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Legenda

Y Luego…

Por Alvargonzález; 12 de julio de 1997

Lo recuerdo, en Londres y frente a las cámaras diciendo: “si la leyenda es más rentable que la realidad, se filma la leyenda…”. Era Lee Marvin, uno de los operarios de esa fábrica moderna de historieta que suple a La Historia, llamada Hollywood. La frase –en sentido estricto eso es la tan exhibida “crestomatía”– se me quedó grabada con sus tres elementos: leyenda, rentabilidad y rodaje. Tal cual.

Si ahora mismo nos pusiéramos tú y yo a platicar sobre leyendas, estoy seguro que saldríamos con las mismas, desde La Llorona (que se repite en bue­na parte del continente con variantes mínimas) hasta la regodeante Ánima de Sayula. Mas lo que ocurre es que las tales “leyendas” comenzaron siendo otra cosa muy distinta y escrita de forma diferente pero que igual suena: legenda. No me detengo ahora en particularidades del verbo en latín, pero durante largos siglos esa expresión significó: “lo que debe ser leído”.

¿Qué? Textos sobre vidas ejemplares de los santos, sólo que había un gran problema, pues los libros eran artículo de lujo (como ahora, pero por muy dis­tinta razón). En la transición hacia la modernidad –miles de años–, los libros eran obra manuscrita; manualmente copiados de uno en uno con paciencia monacal. ¿‘Legenda’ o lectura obligada? Sí, al caer la tarde, en los monasterios se daba lectura comunitaria a esos tex­tos que mencionaban hechos sobresa­lientes –¿qué tan verídicos?, ve tú a saber– de quienes habían resaltado en el te­rreno de la virtud. Pero ándate que se viene con todo su peso específico el si­glo XVI, siglo del tomaidaca entre la Romanidad y la Reforma, y los del ban­do reformante le confirieron otra sono­ridad a la misma palabra: ¡pamplinas! Todo aquello de milagros y milagrerías, eso: cuentecillos fabulosos. Y de allí pa’cá, la palabra “leyenda” –como la escribimos tú y yo– asumió ese tono de “psa’be si sería cierto”. Pero de que tienen su función, las leyendas la tienen. ¿Cuál?

Las rurales en vías de extinción, repetitivas, hacen alusión a lo mismo: tesoros enterrados delatados por ánimas en pena. ¿De veras hay tantos tesoros en cuevas? Lo dudo. Aparecidos y qué sé yo, fundamento primario de una quesque ciencia de lo paranormal. Pero la leyenda urbana entra en olla aparte, y se facilita por el rebote del hertzio con el chisme vecinal. Hace años –¿te acuerdas?– se apareció el chamuco en el Seguro (¿sería el mismo que se acaba de aparecer en las urnas y que asusta a tantos burócratas?). La ciudad toda hablaba de eso, y como elemento primordial de la leyenda urbana, todo mundo conocía al que conocía a una tía del que conocía a quien había visto al chamuco en el hospital. Cadena de transmisión. Por cierto no estaba yo por este vapuleado y pavimentado valle cuando una fantasmal transmisora de radio resucitó la leyenda de la Casa de los Perros (¡horror que allí esté el Museo del Periodismo). Por favor cámbienle de nombre y pónganle “Casa de los Cazadores de la Verdad” (que-la-olfatean-según-su-olfato). Me contaron que aquello fue tragicómico, y creo sabrás el cuento mejor que yo y todo suscitado por la radio fantasmal. Rebote de chismes derivado en leyenda urbana. Fantasía validada como verdad, y ganancia del hertzio…

Existe, creo que saldremos de acuerdo, una gran devoción al misterio; a lo insospechado. Y si tú y yo no aceptamos eso, el marquetín lo acepta. ¿Te acuerdas del mamachivas? Elegantemente llamado chupacabras, pero es exactamente lo mismo que lo’tro, dicho en directo. ¿Tenteraste? Claro que sí, y gracias al marquetín –ciencia clara– que lucra con la sed de misterio, oscura y que todos tenemos.

