y puentes muy con­cretos. Eso es: ¡Puentes!, y espero te interese saber un poco de ellos y en más de un sentido.

Toda una ciencia la factura o he­chura de puentes. Desde siempre, los ríos y los barrancos fueron una traba en los caminos; en las vías que el ser humano trazó para ir de un lugar a otro. Así, los romanos, cuya espada conquistante debía desplazarse por el mundo conocido, consideraron como una actividad egregia la creación de puentes, combinación de ingenio arquitectónico y matemático para desafiar el peso de las legiones y la fuerza del to­rrente. Así, el hacedor de los tales puentes –el especialista–, recibía una denominación sustantiva: Pontífice, unión de palabras: ‘quis pontus facis’…

Mas la empresa de construir puentes resultaba (igual resulta hoy) tan formidable, que la denominación asumió carácter sacerdotal y se inscribió dentro del vocabulario teológico. Así, esos individuos con características real o imaginariamente superlativas y que por ello servían de enlace entre las divinidades y los comunes mortales, recibieron dentro de la organización romana el mismo nombre: Pontífices.

¿Alguna vez has visto con detenimiento el llamado Puente Grande, sobre el río Santiago? Obra prodigiosa de la arquitectura colonial, y tanto que en torno a él surgió la leyenda de que el diablo lo había construido y en una sola noche. Imposible se antojaba unir las dos orillas de ese que fuera río de enorme caudal (y ahora cloaca, pero ese es otro asunto). Esa la función de los puentes –y por favor no me digas que estoy diciendo obviedades–: vincular ambas vegas, márgenes u orillas, función eminentemente pontifical. Insisto: la palabra tomó vertientes muy diversas tratándose de márgenes fluviales o de orillas entre lo sobre y lo natural. Muy distinto vincular con piedra y argamasa hecha de cal, arena y sangre de buey, que con el pensamiento y la razón; lo uno en el campo de lo concreto y sólido –la solidez del Puente Grande, lograda con tecnología romana puenteada acá durante la Colonia, es tal que ha soportado el rigor del moderno trasporte carretero con sus casi tres siglos de construido–; lo otro en el terreno insondable de las ideas y las abstracciones. Eso es. Pero ¿si te dijera que todos somos pontífices, trazadores y hacedores de puentes, me lo creerías? Claro está que me refiero al terreno de las ideas y no al de la argamasa.

Hay cosas que no entiendo. O sea que en algo nos parecemos tú y yo. No entiendo, por ejemplo, por qué los explicadores o comentadores de noticias, viven recurriendo al decir: “es muy interesante”. ¿No te da la impresión que lo que es interesante nadie tiene qué decírnoslo? O como decía mi maestro Valenzuela: “en vez de decir que es interesante, interesa a quien te oiga”. Quiero que imagines la supuesta inteligencia como una fortaleza medieval, con su entrada y su puente levadizo. Tal cual. Para vincularnos con el exterior, tenemos no uno, sino cinco puentes igualmente levadizos: los sentidos, mediante los cuales adquirimos del mercado exterior lo que necesitamos para nuestro consumo cerebral; mediante los cuales nos vinculamos o nos encerramos, nos relacionamos o nos aislamos inexpugnablemente.

¿Recuerdas esa obviedad de que la función del puente es “estar entre” orillas, bandas, vegas, márgenes, sinónimos todos?; Inter-estar, ni menos ni más. Pues la función de los puentes sensoriales es justamente esa. Te pongo un ejemplo táctil: si los dedos advierten que la superficie está caliente, de inmediato retiramos la mano; en cambio si los dedos tocan una piel suave y delicada, lo que sigue es cosa de ca’quien… Literalmente el puente sensorial se levanta, en el primero de los casos, por no resultar aquello de inter-es. Por eso separo la palabra, a fin de que su significado quede mejor expuesto: estar entre –vincular–, eso es el inter-es. ¿Te suena lógico? A mí lo que me sigue resultando ilógico, es la repetitiva afirmación de comentaristas explicadores de lo que es interesante.

¿Tasas de interés? Son la vinculación potencial o real entre una empresa bancaria y el usuario de servicios. ¿Qué ya en el siglo en curso no hay relaciones desinteresadas? Lo malo en esa afirmación es la pervertida sinonimia entre el tal “interés” y la consonancia monetaria. De hecho, insisto, todo lo perceptible por los sentidos puede o no ser interesante. Comencé contándote de las Reinosas o Reynosas, y de cómo el puente verbal que se dio con el castellano español, instaló en estas tierras toponimias, nombres de pueblas y ciudades, usadas en España. ¿Interesante? A mí me parece más el hecho de que si la ignorancia pesara, muchos andaríamos jorobados. ¿Interesante? Como sé que vas en esta línea, creo que a través de tus ojos hoy hemos creado un puente que ha inter-estado: ha estado entre tus pensamientos y los míos. Eso, indudablemente, es el inter-es. Otro día seguimos. ¿Te interesa?

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