Saltar al contenido

Monitoriando

Y Luego…

Por Alvargonzález; 25 de mayo de 1996

Corrígeme, por favor, y dime que se dice “monitoreando” –con ‘e’–, y no con ‘i’ como quedó escrito arriba. ¿Errata? Como no me gusta quitarte el tiempo con cuestiones ortográficas, ha­blemos mejor de asuntos serios y profundos. Por cierto, ¿andan bien tus asuntos monetarios? Eso, lo monetario, sí es serio; al menos por lo que respec­ta a mí, bastante.

Estoy seguro que recuerdas el ini­cio de tu vida amatoria. Indeleble recuerdo personal. Pero ¿recuerdas tu iniciación monetaria? Dicho de otra forma: creo que es fundamental el mo­mento consciente de inicio del amantazgo monetario. ¿Cómo, cuándo, en qué circunstancias? Hay algo de má­gico en ello; de religioso…

Lo’tro día, mi hijo me exigía –los pequeños exigen, y los grandes más–, que lo subiera a un carricoche menean­te, de esos de a peso por zangoloteo. Le expliqué que no traía dinero, y con sus dos recientes años me exigió: “¡compra!”. ¿Comprar dinero? Tal cual, y me sorprendió su avanzado conocimiento sobre ciencia tan exigente –la Economía– que todo nos pide y da poco a cambio. Va bien el crio, pues ya intuye que el dinero no es otra cosa que una mercancía simbólica. Ya co­mienza a advertir que vivimos un cru­do pragmatismo.

Mis padres también creyeron que apuntaba magníficamente cuando en mi infancia enfoqué hacia algo con­creto el espíritu de coleccionista que todos poseemos. Sucede que la abuela viajera me regaló un billete de cien pe­setas con la imagen de un Borbón, y aquel billete se convirtió en el inicio de un numismático (forma elegante y griega para decir “coleccionista de tro­zos de metal y papel con valores simbólicos”). En medio del desorden mi colección progresó magra y lentamen­te, pero aun así alentó fallucamente las esperanzas paternas: “seguro se nos hará bancario…”, pensaron, y moti­vados por el hecho de que los tales banqueadores aman coleccionar “ce­ros” simbolizados en las formas más sorprendentes. ¿No son coleccionistas de monedas los banqueros? Si me sigo equivocando, sígueme corrigiendo, pues sin tu labor monitoriante, poco podrá progresar mi ánimo de coleccionar conocimientos. ¿Coleccionas algo?

En todo caso mi reducido intelecto infantil no alcanzó a descubrir el simbolismo encerrado en aquellos trozos de papel o de metal; cómo, por ejemplo, juntando muchos de esos papeles con determinados números y colores, era posible cambiarlos por kilos rodan­tes y motorizados de lámina. Digo, un auto. Magia: papeles por tierra, por comida, por honras, por todo. Papeles por todo.

Entre la magia y la religión hay una tenue frontera; tanto es tenue que a veces ni se ve.

La economía me parece una ciencia en donde se mezclan –disfrazadas con números– la magia y lo otro; llena de dogmas y simbolismos.

Símbolos llenos de símbolos (ya verás) las monedas, y dogmas neo misteriosos e irrebatibles las corrientes monetarias o económicas.

Denarios (de allí el término “dinero”) reverenciados sublimemente. ¿No habrá fallas de origen?

Tendríamos que denunciar tú y yo a los romanos por untar el circulante con teología; costumbre que –ya verás– parece bien arraigada.

Fue junto al Templo de Juno –la amante de Júpiter– donde una malabuena palabra surgió.

Sucede que los agobiados romanos acudían al templo de la tal Juno con la esperanza de escuchar sus consejos o indicaciones.

Admoniciones, tal cual, y a la diosa le dieron el sobrenombre de “Monitoria” –o de los avisos o advertencias–, que luego se abrevió en Juno Moneta. ¿Te suena a algo todo eso? Peor te cuento: por esa capacidad que tenemos los humanos –desde siempre y hasta luego– de juntar lo terrestre con lo celeste, al lado del templo de Juno se instaló una fábrica de metal acuñado imperialmente, y así del templo de la diosa Moneta o Admonitoria a los metales acuñados hubo un breve paso verbal; traspaso.

