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Los ‘babalaire’

Por Alvargonzález; 27 de mayo del 2002

“Dos tipos de consejos amo: los que pido y los que doy”, señalo en alguno de los ‘worst-sellers’ (contrario a ‘best seller’) que el ocio me ha orillado a publicar. Eso viene a cuento debido a que pareciera que dentro de todo ser humano, existiera un consejero-asesor, peor o mejor calificado.

Un ejemplo de candente actualidad: ‘hoyendía’ la Selección Nacional cuenta con más de 40 millones de eso –de asesores–, cuya función precisa es señalar cómo deben patear el balón las mejores patas nacionales. Te advierto: si el asunto fuera pisarlo, hablaríamos de pies y no de lo otro (sutilezas del lenguaje). La proliferación de consejeros, algunos incluso con micrófono, parece irremediable. ¿Te gusta asesorar? A mí tampoco, pero llegado el momento nada me detiene. Además está claro que resulta mucho más fácil remendar matrimonios ajenos que el propio: todo se ve muy claro en no tratándose de uno mismo.

‘Ad visu, advisorar’, palabrejas en latín que significan “la forma como veo algo”, y de allí procede eso de ‘asesorar’. Pero no se trata únicamente de ver, sino de expresar la visión personal, lo que al no ser muy difícil hace que el universo de los ‘advisorantes’ no tenga límite; dentro de ‘ca’quien’ hay un consejero o asesor ansioso por salir y fríamente dar su opinión. Eso es: los buenos asesores nos amparamos en el hecho de que si nuestro consejo no funciona, el que pierde es otro e igual de fríos permanecemos. ¡Frialdad!

Otra cualidad del “buen” asesor, indispensable en la escala macro, es la de tener un apellido serio. Inútil, en dicha escala, apellidarse Pérez o González, pues entre más impronunciables más creíbles: Whroshosky, Hughes, Bordenoff, o ya en el caso extremo el de Smith prevalecen sobre el de Fernández (el más repetido en el padrón electoral) en cuanto a credibilidad. El apellido da empaque macro al consejo, y eso es comprobable en todos los países que están en vías de algo que bien pudiera ser el subdesarrollo sostenido y tan supuestamente urgidos de asesoría. Pero ¿todo eso a qué viene?

De corrido te cuento compactado un fragmento de Historia. Llegó del más allá –del norte, claro–, a dar su asesoría en una cuestión fundamental para la ‘suavepatria’: Independencia. Cuando Hidalgo y su tropa reculaban a Guadalajara por la ruta de Morelia (noviembre de 1810), allí en la entonces Valladolid, las crónicas ya le identificaban con el apodo de “El Anglo”, fiero enemigo de los Gachupines y no muy respetuoso de las costumbres locales, pues le dio por entrar a caballo en la catedral vallesolitana. Para entonces ya había convencido a los jefes independentistas de que era experto en artillería y le nombraron jefe del arma. ¿Sabía algo de tan tronante materia? En Calderón quedó demostrado en la práctica que era –¡oh, miseria humana!–, más hablador que conocedor; defecto muy común entre nosotros los asesores. En esa batalla resultó herido y luego traído a Guadalajara prisionero.

En algún punto allí entre la capilla y la puerta principal del Hospital Fray Antonio Acalde, le fueron pagados sus servicios. Sentado, porque no se podía tener de pie, fue ‘apeloteado’ –dicen así eufemísticamente las crónicas– el primer asesor registrado por la Historia nacional, que de fuera vino a decirnos cómo se hacen las cosas. Mal le pagaron con plomo a Simon Fletcher aquel enero del 811.

Nada mejor que un buen asesor, pero si es solicitado y se sabe que sí sabe. Porque no es raro encontrar ‘advisadores’ que a pesar del apellido resultan sólo ‘babalaire’. Tal cual: baba y aire… ¿Verdad, don Simón?

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1 comentario en «Los ‘babalaire’»

  1. «El bien mejor repartido en el mundo es la RAZÓN; todos creen tener suficiente RAZÓN, nadie se queja que le falte» Rene Descartes.
    Por eso puede haber 40 millones de asesores que puedan mejorar al Comité Olímpico Mexicano, o al gobierno de EPN.
    Éste artículo es de mis preferidos. Saludos.

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