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Recuentos

Y Luego…

Por Alvargonzález; 20 de abril de 1996

Ninguno pasó la prueba; digo, nin­guno de esos niños a los que pedí que me contaran la película-en-turno, pero bajo dos condiciones bien establecidas: que no podrían utilizar en su recuento ni la expresión “y luego…” ni tampoco decir “entonces”. A la tercera ocasión en que usaran cualquiera de esas frases recurrentes, quedaban fuera del juego.

Ninguno pasó la prueba, ¿te digo por qué? Porque es imposible contar una historia –tan real o tan ficticia como todas las historias– sin hilvanarla con sus antecedentes y con sus consecuencias. El “entonces”, deja su lugar al “y luego…”.

Historias chocantes y de frente contra el futuro. Eso somos, individual y colectivamente.

Si quieres haz la prueba y con adultos más o menos analfabetas como todos somos en estos tiempos en los que ya ni leemos ni escribimos; o sea que el alfabeto apenas si lo sabemos usar para hablar y medio darnos a en­tender. No te horrorices si con estadísticas de científicos norteamericanos (que me da pereza citar para no ensu­ciar con números nuestra conversación) te digo que en la madre patria contemporánea, los egresados de pre­pa –‘high school’– apenas saben leer y apenas saben redactar una frase utilizando puntos y comas correctamente. Y si eso ocurre en el modelito a seguir, “entonces…”.

¡Pensar que la escritura nació de la necesidad de contar la propia versión de la historia más allá en tiempo-espa­cio de los oyentes de la conversación! De allí a pensar que al morir la sinta­xis, más la orto y la caligrafía, la histo­ria se nos está muriendo, no hay más que un paso lógico. Pobre historia, tan olvidada. Pero ¿el futuro? Tan temido como siempre.

Lo grave es que con el fallecimiento –por amnesia– de la historia colectiva se nos está falleciendo la posibilidad de construir el futuro. O de trascender. ¿Y luego?

Por deformación propia de quien reclama su derecho ciudadano a contar la propia versión de la tal historia –o sea que no alego pergaminos doctora­les como respaldo a mis decires–, creo que más que ciencia es un pasaporte; pasaporte al futuro, mismo que hay que refrendar y renovar, añadiendo la fotografía actual, integrándola al docu­mento. Eso es el revisionismo: la capa­cidad de ver hechos añejos con luz novedosa.

Durante sexenios y en un país donde el calendario transcurre en esa forma tan singularmente política, se repitió que la suavepatria es joven; tal vez adolescente, y que por ello había que entender sus yerros propios del ir recabando experiencia. Falluca (tal cual) suavepatria, tentaleante y pa’lan­te a pesar de sus fallos fallucos. ¿Po­dría ser de otra forma si apenas estaba aprendiendo? ¿Qué? A ser lo que sería para luego acceder al periodo de madurez. Y luego, museográficamente le aparecieron 300 siglos de eso: de historia, y producto del “ya somos” efímero del sexenio efímero tan telece y, otra vez, tan falluco. ¡Trescientos siglos de historia! Suficientes como para que la suavepatria tuviera ya pelinútil en va­rias zonas de su cuerpo juvenil.

Y entonces, ya te habrás dado cuenta: lo mismo. Estamos empezando; poseemos el secreto de la eterna adolescencia.

Me da la impresión de que el pasa­porte que tenemos para acceder al futuro es falso. Por eso las fronteras con el futuro mejor nos rechazan quizá porque la falsificación sea muy burda, con la fotografía distorsionante y contorsionada. No nos parecemos a lo que somos en este retrato que tiene nuestro pasaporte colectivo.

¿Pero quiénes somos? Buena pre­gunta me haces; buena pregunta histórica: ¿Los mexicanos, quiénes somos?

Lo’tro día, caminando por el jardín de Analco volví a encontrarme con esa estatua de Cuauhtémoc que fue remo­vida de frente al Expiatorio templario; allí –al pie de la estatua–, se lee que es el padre de la mexicanidad. ¿Te digo algo y no te escandalizas? De mi mexi­canidad no es el padre la tal “Águila cayente” (quesque eso significa Cuauhtémoc), sino en todo caso, Tenamaxtle –el de la estatua de enfrente en el mis­mo jardín– sea uno de tantos abuelos de mi compleja mexicanidad. Tampoco es pariente remoto de mi entender nacional, Jacobo, quien cada veintitantas horas me cuenta en qué va la mexica­nidad, tan desorientada dentro de la universalidad. ¿Padres de la mexicani­dad? ¿Ya se puede hablar de todos ellos o seguimos aferrados al pasapor­te que no ha funcionado?

Tu historia y la mía –la que nos re­contamos silentemente en noches de in­somnio– son más complejas que una procedencia genética paternomaterna. “Y entonces…”. La historia siempre se cuenta así, para decir inmediatamente un “y luego…” que tiene anteceden­tes.

Si te dijera que tú y yo somos re­ceptáculos, causa y efecto de la lla­mada aburridamente Historia Universal, no me lo creerías. Y a eso voy y hasta donde lleguemos. Un Infor­mador que se atreve a ventilar mis letras, te permitirá asomarte a través de estas líneas a algo que espero te sorprenda. Si el escribidor no sorprende… ¡que se dedique a otra cosa!

Tú y yo somos historiadores, porque sin memoria –eso es la historia colectiva y personal, recuento memorable– no hay futuro. Y tú y yo tenemos el derecho inalienable de con­tar nuestra propia versión de la histo­ria. Por cierto, ¿cuántas versiones tienes de tu propia biografía?

Lo malo –lo digo por mí– no es tener muchas versiones, sino no aprender a manejar la proporción de mentira-verdad que es toda historia. La tuya y la mía también. ¿La tuya no? ¿La de la suavepatria? ¿La de la quesque urbana y noble ciudad? Allá tú si le clavas el ojo a mis escritos periódicos. Hoy empezamos. ¿Seguimos?

Mezcla de verdades y mentiras es la historia. Pero si la mezcla falla, ¡fallucos somos! ¿Nos ha funcionado nuestra historia colectiva? Sal a la calle y cuéntame. Eso es: la historia es un artículo de primera necesidad funcional. Ay, suavepatria, con amnesia no se puede transitar hacia el futuro.

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2 comentarios en «Recuentos»

  1. ¡Grande, como siempre! Cuantas interrogantes nos expresó y que desgraciadamente la gran mayoría no hemos sabido contestar o ni siquiera nos las hemos planteado.
    Saludes a quienes están haciendo la gran labor de recuperar la verba de este Gran Tapatío y hacer que permanezca entre nosotros. ¡Gracias!

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