Saltar al contenido

Pelopiel

Y Luego…

Por Alvargonzález; 26 de abril de 1997

Los encontraron, desnudos, y ni du­darlo de ello, ambos muertos y en la tina. Sus nombres, Ray y Mildred Con­nett, seguro te significan mucho menos que esa parte fundamental de la noti­cia: estaban desnudos…

Ve tú a saber cuántos miles de años tuvieron que pasar a fin de que el inge­nio humano inventara los botones; sí, esos que unen camisas y que mantie­nen en su sitio ropas y ropajes. Algo que vemos tan cotidiana y simplemente, sin lugar a dudas fue el resultado no de investigaciones sino de deducciones concluyentes. Antes de la aparición de ese objeto perforado que mediante la aguja puede ser cosido a la tela –y su contra parte receptiva, el ojal–, sólo había dos alternativas: o calzarse (tal cual) en la ropa –injertarse en ella–, o anudarla. Sí, mediante nudos mante­nerla en su lugar, o bien los trapos di­rectamente, o bien con cordoncillos anudables.

No sé si tengas tiempo, y más que eso la posibilidad y las ganas, pero ob­serva pinturas antiguas y advertirás que no es sino hasta hace muy poco tiempo relativamente, que en los cuadros son visibles los botones. Antes de ellos el trapaje debía ser sostenido sobre la piel con métodos muy primitivos y que no evolucionaron hasta que alguien –es­toy convencido de que fue una mujer–­ se le ocurrió una tecnología que no tiene nada de sencilla, porque aparte de la elaboración de las piececillas, lo esencial es la perforación de ellas. Tan co­mún hoy, y tan masiva su elaboración, que no advertimos el significativo paso que implicó la popularización de su uso.

Ni he olvidado a Ray ni a Mildred, a quienes se les encontró encuerados en la tina, y muertos. Si te cuento de pa­sada una memorable estancia en el Par­lamento Británico. Más que a mí, a un amigo alemán se le ocurrió que fuéramos al epicentro del complicado siste­ma parlamentario de Gran Bretaña. Hans tiene (debe seguirlo teniendo) un raro sentido del humor, pues recuerdo que cuando ingresábamos al Temple, la Corte de Justicia Civil del ex-imperio, me hizo caer en la cuenta de que las pe­lucas de los magistrados según eso eran fabricadas con crines de blancos caballos, y a partir de esa notificación la pregunta: “¿Te imaginas qué tipo de justicia puede salir de bajo la cola de un caballo…?”. No sé por qué, cuando después iba a deambular por Temple Court percibía una especie de olorcillo a pasojo o boñiga, y gracias a los comentarios siempre revestidos de pregunta del germánico Hans. Total, después de una moderada cola entramos en la cámara de los Lores para presenciar el debate del día, y debe haber sido muy intrascendente, pues no debimos de esperar gran cosa. El espectáculo dentro de Westminster litúrgicamente majestuoso y pleno de simbolismos como esa enorme paca de lana –sí, lana de borregos– puesta allí en el medio de ese teatro tan britón como parlamentario. ¿Has visto a los Lores? Algo así como el equivalente de nuestros senadores –que son el equivalente de la Cámara Alta de Washington–, pero revestidos con una ceremoniosidad rutilante. Capas, pelucas, la sula del Speaker (explicar lo que es tomaría muchos minutos que no te quiero quitar en nuestra conversación acerca de nudos y botones). Visualmente (espero que los hijos de su majestad Isabel lo entiendan), como espectáculo es fascinante. Pero iba con Hans, quien justo en el momento de apertura de la sesión, salió con su pregunta: “¿Te los imaginas a todos encuerados…?”. ¡Horror!

Bajo aquellas capas, bajo aquellas pelucas, bajo aquella pomposa liturgia parlamentaria… seres humanos. ¿Desnudos? La seriedad se perdería.

Ray y Mildred tenían en el momento de su muerte (¿suicidio?) 82 años. De ellos habían devocionado (tal cual) algo más de cincuenta al apostolado del nudismo. ¿Percibes el significado consonante de las palabras? Sí, durante milenios el ser humano para despojarse de sus vestimentas era preciso que desanudara aquí y allá, el verbo prevaleció y en más de un idioma. Él, un trabajador del servicio postal canadiense, en los cuarentas comenzó su “apostolado”, lo cual le sitúa o bien como un loco prematuro, o como un visionario. ¿Naturista?

Hay una estadística que me gusta repetir porque marca una diferencia radical entre el nórdico y el ‘súrico’ o suriano. En la Plaza Roja de Moscú, el promedio de luz solar directa entre los meses de octubre y mayo no llega a quince minutos diarios; así, de sol sin nubes estorbantes. Los moscovitas ven el sol y tratan de untárselo. En Vladivostok, el puerto más nórdico de la ex URSS, en las guarderías infantiles tienen que exponer a los niños a luz ultravioleta a fin de ayudar al metabolismo tan carente de sol. Así nada extraño lo que pudiera ser en principio la des-nudez nórdica en playas vacacionales a donde acude precisamente a asolearse; a usar algo tan de primera necesidad y de lo que está tan lleno el tercero y tan vacío el primer mundo.

En Canadá no le fue muy bien a Connett con su visionaria intención de establecer campos nudistas. ¡Imagínate el frío! Emigrado a California, allí sí y bajo el sol y bajo la repetida afirmación de que “los nudistas no somos seres perversos o perversantes; ni tampoco ninfomaniáticos (as) o francachelescos… simplemente personas que no dependemos de la ropa…”. Seres normales –decía mientras nos o me deja con la simpática duda de qué será la tal “normalidad”–, a los que les da la respetable gana de estar bien… encuerados. Así, compró un raquítico olivar californiano e hizo su club que ahora es una cooperativa propiedad de sus dos mil miembros inscritos. Prohibidas dentro las cámaras; prohibido el alcohol, y si una pareja solicitaba ingresar al revelante club, debía mostrar su acta de matrimonio. “Cuando tenemos las ropas puestas, estamos disfrazados. Tal marca, tal vestido, tal atuendo… los pantalones así o de tal color y tela. Pero cuando uno está desnudo, sin nada más que sandalias, no puedes diferenciar clases ni encasillar en categorías…”. ¿Será? Quizá empiecen a funcionar otro tipo de categorías más primitivas y ¿válidas?

Hace unos años, la Asociación Norteamericana de Clubes Nudistas otorgó a Ray y a Mildred una medalla al mérito. El problema es que no tenía dónde ponérsela. Por cierto, se me había olvidado decirte que aparte de nudos, los alfileres eran de gran utilidad para el mantenimiento pudendo de los ropajes durante tiempos idos. ¿Se puede uno colgar medallas con algo más que alfileres? ¿Clavarlos, dónde?

Cualquiera que haya sido la causa, muertos los encontraron, y como muchos años habían vivido: con sólo su atuendo de pelopiel natal. Por cierto, y por si te interesa, ando vendiendo acciones para el primer club nudista local…

Táte bien y luego… te busco.

Comparte si te ha gustado

2 comentarios en «Pelopiel»

  1. Tambien hubo en esta ciudad paseos nudistas en bicicleta…. te imaginas andar en bicicleta desnudo? toda una proesa, hombres y mujeres (jovenes) desnudos montando bicicleta

  2. Pues hubo un artista que vino a México a retratar a cientos de encuerados y encueradas. Haciendo figuras y quedaron para la posteridad.
    ¿Qué habrán sentido, pensado tenido en esa experiencia dichos participantes?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.