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¿Nuevo México?

Y Luego…

Por Alvargonzález; 24 de mayo de 1997

Lo siento, pero tengo que repetirlo: la Historia es un delicioso, delicado, envolvente, suave y peligroso ¡juego de palabras! ¿Nuevo México? Dime cómo le vamos a hacer para construir y lle­gar a ese Nuevo México que es preciso re-crear so pena de que el viejo se nos momifique. Por otra parte, y en sentido muy geográfico, es relativamente fácil –si te dan la visa– acceder a él: tiras todo pal norte, y tan sencillo como eso, cruzando la frontera. Del Chapa­rral, pa’rriba New Mexico.

¿New Mexico? Fíjate cómo también allí se encierra un dilema y en el mismo aparente nombre de un extenso y variopinto territorio; ¿seremos capaces de elaborar un nuevo México, o la intención es franca y abiertamente ha­cer un New Mexico? Los acentos y la ortografía son parte del juego de pala­bras histórico, porque aun siendo lo mismo no son iguales en consonancia el “nuevo” y el ‘new’. ¿O sí? Lo mis­mo pero en dos idiomas, me temo.

A propósito de mi frágil teoría del juego de palabras que es la Historia, tengo una obsesión que en parte tiene que ver con mi hipotético afán como filólogo. ¿Sabes lo que es un filólogo? No gran cosa, sino un loco inofensivo enamorado del idioma; de la lengua. Y si la lengua es lo único que tenemos para crear sueños o pesadillas perso­nales o colectivas; para formular la esperanza a partir del pasado imperfecto, entonces podrás entender mi obsesión: abrir brecha en la selva histórica sólo con el machete de la lengua. Y te cuento de esa obsesión porque tiene que ver con la oportunidad que tuve recientemente de asomarme a New Mexico –Estado de los Estados Unidos–, y la añeja oportunidad que la vida me facilitó de revisar en archivos contenedores de papeles viejos la creación de ese apéndice territorial de un México que se encogió fronterizamente. Con un mucho de esfuerzo, en febrero pró­ximo tengo la intención de seguir desafiando el viejo refrán castellano que indica tajante: “si quieres hacer dinero, del libro mantente lejos…”.

Para mí, el hecho histórico que en el siglo XVIII empezando, aquellos territorios hayan sido denominados así –Nuevo México–, es de una relevancia
insospechada. ¿Conoces New Mexico? Tira pa’l norte y llegas. Así le hicieron en pleno siglo XVI Vázquez de Coronado y Cristóbal de Oñate, el mismo Cristóbal que tuvo mucho que ver con la hechura de una Guadalajara cuyo nombre seguro te resuena a conocido. Si hoyendía, en carretera, resulta tedioso y fatigante cruzar el semidesierto mexicano que va de Zacatecas a la frontera y que se convierte en franco desierto antes de alcanzar el otrora Río Grande o Bravo, apenas puedo imaginar cómo le hacían aquellos que a leguas andaban caminos insospechados sin árbol alguno que proporcione sombra. Territorio chichimeca que había que trasponer para alcanzar las francas regiones apaches (tanto “chichimecas” como “apaches” eran nombres genéricos para diferentes “naciones” con lenguas diversas pero con belicosidad común). Que si buscaban las míticas siete ciudades de oro, que si eran el camino hacia Cíbola y Quivira, me parece intrascendente, pues la sed del desierto ciertamente no la quita ninguna sed de oro.

Desierto, montaña y tundra, eso me pareció el camino entre Las Cruces y Ratón; o entre las tales Cruces y el corazón de la Trinidad (tal cual), en la frontera estatal con Colorado. Desierto feroz, en primera instancia, que en algunos puntos se convierte en Arenas Blancas. Fíjate, hace años un amigo me enseñó una fotografía en la que yo juraba que se encontraba en un paisaje nevado. Nada, las dunas son de una blanquitud increíble; nívea y, sí, cremosa. En un recodo del camino, el lugar donde Cristóbal de Oñate enfrentó lo que denominaron “Jornada del Muerto”: así de brava la tierra desértica enclavada entre montañas nevadas, prueba de vitalidad superlativa. Simbólicamente junto a la tal “Jornada del Muerto”, fue donde se probó la primera bomba atómica; allí la humanidad perdió irremediablemente la inocencia atómica. ¿Los Álamos? En las proximidades del Santa Fe del Nuevo México –el nombre me parece de un poético inefable–, aquel recinto cruelmente sapiencial, en donde en medio del más profundo secreto se desarrolló el Proyecto Manhattan que saborearon a plenitud Hiroshima y Nagasaki. En medio de las montañas, el laboratorio de Los Álamos.

