Y Luego…
Por Alvargonzález; 28 de noviembre de 1996
La devoción reverencial por el músculo y la formidable industria del sudor, cuestiones tan sigloveintescas como seriamente ridículas. De entrada algo que tiene que ver con la historia del más formidable imperio que ha existido sobre un mundo que aún no se globalizaba y cuyo centro era precisamente el Mediterráneo; cuando los romanos se olvidaron de pensar y se dedicaron sólo al cutis y su contenido, el imperio ¡paf!
La televisión repleta de anuncios de los productos y aparatos más diversos para convertir en convexa la concavidad de la panza; aparatos y productos que mirándolos bien, logran lo que Ponce de León no encontró en la Florida tierra donde incursionó: la Fuente de la Eterna Juventud. Eso es lo que está tras la formidable industria del sudor, la grasa y el músculo: erradicar el delito de ¡envejecer! Y por ordenamientos del Empire State, que como nombre de edificio suena bien, pero también es nombre de la nación rectora de los modismos mundiales: el Estado Imperio.
Creo que nunca oíste hablar de Angelo Siciliano, y su nombre suena a contradicción. ¿Ángeles en Sicilia donde la cosa es ‘Nostra’? Sin lugar a dudas, y con su seudónimo hijo del marquetín, fue el iniciador, allá por los veintes, de lo que hoyendía es toda una industria tan rentable como obsesiva. ¿Enfermiza bajo la apariencia de sanidad? La historia de Angelo cuenta que como emigrante italiano un día fue a la playa y unos grandulones le faltaron al respeto a su novia. ¿Te acuerdas de aquello de un alfeñique que amparaba su método de redondaje de músculos? Tal vez ni siquiera hayas oído hablar de Charles Atlas, pero él fue el iniciador de una corriente modal, y con ese seudónimo rentable adecuado a su método de tensión dinámica; podríamos llamarle el sumo sacerdote del movimiento cuasi religioso de culto físico. ¿Fisiculturismo? ¿Te suena esa palabra? A mí tampoco…
Quesque el viejo aforisma griego del “mente sana en…”. Pero ¿has visto en la tele algún producto anunciando que sirva para el desarrollo del “músculo” cerebral? Nada, y mucho menos con la intensidad con la que se promueven los productos y alifafes destinados a la buena figura. Lo que importa es el cuerpo, no la mente.
¿Ya tienes tu gimnasio en casa? Por si no, y en cualquiera de sus presentaciones plegables que ofrece la tele, la ciudad está llena de ellos con cuotas variables –quizá de acuerdo a la calidad del sudor urbano que cambia según el barrio–, y con su nombre tan griego como prevalente. De hecho el ‘gymnos’ griego hacía alusión a la desnudez humana, porque ellos se ejercitaban así, con el vestido personal de pelopiel que ahora la lycra enfunda y denuncia. Por transposición o sinécdoque, el local de ejercitación tomó el nombre de la forma como lo realizaba el griego que se tenía que preparar para la guerra, y que nunca imaginó que la palabreja sirviera 30 siglos después para señalar el punto de preparación cutánea de una civilización poliinsaturada de grasa y con obesidad cerebral manifiesta. Si algún día cruzas documentada o indocumentadamente la frontera (al norte, claro), percibirás que es una sociedad obesa y obsesa con eso: con la grasa producida por la molicie o pereza. Nada extraño que la liposucción sea otro sistema sin esfuerzo para suprimir esa excesiva acumulación de carbohidratos. Como también es el país de las estadísticas, está perfectamente calculado que dos terceras partes de su población están con sobrepeso manifiesto. Pero ninguna estadística más aterradoramente simpática que la que en 1995 calculó que el sebo humano liposuccionado en ese año, equivalía al peso de ¡cuatro elefantes africanos, adultos y machos! Vaya tonelaje de la vanidad, ¿no te parece?
Por favor no malinterpretes y pienses que me opongo a la esbeltez o al ejercicio. No. Incluso ahora mismo recuerdo que don Jesús –conocido también con el nombre de “El Poeta del Santuario”–, en una de sus rimas y mostrando una extraordinaria licencia poética decía: “si no quieres morir en rueda de sillas (sic), tienes que mover las rodillas, a mover las rodillas”. Creo que es cierto, y que hay menos probabilidades de acabar tieso antes del entiesamiento final, si se hace ejercicio. Lo que me parece absurdo es todo ese culto –insisto en usar la palabra culto– en torno al sudor, al músculo, la grasa y la buena figura alrededor del cual y por manejo del marquetín danzan cifras millonarias y en dólares. ¡Pobre civilización tan preocupada por el cutis y tan olvidada de lo único trascendente: el pensamiento actuante!
Industria periférica y pujante en torno al sudor, es la muy necesaria del desodorante; necesaria pero también enganchada a la vanidad. Hay cosas sorprendentes en torno a ella, como por ejemplo el Instituto de Estudios sobre el Sudor Humano y que está en Boston probando y reprobando sustancias aniquiladoras de los efectos secundarios de ese sistema de compensación de la temperatura corporal que es el sudor. ¿Sabías que de hecho no huele? Es al entrar en contacto con bacterias que su descomposición le hace desagradable al olfato. ¿Sabías que un cuerpo normal tiene entre dos y tres millones de glándulas sudoríparas? Por todas partes del cuerpo menos por un sitio: en los labios. Los pobres puercos, animales tan suculentos, sencillamente no sudan, y por ello resulta un insulto al ganado porcino decirle a alguien “sudas como puerco”. Pero tus axilas y las mías son también un botín periférico de esa robusta industria del sudor, y ve tú a saber con qué procedimientos más o menos efectivos y no tan caros combatirían nuestro ancestros esa manifestación de la miseria humana. ¡Oh, miseria humana!
Métodos, sustancias y aparatos de toda índole para hacer desaparecer la obesidad y conservar la tónica muscular; para derrotar al calendario que (insisto en que no se necesita ser científico-americano para saberlo) irremediablemente acaba triunfando sobre el tiempo personal. Un tal Angelo Siciliano, convertido en Charles Atlas, el pionero. Quemar grasa, aligerar de agua los músculos para que no estén aguados. Pero, y ¿la inteligencia?
Táte muscular e inteligentemente bien.