Y Luego…
Por Alvargonzález; 21 de septiembre de 1996
Nunca he vuelto a Mascota y tal vez la principal razón sea el proteccionismo; sí, por pura protección a los buenos recuerdos que tengo de aquella población encantadora que estaba tan remota. Con decirte que en tiempodeaguas llegar a Mascota era una aventura impredecible a causa de los ríos: si ellos no te dejaban pasar, el camino podía ser cosa de días. Ahora la carretera te permite estar allí en cosa de horas, y estoy seguro que la población ya se ha transformado. Eso es: las carreteras dan algo y quitan mucho, y por favor no me acuses frívolamente de retrógrada antes de percibir que no acabamos de descifrar si “progreso” significa simplemente trastocarlo todo.
Y es a propósito del tal “progreso” y de Mascota que me dio gusto reencontrarme con Simón, justo este septiembre allí con el amigo René (mi proveedor de tinta seca). Hacía tiempo que no me acordaba de él, y reencontrarlo ha sido una fortuna. Oí hablar de él allá cuando mis andanzas mascoteras, y por eso hace años me di a la tarea de buscarlo para percibir en directo sus cualidades defectuosas. Después lo olvidé hasta que de nuevo, te digo, hace cosa de días, volvió a aparecer frente a mis ojos. Simón Tadeo Ortiz de Ayala, ese su nombre completo. ¿Lo conoces? De lo que te has perdido…
Nació a finales del siglo XVIII. Lo que me sorprende, en principio, es que si yo conocí la inexpugnable Mascota ya bien andado este siglo, me cuesta trabajo imaginar cómo en esos pliegues de la Sierra Madre pudo haberse empezado a nutrir la inteligencia de Simón; cómo su mente infantil percibió que había un más allá geográfico invitante e incitante. Nadie sabe cuándo salió del pueblo –tierras agrícolas magnificas y una minería con cierta solvencia–, lo que hace pensar en que su padre debió haber sido gente de recursos suficientes. No consta que haya estado en Guadalajara, sino más bien parece que se fue directo a la Mesa Central, en donde lo encontramos en 1808 estudiando latín y filosofía. Ese año de 1808 es medular para México, y espero te acuerdes que Primo de Verdad va a dar con todo su nombre a la cárcel y a la muerte, por comenzar a pronunciar en voz alta una palabreja también de difícil interpretación: Independencia. Y es en ese año que comienza su carrera Simón Tadeo Ortiz de Ayala, pues se arrima por vez primera al erario. Para mí esa es básicamente su profesión: pegarse a donde hay, y por ello lo considero un protomexicano ejemplar, o paradigma de una gran cantidad de compatriotas transexenales que hábilmente transcurren su vida de nómina en nómina.
Por cuestiones que no vienen al caso, Tadeo forma parte del séquito del virrey Iturrigaray cuando éste recula a España. No sabemos tampoco cuánto tiempo estuvo trabajando para Iturrigaray allá, pero ya en 1811 forma parte de una sociedad llamada de “Caballeros Racionales”. ¿A qué te suena el nombre? Esas sociedades –a veces devenidas en partidos políticos– a las que no pocos mexicanos se afiliaron o afilian por considerarlas aparte de todo, como agencia de colocaciones. En Cádiz, y con unas Cortes que hablaban de independencia para la América Española pero que partían de un hecho que ha probado su ineficacia: “destruir todo, para luego a ver qué se construye” (¿no te has dado cuenta de que del Río Bravo hacia abajo a ningún país le han salido bien las cosas?), Simón Tadeo se enamora de la idea independentista. Tanto que luego lo encontramos abogando por ella ¡en Nueva Orleáns y en Buenos Aires! Algún día tendríamos que hablar en extenso de todos los favores que se hicieron a México desde Nueva Orleáns, que era una verdadera madriguera de conspiradores y prescindiendo de que a mí no me guste el jazz. ¿A ti sí? Quién sabe si al mascotense –fanático del “progreso”– le amenizara esa música su estancia en la Luisana, pero allí se le pegó otra palabra en su vocabulario: federalismo y, faltaba más, al estilo americano. Luego de un breve contacto con Morelos, en febrero del 813, antes de ir a Buenos Aires, se inaugura o se estrena como algo de lo que está sobrado nuestro federal sistema: asesor. ¡Eso es! ¿Te confieso algo? A mí me gustaría mucho un trabajo como tal, como asesor, remendador especulativo de males, consejero-bien-pagado. Total, si los males no se remedian a pesar de mis consejos, piorpa’ellos, que ese no es mi problema.
