Y Luego…
Por Alvargonzález; 5 de abril de 1997
Tan fácil como oírla, pero aguzando las orejas. Sí, aguzadas ellas: puntiagudas como agujas y no “abusadas”, como suelen confundir algunos tan semejantes términos. Óyela así y a ver si salimos de acuerdo.
Temprano en la mañana, transfusiones a domicilio; el recuento hemoglobínico urbano. La lista de caídos a causa de la capacidad tan limitada que tenemos para ser civilizados, o usuarios cívicamente aptos para la convivencia social. El gancho que tiene la nota roja es justamente el gozar con el dolor ajeno, o el hacernos sentir afortunados sobrevivientes de la reiteradamente llamada “ola de violencia”. Comentaristas –así les gusta ser llamados– especializados en transmitirnos el placer del sufrimiento ocurrido a otros. ¿Sádicos? No sé gran cosa de clasificaciones psicológicas, pero el término parece encajar. Pero óyelos de nuevo; sí, a los transfusionistas del hertzio llevando sangre a domicilio.
Luego, minutos más o menos, la avalancha noticiosa; el farragoso desayuno de notables novedades, y traduzco así el término “noticias”: sólo lo notable, novedosamente notable, es eso. Una competencia de ¡notificadores! enmarcada en un hipotético “yo-si-te-digo-la-verdad…”. ¿Será? Ca’quien escoge a su notificador de confianza, que una vez prendido el transistor comienza puntual a describirnos la inexorable destrucción del mundo y bajo un axioma o criterio fundamental: entre más mala la noticia, mejor es.
Utilizando ‘ad nauseam’ muletillas como “y bien…” (cuando lo adecuado sería decir ¡y mal!) o el “bueno pues” –óyelos y me dices si no–, los descriptores de la “realidad” navegan entre siete y diez de la mañana para ayudarnos a sumergirnos en lo que parecería ser un caso irreparable, llevándonos a hilván seguido de Albania a Almoloya pasando por Tateposco antes de ir a Washington como asunto preliminar a recetarnos los índices bursátiles. Al concluir el noticiero –o noticiario, dile como quieras–, esa hermosa sensación residual de ser un poquitín de caos en medio del gran desorden nacional, internacional e intergaláctico… ¡Uf!
Avanza la mañana y llega el turno de los remendadores; se abren los consultorios hertzianos, y eso amparado por deducciones del inexorable marquetín, que determina que es el tiempo de la mujer en la casa, oyente que busca su bien-estar. Ni el mejor ni el peor, pero un ejemplo de la invasión del gran talento que produce la Mesa Central, es el peinador de estrellas devenido en psicólogo; resuelve con su voz cuasi masculina problemas tan graves como manchas en el cutis o abandonos, infidelidades y aun incestos. ¡Monumental! Es el tiempo de los reparadores: proctólogos, ginecólogos, los inexorables psicólogos y sin que falten parapsicólogos, médicos alternos herbolarios o especialistas en uñas de tiburón y cartílagos de gato (¿será?), remendando enfermedades y malestares de todo tipo y laya.
Hace años alguien que recientemente ha sido reinstalado por la TV como co-men-ta-ris-ta, tenía un programón a temprana hora con un nombre tan cursi como prometedor: “Los que triunfaron”. Tal cual, y el entonces joven valor (?) del hertzio, a mí no me transmitía otra cosa sino su ansia de colocación, disfrazada de biografías de “triunfadores”. Pero ¿será el hertzio ajeno a ese sentimiento generalizado y que es precisamente el opuesto al triunfo nacional? ¿No sientes como que campea una especie de sabor a derrota? Si me equivoco, por favor corrígeme.
Al mediodía el cuadrante se convierte en la cancha en la que ingresan al galope los filósofos del patabola. Horas y horas y más horas dedicadas a explicarle a mi testa ruda cómo se fabricaron o desperdiciaron “opciones a gol”. Miles de watts puestos a la altura del zapato para explicarme cerveceramente la proeza muscular de perseguir un balón, o de darle de garrotazos a una pelotilla y con los millones de dólares pagados a la negritud –en la madrepatria– para que encesten. Maravilloso, pues así puedo estar al día de lo que hace la UEFA, la FIFA, el CMB y la Fórmula Uno, lo que me es de gran utilidad en mi búsqueda de la felicidad.
¿Cultural o comercial? Los sabedores hijos del simposio, hacen un gracioso distingo y señalan que las transmisiones vendidas por segundo son muy distintas en su intención, a las sustentadas por el pago de impuestos. ¿Les crees? Yo tampoco, pues pienso que todo el hertzio es cultivador, ya que de alguna forma siembra mejores o peores semillas en la sesera, y por favor advierte lo que puede ser en el futuro la mente colectiva “cultivada” en forma brutal desde unas antenas sembradoras. ¿Sembradoras? Tan es así que cuando a comienzos del siglo XX empezó a desarrollarse la tecnología de las transmisiones, había que bautizar de alguna forma esa novedosa e inalámbrica proeza. Los anglosajones rescataron del diccionario el término que servía agrícolamente para sembrar al voleo y así le llamaron: ‘Broad-casting’ (‘broad’, amplia; ‘casting’, siembra).
Aguza la oreja y pégasela al transistor. ¿Estaré mal juzgando a doña Radio al percibirla como tufillo a drenaje? Lo peor va a dar a ella: enfermedades, malestares políticos, frustraciones deportivas, sangre ajena de las víctimas de la violencia urbanizada. El mejor de los comentaristas es aquel que puede aportar una prueba mayor de la corrupción que nos invade; el mejor de los obvniólogos resulta ser el que narra los últimos avistamientos de los tecnológicos redentores que ya se aproximan…
Y si la usáramos para cultivarnos; para además –fíjate en ese además– de transmitir el último súper compacto de los Broncos del Zócalo, para darle congruencia a nuestro ser nacional; para darle a nuestra sesera la posibilidad de creer en que no somos una raza inferior sino un pueblo maleducado…
Pobre de doña Radio, toda cultural y toda transmitiendo malestar. ¿Qué me recomiendas para quitarle la halitosis –mal aliento– que despide mi dama de compañía transistorizada? ¿Que la apague?
Táte bien, y luego te busco…
Estamos rodeados de «doñas » si Don Quijote estaba mal oliente por Don libros; ahora requerimos vacunarnos contra Doña celular y de todos los medios anteriores. La vacuna puede ser: «Dudo luego pienso»