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Responso

Y Luego…

Por Alvargonzález; 29 de agosto de 1996

Todo el que escribe tiene la espe­ranza de que sus letras sean leídas, lo cual es una obviedad kilométrica. In­cluso el adolescente que lleva su deshilvanado diario confidencial y ultra secreto, oculta con él la ilusión de que alguien lo lea… y lo entienda (al diario y al adolescente). Mas una cosa es la expectativa y otra la realidad.

El que habla también espera ser oído, y vuelta con mi confesión de que odio lo obvio, pero en ciertas circuns­tancias hay que ingeniárselas para percibir qué entiendes de lo escrito o de lo hablado. Fue así que como hablador a través del hertzio se me ocurrió realizar algo que hubiera sido imposible sin el patrocinio familiar: utilizar una línea de teléfono como capturista de tus potenciales mensajes. Cuando lo hice, na­die aquí ni en la Mesa Central, se valía de tal medio ahora pomposamente bautizado como “buzón de voz”.

Eso que dice al comienzo –respon­so–, no es sino una forma latina de de­cir que respondo. Fíjate, en sentido estricto, todo aquel que responde (por lo que hace) es un ser responsable, y trato de ser más o menos eso. En el caso de la respuesta directa a llama­das, en ocasiones el mensaje capturado es indescifrable, o las condicionantes de horario para que devuelva la ha­blada quedan fuera de mis posibilida­des racionales. También te advierto, la contestadora atrapa en sus entrañas electrónicas los insultos más insospechados o ruidos producto de gargantas humanas autónomas, o sin contacto con el cerebro. ¿Por qué? Como dices tú, quien se exhibe se expone, y eso es la letra y la voz: un aparador donde uno muestra algo de su ser a través de columnas o de antenas.

Hoy en este responso, comparto contigo algunas de las llamadas de las últimas semanas, si bien antes te noti­fico que el tiempodeaguas ha interrumpido –espero momentáneamente– la intención de saber qué piensas. Los altibajos de corriente reventaron la con­testadora que ahora está en terapia o remendaje.

El nombre de Galileo no es común ni comunes los planteamientos de nuestro amigo: “¿se dice el agua o la agua…?”. Alguna vez he pretendido abrir un consultorio gramatical. ¿Para qué? Como tampoco se para qué, me­jor sigo con la intención; tal vez para reiterar que el lenguaje tiene normas ¡a las que no se apega! Y que la preten­dida corrección es un proceso democrático. Si te dijera que da lo mismo decir “el” o “la” agua ¿me creerías? Lo importante es entenderse, y nada mal que digamos que durante el tiempodeaguas las aguas se desbordan.

¿Masculina o femenino? Pronúncialo rápido y ni se nota la diferencia: L’agua

Nuestro amigo Javier con otra pregunta: “¿qué libros clásicos recomiendo, pero que sean amenos…?”. Ninguno y muchos, tal cual.

Alguna vez para el viento de San Sebastián del Oeste, me tocó ver gambusinos lavando arena (¿el arena o la arena?) de los arroyos. Los gránulos de oro se asientan por su peso enorme y se separan; labor cansona y a veces gratificante. Así es la lectura y no sólo de clásicos: hay que encorvarse horas hasta encontrar lo que uno busca.

La salida más fácil a esa pregunta es El Quijote, pero resulta que el tal libraco no es de lectura sino de encuentro, y la teoría nos llevaría ahora a otro rumbo. ¿Lees? En todo caso te recomiendo lo hagas por placer, y sostengo la visión de los gambusinos: hay que menear mucha arena para encontrar los residuos brillantes y valiosos.

Voces anónimas –hay quien no quiere dejar su nombre– que simplemente expresan un “gracias por compartir lo que ves”.

Esa mi función: ver, oír, decir-te-lo. Simple y encantador quehacer, pues no me imagino haciendo otra cosa.

Percibir obviedades también, como en aquella ocasión en que manifesté que los regionalismos no son sino una forma de racismo y que a nuestro amigo Bernardino le pareció que algo había de cierto en ello.

