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Panteonismo

Y Luego…

Por Alvargonzález; 31 de octubre de 1996

Te advierto: una cosa es viajar y otra turistear. El viajero va, ve y aprende que hay otras formas de buscar la felicidad, tan válidas como la forma personal; el turista va, se saca unas fotos y regresa a contar que estuvo allá y a mostrar lo que compró mientras se desplazaba a velocidad de ‘vtp’ entre fronteras y países que “conoció”. ¿Nunca te has encontrado con alguien que te haya dicho “ya conozco ¡toda Europa!”? Así: toda, y dicho con sencilla imbecilidad.

El viajero sabe que hay una forma infalible de adentrarse en modos y maneras de ser distantes geográficamente y anímicamente, ajena al turista galopante en manada: visitar iglesias en la hora del culto comunitario, y asomarse a los panteones, a fin de advertir cómo ritualmente se asume el misterio final. Iglesias y panteones, no necesariamente en ese orden, revelan el fondo de esencias nacionales. ¿Panteones? De iglesias, si quieres, otro día hablamos.

Panteones, cementerios, camposantos, jardines-del-nomiolvides, aparentemente la misma cosa pero las palabras, recuerda, tienen matices muy sutiles. Eso de “panteones” resulta algo entre elástico y teológico y debido a las complejidades que alcanzó la tal teología entre los romanos, tan dedicados a la importación de dioses extranjeros que rebautizaban: a Palas Atenea la convirtieron en Minerva, a Hera la reciclaron como Juno para volverla a unir con Zéuz reconvertido en Júpiter, en tanto Artemisa asumió el nuevo y romano nombre de ¡Diana! Y a esos dioses de importación debió sumarse la producción local no poco significativa, lo que hizo necesaria la creación de un templo único para congregarles: el Panteón, para ‘Pan’ –todos–, ‘theos’ –los dioses–. Por una transposición que asume que algo de divino tenemos los seres humanos, el lugar de destino final de los biodegradables seres que somos, recibió el mismo nombre: Panteón.

Por su parte el cementerio no viene a ser sino el acarreo verbal y multisecular que iguala la muerte con un sueño muy prolongado y ¿descansador? Misterio perenne, pero en todo caso el ‘Koimeterio’ griego se traduce como “dormitorio”, tal cual. Al cementerio se va a dormir, en sentido literal y por exigencia del nombre dado al lugar.

El término “camposanto” cada vez está más en desuso. ¿Campo y santo? Costumbre generalizada que prevaleció hasta el siglo pasado, de sepultar a los fieles difuntos en sagrado o en terreno templario. Si algún día tienes tiempo y te aventuras por las riberas de Cajititlán, advertirás que aún los atrios de los añejos templos franciscanos cumplen con la función de dormitorios para quienes allí descansan ¿en paz? Ve tú a saber… Con todo y la supuesta función igualitaria de la muerte, a los difuntos de alcurnia se les sepultaba en el interior de los templos, y no son pocas las crónicas coloniales que mencionan el hedor nauseabundo de algunas iglesias. Si quieres un día ve a Sombrerete, en Zacatecas, y observa el piso del templo de La Santa Vera Cruz, todo él con puertas de acceso a las tumbas. Por cierto, a los suicidas y ejecutados por determinadas causas –ritual del tiempo colonial–, se les negaba sepultura “en sagrado”, y alguna cofradía se encargaba de ir a arrojar el cadáver fuera de la población, ese cuerpo sin más cobertura que un petate del cual finalmente también se le despojaba. ¿Has oído eso de “a mí no me asustan con el petate del muerto”? Todavía se dice, y haciendo alusión a aquel regresar de la cofradía con eso: con el petate del muerto.

Ritos panteonarios, ritos delatores de idiosincrasias. ¿Jardines del Nomeolvides? Novedosa forma éstos fraccionamientos de gran lujo para deshechos orgánicos de igual jerarquía, que manifiestan una modificación sustancial a nuestros ritos panteonarios.

Dentro de las culturas anglosajonas, la muerte también ocurre (¡vaya obviedad!), pero ¡cuidado con mencionarla! Así en las pequeñas lápidas, la palabra muerte –death– se disfraza con eufemismos: ‘passed away’ o el ‘here sleeps’ y cosas por el estilo en tono “se marchó” o “duerme aquí”. Tombstone, nombre del pueblo en Arizona, es el símbolo del culto mínimo y anglosajón a la muerte: una piedra –stone– sobre la tumba –tomb– y nada de monumentos funerarios. Así son los jardines-del-nomiolvides, de nuestra moderna asimilación a rituales que marcan cambios profundos o conversión insospechada. ¿Estaremos cambiando? Dímelo tú…

A mediados del siglo pasado, el Estado Mexicano nacionalizó a los muertos. Suena raro ¿no es cierto? Mediante la legislación que creó el Panteón Civil, el culto funerario fue quitado a la Iglesia Católica y los camposantos pasaron a ser campos-estatales-laicos al unísono de la desamortización (para literalmente quitarles “lo muerto”) a los bienes eclesiásticos que en no pocos casos pasaron a manos de los compadres (Juan A. Mateos, muy amigo del-en-turno, se quedó con todo el convento de Santa Clara en México). Pero más allá de la intención y justeza de tales medidas, un hecho: el panteón civil siguió siendo templario, en una especie de reacción subconsciente: “si ya mis restos no pueden quedar junto o en el templo, que sobre ellos se construya uno”.

Así la arquitectura panteonaria del México Liberal –liberante debía haber sido–, es exquisitamente templaria o capillesca y sin dejar de lado la influencia del Rey Mausolo. ¿No supiste quién fue? Aquel que hace cosa de tres mil años y en Grecia ordenó se le construyera una tumba inigualable (que ahora está en el Museo Británico) y que dio origen a los ¡mausoleos! Sí, insisto, la arquitectura panteonaria luego de la nacionalización de la tierra para los deshechos orgánicos que llevamos puestos, es un exuberante culto a la muerte.

“Pero todo pasa… porque lo nuestro es pasar…”, y ahora ya pasamos a una nueva etapa reflejante de algo que no es superficial. Si viajas asómate a los panteones y verás reflejada el alma de los que viven por allí. Y si puedes adquiere tu propiedad ¡‘ad aeternum’! en Jardinesdelnomiolvides… Puro pasto inglés, garantizado pa’siempre.

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