Así surgió, nominalmente, todo el enredo monetario y con olor a teología romana.

De los metales más o menos preciosos al papel, un largo recorrido secular.

El peso (¿en qué lugar del monedero internacional se encontrará?) nació pesando y mucho; tenía un peso determinado por la corona –“Real” se le llamaba–, y era preciso –tal cual– pesarlo antes de aceptarlo por aquello de posibles limaduras reductoras de gramos.

Por pesado –¡y mucho!– y por simplificación conveniente, el “patrón oro” monetario fue abandonado.

Primero Roosevelt, y luego Nixon, determinaron que unos papeles impresos con tinta verde iban a monitoriar o a monetariar el mundo. Y ese símbolo conveniente (¿a quiénes?) fue aceptado convencionalmente por el mundo.

Teología monetaria, ¿cosa de romanos? Algún día que tengas oportunidad, clávale el ojo al billete de un dólar y te encontrarás con una pirámide rematada –curiosamente– por un ojo, lo que es sin duda un símbolo dentro del símbolo que es el papel moneda. Allí, en perfecto latín (otro símbolo de la influencia románica con su lengua que tiene dos mil años de seguir vivamente muerta) se lee: ‘Annuit, Coeptis’: “Dio su anuencia y aceptó”…

Al pie de la pirámide: –símbolo fraternario que tomaría demasiado explicarte con toda precisión– ‘Novus Ordo Seclorum’: “el nuevo orden de los siglos”. ¿Traducción completa?: “Dio su anuencia y aceptó… el nuevo orden de los siglos”. ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Cómo? Ve tú a saber, pero indudablemente el sujeto –dicho en inglés– es ‘God we trust’: “En Dios confiamos”…

Te digo, la economía es una mezcla de dogmas, misterios, magia y religión. Y si no me crees, asómate al dólar unitario, en torno al cual gira todo un sistema cada día más quebradizo.

Una pirámide con ojo divisante –¿divisas?–, con todo su simbolismo mágico y frases mántricas en su entorno.

Insisto: los romanos comenzaron mezclando físicamente teología y circulante.

Junto al templo de la Monitoria o Moneta, surgió un sistema con aval igual: divino.

De porcentajes poco sé, pero no es difícil advertir que un gran número de paisanos andamos con problemas monetarios e invocando al cielo para que se solucionen.

Poco he avanzado también en mi cultura monetaria, pues resulté más literario que monetario, a pesar de las fallucas expectativas paternas.

Pero conociendo un poco de historia, creo que el problema está mal planteado y por ello la solución no se da. Se repite que cuando el peso pese, la suavepatria recuperará su capacidad.

No sé por qué pienso que no son los papeles los que hacen a un país, y que las llamadas devaluaciones sólo se simbolizan con eso: con papeles, pero son asunto un poco distinto.

Cuando revaluemos nuestra capacidad pensante –la sesera nacional–, tal vez podamos inscribir en el peso: ‘annuit, coeptis’ (se pronuncia “cheptis”)…’. Y tal vez aquella expresión virgiliana: ‘possunt quia posse videtur’. ¿Qué significa? “Pudieron porque creyeron poder”. ¡Tenemos que monitoriarnos a nosotros mismos!

Si me equivoqué, corrígeme, pero sigo creyendo que monitoriar se escribe tal cual y que significó originalmente aconsejar luego de oír; eso hacía Juno Moneta. ¿A qué divinidad recurrir para que nos arranque la ignorancia disfrazada de culto –o cultura– económica? Algo anda mal en el sistema monetario internacional, y tanto que hasta yo hablo de eso sin saber gran cosa más allá de tratar que mis pocas monedas me ajusten pa’l panuestro de cadicuando

Comparte si te ha gustado

2 comentarios en «Monitoriando»

  1. Son muchos temas profundos en que reflexionar y reconstruir, a partir de éste pequeño escrito.
    Gracias Alvar y a los mártires que hacen posible éstas publicaciones.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.