¿Zozobra? Santa Fe del Nuevo México es la capital estatal más añeja de los muchos Estados-Unidos. ¡La más antigua! ¿Juego de palabras la Historia? A mí me parece un acto reverencial que le hayan conservado el nombre los nuevos ocupantes, los que llegaron por el “Santa Fe Trail”, y que no hayan sido como los constructores del Nuevo México posrevolucionario que a todo lo que sonaba a santo le cambiaron de nombre por apelativos de generales entre cógnitos e incógnitos. ¿Te pongo un ejemplo? A la Santa Clara del Cobre le pusieron Villa Escalante, a San Gabriel; Venustiano Carranza, a la Villa de la Purificación; Casimiro Castillo, a San Andrés; Villa Mariano Escobedo, y San Pedro suena más exótico dicho Tlaquepaque (por el nombre de los llanos del Aquepaque, que bordean Guadalajara). Te dije uno y se hicieron varios ejemplos. Santa Fe se sigue llamando así, a pesar de que los que llegaron después no creyeran en la santa fe hipotética de los fundadores, ni mucho menos; y mucho, sí, tuvo que ver la lucha territorial con insospechados territorios del pensamiento teológico. ¿Zozobra? La Guadalajara peregrina, que de Tlacotán emigró al Valle de Atemajac, me parece que tiene cierta similitud con el asentamiento del Santa Fe del Nuevo México, pues aún hoyendía en las festividades conmemorativas de la fundación de la capital de New Mexico, se sigue quemando al simbólico monstruo “¡Zozobra!”, recordante de los ataques de la apacharía que casi erradicaron aquel fundo derivado de la colonia española en México. ¿Zozobra arquitectónica? Aún hoyendía está prohibido construir casas en Santa Fe que no remeden las construcciones primitivas de adobe, ese material superior al puro lodo por un simple elemento añadido, y que llegó por la parte posterior de los caballos colonizantes: para hacer adobes se requiere boñiga o estiércol de ganado mayor, desconocido por chichimecas y apaches antes de la Colonia.

Santa Fe del Nuevo México me parece un tributo arquitectónico a aquellos que vivieron en ¡zozobra! y bienmucho lejos (tal cual) del reinado y del virreinato. Aquellos primeros protomexicanos que tiraron pal’norte en búsqueda de la escurridiza y peligrosamente retante felicidad, descendiente de españoles que abordaban el nuevo continente o Nuevo Mundo por la puerta de la Vera Cruz (por cierto, ¿sabes el nombre oficial del Estado de Veracruz? ¡Veracruz de Llave!, y el tal Llave fue también un personaje revolucionario, y no tiene nada que ver con el hecho de que la Villa Rica de la Vera Cruz fue la llave que abrió este continente a una cosa fundamental de la civilidad y llamada “Derecho Romano”).

Pasando por la garita de Hidalgo, o por el Paso del Río Grande, la pregunta me inquieta: ¿vamos al Nuevo México o al New Mexico? Es lo mismo pero dicho de forma diferente. Por cierto, al Paso del Norte le pusieron ¡Ciudad Juárez! Santa Fe en el Nuevo México que tenemos que hacer; o va a ser un New Mexico madinusa… ¿Qué sigue en el rumbo del Old Mexico? Si lo averiguas me lo dices, y ojalá y averigüen allá que tenemos que compartir una Santa Fe del futuro porque poéticamente sigue siendo válido el “¡nos salvamos juntos o nos hundimos ambos!”. El ‘old’ y el ‘new’…

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