De hecho –lo confieso–, soy un babalaire. Tal cual. Hablador y mucho; una especie de comentarista frustrado. La característica principal de nosotros, los babalaire, es que somos como eunucos de serrallo: conocemos la técnica pero no podemos ponerla en práctica. Por ejemplo: para andar en bicicleta, sabemos, es preciso balancear el cuerpo y pedalear; podemos escribir tres tesis y cuatro manuales al respecto, pero no nos pidas que nos subamos a la bicicleta. Eso no. Así, las “Instrucciones del Gobierno de México para los gobiernos de América del Sur” –primera obra que conozco de Simón–, es todo un caso de asesoría ¡continental! Tenía tamaños el de Mascota y la suavepatria le quedaba chica.
De 1810 a 1821, y no sé por qué nos empeñamos en contar la historia en pura crestomatía (forma elegante, griega y cursi de decir “cachitos”), todos esos años dura con altibajos la Revolución de Independencia que la concluye en ¡septiembre de 1821, Iturbide! Y acabando la refriega, aparece justo en el lugar justo, Simón: “Resumen de la Estadística del Imperio Mexicano”. Ese el título de la obra que me encontré allí con René y sus libros baratos de segunda mano. El libro es facsimilar del que comienza con una dedicatoria a Su Majestad el Emperador: “con la idea de regenerar y dar un impulso (sic) a todos los ramos de este opulento y vasto imperio (sic)… convencido que nadie apreciará (mi) veracidad sino un héroe inmortal (el emperador)…”. ¡Échale Simón! El resumen resulta ser un “yo-sé-cómo-le-tienes-que-hacer”, y basado en la obra de Humboldt, ese Barón alemán que vino luego de leer la obra de Clavijero para “evaluarnos” y de paso abrir los ojos al vecino. Ese es otro caso marcante en la nacionalidad: si Clavijero, mexicano, lo dijo, no importa; que venga el delicado Barón alemán y a ese sí le hacemos caso. ¡Ay, suavepatria!
Por ahora lo que importa es descubrir al protomexicano Simón, con todos sus sentimientos republicanofederalistas, arrimado al frágil trono imperial, que al derrumbarse en 1822 porque Iturbide en vez de disolver al Congreso acató su decisión –resultó más republicano que sus “fieles” súbditos que empezarían el tirafloja por el poder–, obliga a que Tadeo practique una maniobra lateral y se la juega por Guerrero. Fíjate, también a propósito de nuestra elástica historia –como todas–, Vicente Guerrero (el de “la Patria es primero”, un buen lema que en segunda instancia no ha sido bien seguido por algunos políticos) era negro, y qué; descendiente de esa negritud enclavada aun hoyendía en las costas de un Estado que lleva por nombre su apellido. A Vicente, el del abrazo de Acatempan, se afilió el mascotense, y se le da un buen trabajo: Cónsul de la República Mexicana ¡en Burdeos! ¿Se necesitaba un cónsul allá? Tengo mis dudas, y Tadeo tuvo mucho tiempo para ponerse a lo suyo: a la asesoría, y allá publica su magna obra “México considerado (sic) como nación independiente y libre”. ¡Síguele echando Simón, que tu sueldo lo paga el pueblo!
Convencido de que México tenía un enorme territorio y poca población –con los datos de Humboldt, que a su vez son los del Virrey Revillagigedo–, calculó la población en 1830 en ocho y medio millones de mexicanos. Por ello se convirtió en promotor de la migración de colonos franceses, y luego se agenció que de Burdeos le asignaran un trabajo en Texas, en donde iba a promover también la colonización seguro con el auxilio del benévolo Stephen Austin. Regresa a México y de nuevo se engancha en otra misión, ahora enviado por su amigo Valentín Gómez Farías a Estados Unidos. Nunca sabremos el encargo especial que iba a desempeñar, porque la peste bubónica lo alcanzó en altamar y allí concluyó la escurridiza carrera del mascotense ¡amante del progreso!, pero mucho más de un buen puesto como servidor público.
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Me llamo Roberto de la Torre y conocí a Alvar.
Difícilmente encuentro algún otro «historiador » que concuerda con mi credo de lo que es la «Historia »
Saludos a la A.C.
Gracias, Roberto, y concordamos contigo. Saludos.