Y Luego…
Por Alvargonzález; 13 de febrero de 1997
El Campus Tajimaroa, sede de excelencia académica, ha remitido a Guadalajara una jauría de investigadores que trabajan con ahínco en un estudio titulado: “¿Vida antes de la muerte?”, y han elegido esta ciudad precisamente porque es creciente el número de tapatíos que a su estancia en el tiempo no le puedan llamar así: vida. ¿Es vida la que llevan muchos tapatíos?
Tú sabes, el Colegio de Altos Estudios de lo Obvio, de Tajimaroa, es único en este tan Americano Continente. Allí se forman Obviólogos u Obviadores –ambas denominaciones tienen– que como tantos otros “investigadores” colgados al pezón de la beca, “descubren” precisamente eso: obviedades que no las ve quien no quiere. Una, monumental y punzante, es la paradoja de las grandes ciudades –que son todo y son nada–, cuyos índices de civilidad o cuya vocación civilizante fundamental se ha extraviado en proporción directa a su crecimiento. ¿En la tan urbanizada Guadalajara vive la urbanidad? Obviamente… ¿sí? Y no creas que la urbanidad es algo más que el ser feliz infelizando lo menos posible a quienes nos rodean; es el arte de la convivencia armónica y ciudadana. Eso es el civismo, y la vocación civilizante de las llamadas “ciudades”.
Oye, por cierto, ¿cómo andan los índices de felicidad aquí, siglo XX galopando y Guadalajara cumpliendo quesque 455 años de plantada en donde está? ¿Verdad que no es necesario esperar el sesudo estudio de los de Tajimaroa para aventurar una respuesta?
Camino a Nochis –que así cariñosamente lo llaman los del rumbo– no podía menos que pensar en el origen felicitante de las ciudades; de ese “invento” congregante que hizo la humanidad hace cientomuchos años a fin de facilitar esa aspiración o anhelo del ser pensante: la felicidad. Así de complejamente simple la razón de ser de Guadalajara.
A lo lejos, y luego de trasponer una pequeña serranía, se divisa el caserío de Nochis, y no resulta difícil entender por qué allí comenzó a nacer Guadalajara. El esquema fundamental de las pueblas que surgirían luego del enfrentamiento entre el acero y la piedra, era tan simple como localizar un valle previsto de agua y tierra más o menos fértil, para asentar allí la civilidad bajo la hipótesis de que el punto sustentante de la felicidad es la comida. Primero la agricultura y después la cultura. Y en lugar de perseguir el alimento, como los nómadas errabundos, proveerse de él mediante el laborío o labranza de las tierras adjuntas al fundo urbano.
Al contemplar la elevación del camino a Nochistlán en tierra de los Zacatecas –nombre de una de tantas “naciones” como les denominaron los cronistas del XVI–, se observa que el lugar reunía los requisitos felicitantes; todos menos uno: la bravura caxcana, pues la supuesta “tierra de nadie” era reclamada como propia por Tenamaxtli y sus tributarios. Descollante a un lado del valle se observa el Peñol o Peñón en donde se fortificó el cacique y desde donde haría infeliz la estancia de los que aquí y posteriormente serían llamados “tapatíos”.
EI viejo conflicto teológico en el que participó Fray Bartolomé (y es cuento largo cómo los protestantes utilizaron en su provecho La Brevísima de Las Casas) para determinar si los habitantes aboriginales tenían o no alma, no tiene sentido revivirlo y ninguna duda cabe que aquellos chichimecas y con su propio sentido de la vida también perseguían la escurridiza felicidad. La cuestión tal vez sería ponderar si la idea civilizante y romántica acarreada por los fundadores de pueblas en estas tierras, era más práctica y aun lógica que la idea caxcana con una agricultura primitiva y sin ganado mayor auxiliar de las labores rudas del campo y proveedor de alimento.
En la plaza de Nochistlán la estatua de Tenamaxtli –obra del recientemente fallecido maestro Larios– refleja en bronce el atuendo de aquellos habitantes que enfrentarían con piedras y jaras al acero y la pólvora, y que finalmente serían atraídos a la civilidad mediante la prédica misionera. Sí, Nochistlán fue el lugar en donde el sanguinario Tonatiuh, el rubicundo Pedro de Alvarado, caería abatido por una belicosidad más formidable que la que tuvieron los ensalzados y glorificados aztecas. ¡A Tenamaxtli le faltó publicista!
Fíjate, por favor, que La Historia no es un libro de ética. ¡Qué va! Ni la llamada Historia Sagrada, y si no me lo crees, clávale el ojo al libro de Job, o al de Los Reyes. Por ello tal vez no debamos pensar que si fundar Guadalajara fue bueno o malo; o qué tan bueno era Tenamaxtli o qué tan malo Nuño Beltrán de Guzmán, sino concluir en un rotundo e innegable “¡así fue!”. Y aceptar que tú y yo somos derivados de un proceso histórico que ha desembocado en la hechura de la actual Guadalajara donde muchos vivimos tratando de ser felices; donde pareciera que se ha extraviado el sentido esencial de las ciudades: la civilidad civilizante o la urbanidad. ¿Te acuerdas como la definíamos?
De Nochistlán a la Guadalajara actual, han transcurrido 465 años; 455 de estar aquí y luego que el Valle de Atemajac testimoniara aquella liturgia de fundación, tan espectacular como complicada con un tronco soterrado y una justicia blandiendo la espada a los cuatro puntos cardinales.
El modelo primario de ciudad venía en la memoria genética de los fundadores y como habían vivido allí, querían vivir acá, pero con una diferencia: allá se les negaba la posibilidad de ser felices. ¿Te das cuenta que quien tiene en grado razonable su porción de felicidad, no emigra? La ciudad “moderna” surgió imitativamente de un modelo felicitante trasplantado en no poco por Jolivud y la propaganda feroz surgida en los años treintas: entre más grandes, mejores. ¡Falso! El criterio madinusa está demostrando su ingratitud falluca, pues las grandes ciudades son todo y son nada felicitantes. ¿Te facilita la felicidad Guadalajara?
Bien vale que te des una vuelta a Nochistlán, que de milagro conserva vestigios coloniales, pues acuérdate que el dogma fue borrar esos tres siglos… sin los cuales es imposible explicar nuestra procedencia. Paradoja: si pasas por Yahualica, mira cómo el Goberenturno le dio al poblado su pincelada colonial, mientras arrasaba con los últimos vestigios de una puebla amable que cumple 455 años de estar aquí. Y si quieres ver cómo fue hasta hace poco, ve al Libro Bar-Ato y pregunta por mi libro*. Táte bien… Y luego te busco.
*Si te interesa, podemos hacértelo llegar en PDF.
Álvar pone el núcleo del problema en «el alcance de la felicidad», pero yo lo pongo en «el fanatismo». Porque considero que el fanatismo o la programación mental de las personas hacia una sola manera de vivir cierra toda la vista a lo único que se quiere ver o dar valor.
El historial de ambos pueblos habían sido las guerras, desde luego mortales, sin embargo en México lo divino está aunado a la naturaleza, mientras en España está aunado al $$.
Ojalá «si hubieran hablado o dialogado Los Dioses» como lo proponía Moctezuma.
Hoy es verdad que somos mezcla de los intentos felices de ambas culturas, pero todavía queda más por hacer, entender aquí y espacios como este, porque la felicidad compartida «es doble felicidad».
Gracias por compartir estas felicidades 😉