Sepelios

Por Alvargonzález; 3 de noviembre del 2003

“Qué bonito aquel sepelio/ Con su caballito blanco/  Con su caballito negro/  Con su cajita de pino/  Y con su muertito dentro…”

Lo mismo, pero de distinta forma; llevarlos a su propia ciudad; necrópolis, lejos o a distancia discrecional de la ciudad de los vivos.  No había prisa en la despedida: el carruaje tirado por un par de caballos cubiertos con mallones, conducidos por un sota con librea y chistera enfilaba por Pavo-Mezquitán hacia el panteón que tiene el mismo nombre de aquella comunidad indígena que habitaba en la mezquitera adjunta a la ciudad. No había prisa, e incluso los difuntos meritorios hacían el viaje desde el compacto centro urbano al dormitorio -que eso significa ‘cementerio’ o ‘coimeterion’-, a hombro de amigos y familiares. No había prisa, y así recuerdo haber visto partir de su casa por Donato Guerra a la bisabuela Amalia: la carroza-carruaje negro, tirado por dos caballos que echaron a andar cuando chirrió el látigo del cochero y que la mayoría de los dolientes le siguieron  a pie formando el cortejo. A la pequeña ciudad no le estorbaban tanto ni sus muertos ni sus vivos (que son lo mismo pero en diversa presentación).

“Qué bonito aquel sepelio…” Lo mismo, pero de distinta manera, y desde tiempos prehistóricos. Tú sabes: los arqueólogos toman como punto diferenciante y clave entre el ‘homo sapiens’ y los primates superiores que le precedieron, el momento en que empezaron a sepultar a sus difuntos en sitios bien demarcados y ceremoniales. Cuando viajes conoce los panteones y en ellos verás reflejado el espíritu de la población; advierte sus ritos funerarios y ellos te revelarán mucho de la arquitectura anímica de los vivientes.

Carrozas, caballos, mallones, cocheros, de la primera mitad del siglo 20 tapatío, serían impensables en la actualidad cuando el cortejo mucho estorba con sus 40 km/h. Y mira, no es que aquella fuera una idea originaria de aquí; el mismo modelo de carrozas lo vi en añeja funeraria victoriana en  Hercules Rd. ¡en Londres!, pero el oír las herraduras de los caballos sobre pavimentos y empedrados le confería al ceremonial un tono muy diverso al que pueda producir la limusina adaptada para transportar deshechos biodegradables. ¡Oh, miseria humana! El progreso también nos ha alcanzado en las funerarias y en sus ritos.

Ni modo, todo cambia. La ciudad ha crecido y se ha tragado a los cementerios que algún día estuvieron lejanos. Ni modo: hay que recorrer mayores distancias para llevar a los ciudadanos difuntos a esos sitios discrecionales donde sus cuerpos son procesados por la vía rápida -cineraria-, o la terráquea más lenta. Todo cambia, todo pasa. ¡Oh, miseria humana!

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Con la terca esperanza de algún día conocerte, como cada mes, te volvemos a invitar a que acudas a nuestras reuniones del primer sábado de cada mes. En esta ocasión corresponde al día cinco de noviembre y por primera vez estaremos como A. C. totalmente constituida con todas las de la ley. Ya sin ese ‘coquito’ esperamos trabajar como se debe en la difusión de la obra de Alvargonzález. Tenemos en la mira publicar algunos libros inéditos que nos legó el Vallero Solitario y reeditar los que publicó en vida. Ya algunos amigos nos han pedido alguna cuenta bancaria para ayudarnos económicamente y pronto la estaremos publicando aquí mismo, para si te nace y puedes, nos ayudes tú también con algunos centavitos.

Déjanos conocerte este sábado 5 de noviembre de diez a doce del mediodía en ‘El Desván de Don Quijote’ (antes ‘Laberinta’), López Cotilla 813, entre Camarena y Rayón.