Y Luego…
Por Alvargonzález; 19 de julio de 1997
“Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo…”. Y mira que no creo que a nadie le interese lo más mínimo reproducir lo que se me ocurre decirte desde un recuadro papelero, pero con eso de que las comadres se andan peleando por los derechos de autor, se me ocurre que podemos conversar algo sobre la paternidad intelectual y las quesque enérgicas prohibiciones que tratan de proteger ideas. ¿Contra quién? Contra el pirata que vive… dentro de nosotros. ¿Quieres es a tu pirata personal?
Si la simpática legislación que nos ampara –y le llamo “simpática” para abreviar un término que sonaría a simpatética– no puede inculpar de robo a un individuo que hormigueó decenas de millones de dólares a sus arcones suizos, ¿tú crees que pueda determinar algo acerca del robo de ideas? Los millones de dólares son algo tangible, contable, y no vaporosos como los conceptos. ¿Te robas ideas tú? Yo tampoco. ¿Has robado algo más que ideas a lo largo de tu vida? Yo tampoco… lo reconozco y menos en público.
Quién sabe de qué pasta cósmica estamos hechos los seres humanos, pero ni es necesario recurrir a encuestas ni a estudios de los Obviólogos del Colegio de Altos Estudios de Obviología, con sede Tajimaroa, para alcanzar una conclusión gloriosa: el ser humano es el animal más perezoso de la creación. La Historia de la Ciencia Aplicada no es sino el recuento de la reducción del esfuerzo para la supervivencia. Historia llena de desgraciados inventos cuyo ejemplo más elocuente es el automóvil. ¡Para cuántos no es una desgracia existencial que el auto no pueda aproximarlos hasta la misma puerta de donde van! ¿Caminar? Horror. Y las ciudades, supuesto albergue felicitante de ciudadanos, hechas para que el automóvil sea feliz, esa máquina tensionante en torno a la cual giran sueños, ilusiones y frustras pelustras. Quizá en ese mismo fundamento –la infinita pereza del ser humano– se sustente el pirata que navega dentro de nuestro torrente sanguíneo más o menos encubierto o tuerto; más o menos paticojo o ágil.
Malas noticias: el ser humano tiene fallas de origen. La tendencia a la piratería que existe en nosotros –claro, más en mí que en ti–, no es otra cosa que la tendencia a repletar nuestras necesidades reales o ficticias, con mínimo esfuerzo y que deriva en el ¡Robo! Buenas noticias: parece que la pereza cameral va a concluir con los nuevos diputados. Contra el robo, sólo la Ley.
Desde siempre, y cuando el Mar Mediterráneo era el centro de la tierra conocida –‘medi-terra’, o el medio de la tierra–, allí navegaban los tales piratas; cosecheros de esfuerzo ajeno. Pa qué sudarle más de lo necesario al asunto… Para el siglo XVII el robo marítimo se convirtió en verdadera empresa avalada para gobiernos decentes. La muy honorable Isabel –se proclamó Reina Virgen–, soltó a sus “perros del mar”. ¿Para qué arriesgarse a rascar la tierra y exponerse a la falta de sensibilidad chichimeca que arrasaba fundos mineros, si podían cosechar los metales depurados en medio de la mar? Se extendían certificados de navegación o Patentes de Curso (tal cual) para que los perros no se fueran a morder por los mismos filetones. Esos fueron los corsarios, quienes dentro de su simbología –“semiótica” ¡uf!– profesional se colgaban una arracada a la oreja cuando cruzaban el terrible Estrecho de Magallanes para enfilar por el Pacifico. Y los aficionados al robo caribeño, luego de aprender de los aborígenes una forma de secar la carne para provisión de boca, tomaron el nombre de esos tasajos o ‘bucanos’: esos los bucaneros.
Holandeses –denominados ‘Pichilingues’, como derivativo del hanseático puerto de donde zarpaban–, franceses –que se piratearon en su camino a España el mismo Penacho de Moctezuma–, y por supuesto Ingleses, primero expectantes y luego asaltantes de ciudades. Nomás, para que te des una idea de la vinculación Historia-Marquetín, la figura del pirata-ladrón, es mucho más reverenciada que la de individuos que con un esfuerzo superlativo –de ellos y sus familias– crearon fundos, reales y ciudades como Guanajuato, Zacatecas, Sombrerete, Bolaños o San Felipe de Chihuahua. Por cierto, el otro día leí que se va a reconstruir la muralla de Campeche, defensa contra piratas que no soportó la piratería rapaz de bienes raíces. Pero en todo caso el pirata ha sido glorificado por jolivud.
Pero te insisto en que el ladronzuelo que nos acompaña desde que asumimos conciencia de ser, durante siglos fue controlado por una extraña fórmula llamada “temor de Dios”, y que por lo que quieras y gustes, ha sufrido un proceso notable de devaluación y no ha sido sustituido gloriosamente por el temor a las leyes terrenales. ¿Te acuerdas de aquello de que “para las leyes, las muelles”? Procedimientos flexibilizadores que hacen de la dura ‘lex’, mero chicle. Por eso también aquello que te decía de la esperanza de que el desperezamiento cameral ponga freno legal a la piratería desbocada. ¿Es otra cosa el robo de trailers?
Lo que sí es otra cosa es robo de ideas, y allí me temo que el proceso internacional se ha entrampado en su propia paradoja. Una cosa es inventar, otra patentar, y otra detentar. Tú y yo (de nuevo, más yo que tú) somos copiones compulsivos. Ni modo que nos la pasemos inventando nuestra propia originalidad. ¡Imposible e impensable! En ese sentido nos apropiamos de lo que otros inventan y lo detentamos como propio, incluso a pesar de patentes o derechos de autor. No sé por qué he llegado a pensar en que la paternidad intelectual tiene que resignarse a ser un mero padrinazgo. ¿No quieres que te copien tus ideas? Duerme con una mordaza, no vaya a ser que hables en sueños.
La tecnología del copiado paradójicamente está al alcance de todos ¡con todo y sus patentes! ¿Qué hacen los fabricantes de calzado? Ir, comprar chanclas, desarmarlas y reproducirlas; igual los que hacen ropa. Y eso es de artículos tangibles, y no me refiero a las vaporosas producciones intelectuales que cargan y recargan la cibernética (término también profundamente marítimo, pues el ‘kyberno’ era el que llevaba el gobernable del navío). Además, ¿qué tribunal internacional va a sentar en el banquillo de los acusados a un Japón que ganó la postguerra, ¡copiando!? O a la emergente China, que a pocos días de que los de USA echaron a andar por Marte su alifafe tecnológico, invadieron el mercado de juguetes de la madrepatria (USA) con una réplica exacta del cachivache.
El impensable siglo XX –que insisto tiene dos mitades irreconciliables en apariencia–, ha procreado una piratería de dimensiones monumentales. Creo que son hermosos los galimatías que se construyen en torno a los “derechos de autor”.
Termino, ahora sí y como empecé: te advierto, si me copias una sola idea, palabra o párrafo de este brillante artículo, ¡te demando! Ja, ja, ja, ja… ¿No te da risa el pleito de las comadres chismosas “lo sé por eso y metiéndonos en su pestilente ajo”. A mí me dan náuseas.
Táte bien y luego… te busco.