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Ocurrencias

Y Luego…

Por Alvargonzález; 6 de febrero de 1997

De pronto se me ocurrió que la vida no es sino eso: una ocurrencia llena de eso: de ocurrencias. Espero no quitarte demasiado tiempo contándote algunas muy mías y últimas, pero no sin antes aprovechar el viaje para denunciar a los muy faltos de ingenio romanos para de una cosa tan simple y muscular como correr, derivaron denominativos para cosas a veces muy concretas y otras bastante abstractas: corre el río, escurre el agua, curriculum es la vida de quienes somos comunes y corrientes. ¿Corriente eléctrica? Sí, andando la tecnología el ‘currere’ romano sirvió para describir el desplazamiento de electrones. ¡Correr! A muy alta velocidad se desplazan los pensamientos –que algunas veces se convierten en acciones–, y por ello son o-currencias.

Un día ocurrió que mis padres me tuvieron y ninguna duda acerca de ello, ¡qué va!, pues eso tuvo lugar hace exactamente 18,265 días, lo cual se traduce en 50 años más 3 días. No creo ser muy singular en el hecho de que me guste significar mi cumpleaños de manera especial y que el día se convierta en un recuento de lo ocurrido o verificación curricular. ¿Tú no lo haces?

¡Vaya ocurrencias de la vida! De pronto me tenía preparado como regalo cincuentenal, el desempleo. Tal cual, y esa palabra que se oye crujiente y rugiente alrededor, poco se sabe lo que significa hasta que le muerde a uno y en partes blandas. Sí, la empresa desde cuya antena me desempeñaba a mis anchas como verbotraficante quedó ‘merged’ (oigo que los especialistas llaman ‘merging’ a esos procesos entre pececillos y tiburones), y gracias a ello los laborantes del canal quedamos ¡sumergidos! en la estadística del sin quehacer, tan saturada de nada-dores socioeconómicos. Aitoy

La ocurrencia laboral con mi aniversario –qué quieres– me puso a pensar en macro y en micro; en colectivo y en personal, y en imágenes repetitivas en ambas escalas. En escenas ya vistas.

Poco sé yo de administración empresarial. Nada. Algo, sí, de la historia remota y no tanto de la ciudad ésta donde mis padres tuvieron la feliz ocurrencia de tenerme. Por ello me pregunto: ¿qué pasó con la casta urbana? Digo, la casta empresarial, y con ello no hago referencia a doncellez alguna, sino al ingenio formidable que se requiere para mantener la plaza con cierta inexpugnabilidad. Como veedor o espectador de la macro batalla comer­cial global, la expresión “conquista de mercados” me retumba por bélica, y en un mundo globalizado en donde el tér­mino “independencia” ya no existe al haber sido sustituido por el de la inter­dependencia que tampoco nadie da sino que se obtiene con esfuerzo y habilidad. Interdependencia proporcional en el toma-y-daca.

Como amante de la Historia, sé que el Federalismo fue una ocurrencia del siglo anterior. Bonito nombre para un sistema que peca capitalmente de un centralismo furibundo del que pende la encantadora provincia mexicana. Así, el marginamiento canalero me parece un nuevo colofón a un añejo proceso que muestra que la casta empresarial tapatía está muy desgastada. En la defensa razonable de la plaza, bastión tras bastión han caído, y cada vez más somos una pro-vincia, pro-vencida con más plazas ¡para los de fuera!

Ya te enterarás de las celebracio­nes del 455 aniversario de una Guadalajara que fue fundada cuatro veces, y quizá sería tiempo de re-fundar con ingeniería genética un hato empresarial bien forrajeado con pastura verde, pero cuyo vigor ofensivo y defensivo es manifiestamente raquítico.