Por su parte nuestra amiga Lolita me sobreestimó, pues ella se tomó la molestia de hablar para que le dé ideas a fin de escribir un texto que tiene en mente. Debo decirte que nunca he servido como maestro de redacción o de estilo, y como tampoco he asistido a taller alguno a que me reparen mi mal letra, carezco de la metodología adecuada.

Además me apego a técnicas muy simplonas como aquella expresada en Alicia en el País de las Maravillas: “que tus palabras digan exactamente lo que quieras que tus palabras digan”. En todo caso agradezco la sobreestima de Lolita.

Macha cosa la ortografía y así ya he llenado dos planas con la tarea que me dejó el Sr. Sánchez: “no es lo mismo has de haber, que haz de hacer…”, y durante cuatro insomnios he memorizado que el billón del ‘Imperial System’ no es igual que nuestro billón, y tan distantes están como los ceros que hay de diferencia entre mil millones y un millón de millones.

Gracias al Sr. Zánches (¿tará bien escrito así?) por leer y corregir ortografía y aritmética.

Uno de los malestares de la lengua es su resequedad; se nos está haciendo quebradiza al estársenos secando. Me sorprende la reducción paulatina del vocabulario, lo cual es un grave problema para los que intentamos manejar el abanico lingüístico en mayor apertura para ventilar la historia.

Así Teresita –tal cual– oyó que dije “inextricablemente difícil”, y luego de consultar su diccionario (‘le petit tu sais quoi’) de hechura francesa, me habló para corregirme y qué bueno ¡porque sostengo lo dicho con toda su reduplicación, inextricablemente sostengo lo dicho!

A su vez el Ing. Venegas quiere que afinemos nuestra columnata a los tiempos presentes tan urgidos de soluciones… que dan todos los columnistas de fondo. ¿De fondo yo? Al vuelo te paso la sugerencia: “que la petroquímica secundaria se licite en México y que tú y yo podamos comprar acciones”.

Buena idea, sólo que huele tanto a petróleo, el bien o malestar de las naciones, que hasta he llegado a pensar si los especialistas del género no serán capaces de revisar la llamada “Nacionalización Petrolera” desde esta orilla del siglo. Como sugerencia la del Ing. Venegas, vale y se aprecia.

Eliseo llamó para compartir su quehacer y su sintonía con lo que a veces expresan estas letras.

Se dedica a trabajar con bandas, y no de sonido, sino de los barrios. Es decir, tratan de auto fabricarse la esperanza, dentro de un sistema que provoca tantos insomnios que ha sido incapaz de crear un sueño colectivo. A su vez, la Srta. Covarrubias afirma que mi labor es semejante a la de lanzar una red. ¿Pescador yo? Todo el que usa de la palabra en público, es eso. ¡Hasta los publicistas! Te digo: hasta inventamos teorías de marquetín

A su vez el maestro Carlos quiere sugerirme temas (que buena falta me hacen), y al responder a su llamada me encuentro con un currículum denso, pues su labor de maestranza le ha puesto en lugares insospechados a lo largo de los años. ¿Retenes o no retenes? La cuestión apunta también hacia quién retiene a los retenedores, o quién sería capaz de hacerlo. Es un hecho que pululan las armas en la plasta urbana embarrada en el Valle de Atemajac. Pero ni tú ni yo podemos acceder a ellas, o al menos a mí no me da la imaginación para saber en dónde se ubican los tianguis de eso: armas. La conversa con el maestro Carlos la sintetizo así: mientras los mejores actuamos con muy magnífica buena voluntad, los peores tienen toda la tecnología. Luego de concluir la llamada me puse a hacer lo que sé: oraciones.

A eso me dedico: sujeto, verbo y complemento forman una oración. Hay otras oraciones que ven y van en sentido vertical, hacia las alturas… ¿Rezas?

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1 comentario en «Responso»

  1. Cuánto dicho al Vallero, como si hoy fuera, lo responsable que sigue siendo. Es delicioso seguir este diálogo y cuánto interés de ida y vuelta.

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