Sobre esta quesque noble y leal Guadalajara, vuelan los aguiluchos; escuadrillas de aprendices –preparados, lo sé– a punto de graduarse como pilotos militares. ¿Has visto esos aviones en vuelo de colatrompa? Pues allá por el cuarentaitantos, y de una base en Florida, despegaron unos aparatos que eran piloteados por aprendices de la guerra, y si me preguntas la diferencia entre “escuadras” y “escuadrillas”, tengo la respuesta: lo ignoro. Viendo los aviones militares sobre el suelo urbano, imagino algo que ¿nunca? ocurriría: una colisión múltiple, por “mangas o faldas”, como diría Cervantes, o por angas o mangas, como decimos tú y yo. Sucede que aquellos practicantes voladores nunca regresaron a su base en Florida, y luego de enfilar hacia el mar. De ese hecho, se tejió toda la hermosa leyenda del ¡Triángulo de las Bermudas! Que desaparecieron, sí; pero que se los succionó una fuerza extraterrestre… “Si la Leyenda es más rentable…”. Novelas, películas y bermudólogos a capitalizar un hecho.

¡Échale, compadre! Como no creemos en nada… todo es creíble, y eso es bien rentable para el marquetín. Nomás quiero que contabilices las horas-hertzio que se dedican a la seudo-ciencia, y en ese capítulo se suman horóscopos, hechos insólitos recreados por cámaras y micrófonos, y una nueva devoción que ya es difícil denominar como Ovnilatría o Angelodependencia. Por cierto, ¿ya llegarían los del Rancho Santa Fe a la Cola del Cometa? Yo creo que sí, y que ya disfrutan allá de sus Afores intergalácticas. Te digo: el grupo se “jubiló” masivamente y la tele de Mayami pronto tendrá una exclusiva con Maussan…

Hace rato tuve la oportunidad de transitar La Jornada del Muerto. Así la denominaron aquellos que a su vez denominaron un territorio como el Nuevo México y que hoy se llama New Mexico, y sin acento en la “e”. En esa parte inhóspita del planeta tronó el Proyecto Manhattan con toda su atomicidad; desierto enorme que me hace pensar en que sí tuvieron Ángel de La Guarda aquellos expedicioneros novohispanos que se aventuraron a llegar a aquellas tierras. Allí, no muy lejos de la serranía denominada Sangre de Cristo, hace cincuenta años cayeron y autopsiaron unos indocumentados que ni visa solicitaron. Todo parece indicar que no procedían de Tepa, sino que eran alteños de lo más alto del espacio…

El lugar es idóneo para la leyenda: justo en las cercanías del sitio en donde definitivamente –y dicho con toda corrección– el ser humano perdió para siempre la inocencia atómica; de-fini-tivamente. O sea que vieron y vinieron a averiguar. ¿Te acuerdas de aquello del Génesis del “seréis como dioses”, y antes de morder la manzana? Todo cuadra, y además el ¡échale, compadre! Claro, la NASA guarda secretos y aquellos “extraterrestres” no eran monigotes de prueba del país que puede hacer las pruebas más imbéciles del universo como “demostrar” que en Marte no hay vida o que los “marcianos” no compraron boletos para ver “4 de Julio” cuando se enteraron que iban a ser invadidos por el Pathfinder.

Roswell New Mexico. Leí una entrevista con los habitantes del poblacho, en la que confiesan que no creen un comino (o un peso, lo mismo da) en lo de la caída del platón volatrónico. Pero… “pos trai visitantes…”. Y si te dijera que gracias al Hertzio, Internecia y todos sus colaterales, el país más terrícola de este estrecho planeta –el país más posibilitado para hacer más rentable la leyenda que la realidad–, ha encontrado una novedosa fórmula legendaria para sustentar su teoría de la democracia, tal vez no me lo creerías.

Por primera vez en la historia de la humanidad –y gracias al manejo jolivudesco de las leyendas–, estamos contemplando tú y yo un espectáculo legendario y aparentemente extraterrestre: los gobiernos son capaces de elegir a quienes los eligen. ¡El marquetín no es extraterrestre!

Como tampoco es extra-terrestre el nombre de Roswell; traducido a nuestro idioma significa “el pozo de Rosa”. ¡Vaya Pozo! Vaya Nuevo México.

Táte bien, y luego te busco…

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