Insisto en que poco sé de empresas o de administración; algo, por los 27 años que en esto llevo, algo sé de ¿‘bro­adcasting’? Déjame usar ese término tan britón como agrícola para subrayar la necesidad de que haya buenos me­dios de comunicación locales; así con un término que del campo se subió a la antena y luego de la domesticación del hertzio. ‘Broad’ (ancho), ‘cast’ (siembra), significa sembrar al voleo, como es el caso del trigo y no del maíz, y esa es función primordial de los medios y de acuerdo a las características de la pro­pia tierra. Esa la tragedia de los medios tapatíos, consumidores en altísimo gra­do de las semillas del altiplano. De allá pa’cá, todo; de aquí pa’allá, no les inte­resa nada. De aquí pa’aquí… mejor cambiemos de tema.

Cincuenta-cero ese mi marcador personal. Empezar de nuevo con mi micro empresa dedicada al verbotráfico; juntar tablitas del naufragio para hacer otra balsa. ¿Experiencia? Bonita palabra esa de ‘ex-perire’, que no viene a ser otra cosa sino contemplar creativamente ¡las muertes pasadas! Sí, ‘perire’ es morir y paulatinamente –se­gundo a segundo–, año a año, menos tiempo. Ni modo.

“El corrido mexicano”, título anun­ciado para obra en ciernes; bonito nombre para autobiografía, y con la certeza de que me han eso: ¡corrido!, hasta ahora no por incompetente. Así, a vuelamano unos barruntos de historias más jugosas, sobre mis defenestraciones.

Cuando en el Banco vi aparecer al Ingeniero y como jefe mío, me dije: “vas pa fuera Álvaro”. ¿Cuál Banco? Uno que se llamaba Banco de Zamora y al que le inventamos su novedoso nombre allá por 1978. Dicho y hecho, las rencillas colegiales me las cobró el Ing. depositándome en la rúa. ¿De la antena universitaria? El-en-turno director decidió jugar ‘nintendo’ conmigo, y salí despedido de una institución aparejada en mutualidad: recién inaugurada la antena universitaria, inauguré mi vicio de volar con la lengua desde antenas insospechadas. Fíjate si será vicio: de los quince ininterrumpidos años que colaboré con la emisora, los ocho fina­les mi cheque nominal se evaporó en el laberinto administrativo, pero con todo, mi gratitud a mi escuela de vo­ceo. En Radio Mil hacía radio de me­dianoche. “¿Por qué no vienes más seguido a visitarnos de día?”, me pre­guntaban cuando me aparecía en horas decentes. “Porque si el dueño se da cuenta de que aquí trabajo, me corre”, decía como excusa y confiado en que el propietario –muy mayor– no le pegaría la oreja al transistor a mediano­che para dictaminar que lo que hago ¡no es comercial! (¿cuántas veces se me ha dicho eso?). Pos ándale que un mal día y peor mañana, la voz del director de la emisora en el teléfono: “ya te oyó el dueño…”. ¡Año y medio esperándolo! ¿Y la corrida del quesque mejor clú de la ciudá? Otro día te la cuento y podremos discutir sobre metodologías del corrimiento: “pos la sección donde escribías ya desapareció”, se me dijo en conocido y secular diario local; y después de una veintena de llamadas, desistí en tratar de averiguar por qué dejaron de aparecer mis colaboracio­nes dominicales en otro diario quesque “nacional”, y cuyas oficinas están por Reforma y cerquita del monumento a la Victoria Alada de Samotracia o Nijé ¿Nike? O tal vez te sonrías al enterarte de que Toynbee tenía razón cuando afirmaba que la historia es repetitiva: una noche llegué a trabajar a una emisora local y me dijeron que ya no había conversa: “Pos ya la compró un grupo de México y la programación va a cam­biar”.

“Guadalajara ¿qué sigue…?”, re-pu­blicación de un libraco que temerariamente eché a circular hace cinco años. Lunes, miércoles y viernes, de siete a ocho de la tarde-noche, acudo con mi proveedor oficial de tinta (artículo de primera necesidad para los verbotrafi­cantes) por si quieres que converse­mos. En todo caso, si te interesa esa pregunta del ¿qué sigue…?, allí está en venta –en el Libro Bar-Ato–, un libro difícil de conseguir pero fácil de leer.

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