Y Luego…
Por Alvargonzález; 10 de abril de 1997
Por favor no juzgues a nadie por las apariencias, pero por favor tampoco te olvides que todo mundo nos juzga por ellas. El hecho de que tú y yo no nos dejemos guiar por las tales apariencias, nos sitúa dentro de la excepcionalidad. ¿No es cierto?
Difícil no caer en el engaño de cosas y personas que parecen y no son, y creo se requiere de inteligencia superior para no ser víctima de aparencias o apariencias, que de ambas formas dicho lo mismo es. Difícil no ser atrapado por todo un mecanismo multimodal y poderoso destinado precisamente a eso, y no de ahora, pero hoyendía más formidable que nunca.
Hay por allí una palabra que no he alcanzado a fundamentar con algo más que su consonancia marítima y náutica, y luego de andar observando barcos y barcazas en museos marítimos. Sucede que la quilla es una pieza de madera o de hierro que corre de proa a popa por la parte inferior de la embarcación y consolidando la nave más o menos discretamente y que en sentido estricto es un elemento soportante. ¿A qué te suena la palabra maquillaje? Quizá en un sentido metafórico sea todo aquello que nos da la posibilidad de navegación social; ese refuerzo, que como la quilla, acaba siendo imprescindible para impedir que se descuaderne nuestro frágil e inseguro barquichuelo personal. Si los demás nos vieran como realmente somos… ¿No recurres tú al maquillaje? Y al preguntarte eso me estoy refiriendo a algo más que al equivalente de aquellos polvos de arroz que la tía Pirina utilizaba para hacer rubicundos sus marchitos cachetes. Maquillarse no sólo es pintarse o teñirse, qué va.
Navegantes en el océano de las apariencias, y al decirlo así recurro a mi elemental derecho de ser cursi; y en medio de todo, todos tratando más o menos seriamente de discernir la verdad. Difícil, y mira que ni siquiera me refiero al engañoso universo de las apariencias políticas, sino al más simplón de la vanidad humana, cualquiera el sexo.
Que las mujeres árabes utilizaran hace largos siglos un polvo imperceptible para realzar la belleza de sus ojos –y que ese polvo fuera tan fino, inatrapable e impalpablemente espiritual, que los alquimistas le tomaran el nombre para denominar al vaporoso alcohol–, no fue sino el remoto origen de una industria que ha logrado hacer casi impalpable la diferencia entre la esencia humana y su maquillaje; conferirle valía al ser por su maquillaje y no por su estructura fundamental. ¿Juzgas por las apariencias? Yo tampoco…
Eso es algo novedosísimo en su dimensión, y producto del marquetín contemporáneo. Nunca antes en la historia de la humanidad, con tal magnitud los símbolos habían desplazado al sustantivo, o al elemento sustentante.
Maquillaje es cubrir la vergonzante desnudez personal (y digo “vergonzante” porque pocos tenemos un cuerpo perfecto). ¿De qué marca son tus trapos? Porque hay marcas y marcas; y tampoco es lo mismo un fierraje rodante llamado “Vagón del Pueblo” –claro que dicho en alemán, ‘Volkswagen’, suena mucho más elegante–, que ser un automovilista que pregona la “Mística” –que también dicho en francés, ‘Mystique’, retumba por su rimbombancia–. Montaje fenomenal de apariencias ejecutado por el bienaventurado marquetín, en el que los seres humanos somos marca de auto, marca de ropa, de anteojos para el sol, zapatos, carteras, relojes y alifafes de toda índole. ¿De qué marca eres tú? O mejor dicho, ¿de cuáles? La quilla no es el barco… ¡Maquillaje! Pero ¿quiénes somos en realidad, más allá de apariencias?
Uno de los grandes misterios de la ciencia contemporánea, es el hecho de que las mujeres (el 93.7%), al llegar a cierta edad, se convierten en rubias pelirrojas y gracias a la petroquímica. Nada malo, creo, en el viraje de color capilar. Lo que tal vez sea desproporcionado, es la creación exacerbada de un mundo donde la vanidad –hermana de leche de las apariencias– sea el fundamento de una hipotética civilización. A mí me parece aterrador.
Tú, yo, todos, y por el simple hecho de encajar más o menos dentro de la categoría de humanos, somos eso: vanidosos. Si me equivoco, el animal racional es el único que recurre al maquillaje; a la engañifa lógica dentro de ciertos márgenes de tolerancia que han quedado totalmente desbordados por la tecnología. Lo’trodía leí una conversión estadística que se me hizo mucho más comprensible que los áridos números, pues expresaba que la grasa extraída en 1995 por liposucciones en el país más americano del continente tan americano, equivalía al peso de cuatro elefantes africanos, machos (y supongo que las hembras son más pesopluma en tan africana especie). Magnifico, sólo que hacer girar el valor intrínseco del ser humano en torno a las apariencias pudiera ser un poquitín delicado.
Una de las intenciones del maquillaje es de-mostrar al otro un cuerpo rozagante; feliz. Eso es: pregonar una felicidad quillada; reforzada exteriormente para navegar con solvencia en el océano –otra vez cursi– de las apariencias. Pero ¿si el barco es más pintura que estructura, qué? ¿Puede navegar?
La sociedad matriz de la monstruosa industria del maquillaje que pregona al mundo que no hay otra forma de alcanzar la felicidad, sino siguiendo su cuaderna vía, pareciera que tras sus pectorales tan llenos de silicón, y tras su rostro tan restirado, tuviera una cara de bostezo y aburrimiento; un cuerpo avejentado y desalentado. Con el cabello teñido para darse un tono juvenil, esa sociedad, matriz y modulante del aparente “deber ser” –deber de aparentar–, pareciera que se le está craquelando su profunda capa de maquillaje.
Según informaciones que la NASA no ha difundido –todo lo relativo a la ovnilatría la NASA se lo acapara y no reparte–, los que aburridos de tanta felicidad se fueron en grupo a la cola del cometa, fueron devueltos por no llevar su visa. ¡Por indocumentados! Sí, esos que emprendieron el vuelo desde el Rancho Santa Fe. ¿Se puede tener fe en un mundo de apariencias? ¿Apariencias madinjólivud?
Dicen los enterados que el más colosal imperio que ha conocido la historia humana –el Romano–, cuando se olvidó del espíritu y empezó a centrarse en el sólo cuerpo ¡paf! Quizá lo malo de ese olvido colectivo, es que ahora –gracias al marquetín– todos estamos metidos en lo mismo. Por favor, no juzgues por las apariencias… a pesar de que todos te juzgan por ellas. Yo, aparentemente, también.
Definitivamente el maquillaje en las mujeres les da seguridad, pero debe haber más razones que desconozco.
Los gerentes y políticos también son expertos en maquillar resultados.