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Vaciamiento

Y Luego…

Por Alvargonzález; 26 de julio de 1997

Pocos como Ripalda para decir, y desde el siglo XVI, tanto con tan pocas palabras. Así, con notable economía del lenguaje, definió con sólo seis palabras ese tan humano y destructivo sentimiento llamado en breve “envidia”: “el dolor por el bien ajeno”. Pero no es mucho mi dolor por tu ajeno bien el que me lleva a preguntarte si vas, y a dónde, a pasar vacaciones en este ve­rano. De hecho tampoco pretendo des­pertar en ti la más mínima envidia al decirte que –en sentido estricto– vaca­ciono hace rato, y mucho. Vacante…

Sucede que hace años venían a eso, a vacacionar, unos primos o primates oriundos de La Mesa Central; aborígenes del México con apellido (DF) y cuyas expresiones me sonaban novedosas. Con el menor pretexto decían “qué vaciado”, y la muletilla les ajustaba para todo como sinónimo de otros términos igualmente incoloros y rellenantes. Y el asunto es tan irrelevante como el hecho de que cuando el lenguaje no nos ajusta para expresar lo que queremos decir, nos refugiamos en esquina neutral y soltamos expresiones tan in-expresivas (no dicen nada, pero pretendemos decir algo con ellas) como “interesante”, “importante”, “bienbonito”, “padrísimo” o incluso cosas como “chido”. ¿No te parece bien vaciado eso? O mejor dicho: el vacío tratando de rellenar la solidez de las expresiones, y por eso comencé ha­blándote del tal Ripalda, en cuyas ex­presiones no hay sino consistencia, solidez; contundencia.

Llenarnos, llenarnos, vaciarnos, va­ciarnos. Eso pareciera ser una de las características de los seres vivientes y asunto meramente biológico. Pero a diferencia de otros animales, los hipotéti­camente humanos tenemos otras vías de absorción: un tripaje anímico que no fue instalado en otros seres hipotéticamente inferiores. Con decirte quel’o­tro día una bióloga marina me contó que los peces tienen tan mala memoria, que a cada vuelta la pecera les parece novedosísima. La conclusión es tan sencilla como afirmar que los peces son ¡muy vaciados! y por ello no requieren de ¡vacaciones! Pa qué, pues literalmente las tales vacaciones son precisamente para eso, para limpiar el tripaje cerebral; son, en sí, vaciantes.

Maromonte, tal cual; o tal vez mejor nos entendamos si te digo mar-o-monte, como los rumbos que escoge el urbano para conjugar el jugoso latino verbo ‘vacare’; para vaciar su hartante cotidianeidad o rutina. ¿A dónde se dirigirán tus envidiables pasos vacacionales? ¿Hasta dónde tus aspiraciones de vaciamiento? ¿Las mías? Bien vacío estoy…

Me da la impresión de que antes era mucho más fácil ese proceso periódico de limpieza sesual. ¿Te acuerdas de aquello de que “para ser feliz es preciso saber olvidar”? Yo no sé si porque éramos menos, o porque el país no había sufrido su reorientación a la industria sin chimeneas –eso sí, de donde vengan todos necesitan drenaje–, pero salir y pasar un buen rato era mucho más simplón que no sencillo. Llegar a la playa o al monte tomaba laaaaargas horas, y sabías que te ibas a encontrar con incomodidades que eran parte del encanto; del vaciamiento contrastante. ¿Te acuerdas de la primera vez que viste la mar? Yo vagamente recuerdo que el tren nos llevó hasta un Manzanillo donde la luz eléctrica era privilegio de quienes tenían pequeñas plantas generadoras; y así entre penumbras se envuelve aquella Sierra del Tigre en donde todavía existía el bosque feraz y fosco. Y cómo no voy a recordar la Barra de La Navidad en la cual sólo existía el hotelucho palapón de don Juanito con olor a DDT espantante o nulificador de los alacranes. ¿Conociste Puerto Vallarta antes de que la iguana Taylor la “descubriera” al Gran Turismo? Yo sí, por fortuna.

¿A dónde y cómo ir a vacaciones o a vaciarse? Vaciada cuestión, ¿no te parece? Vaciante asunto hoyendía. Es que tengo mis serias dudas si al regreso, aparte de una cartera vacua, el espíritu se haya despojado de las adiposidades estorbantes; o haya –tal cual– evacuado sobrantes. Se supone, literalmente, que es el objetivo de las ¡vacaciones!

Parece que el simple hecho de gozar, de ver, de estar, se ha complicado a grado superlativo. Antes, ex-playarse era tan simple como ex-ponerse al solymar; jugar de cualquier forma en la arena y meterse al mar. ¿Ahora? Un buen marítimo día, vi llegar a unos con un remolque, armar un avión –ligero, pero igual–, y echarse a volar impresionando así a los que sólo llevaban su motocicleta acuática y dejando muy atrás a los del paracaídas rentado. Me da la impresión de que el gozo de gozar se ha extraviado; la sencillez ha dejado su lugar a la complejidad.

Se ha hecho algo muy complejo, ‘vacare’ o vacacionar, y eso es terriblemente simbólico, puesto que ellas –las vacaciones– son parte fundamental del ser saludable. Es que mirándolo bien y oyéndolo mejor, contra las complejidades de la rutina diaria, la simplicidad; y en lugar de eso se convierten en elemento añadido de la complejidad. Que si el traje de baño adecuado para someterse al examen público-playero; el cuerpo modelado con precisión para enfundarlo en el traje bañero. Y si el rumbo vacacional es bosquimano, prohibido presentarse sin la mejor bicicleta de montaña ni sin triciclo motorizado, a lo que hay que sumar –cualquiera el rumbo– la compactera y los discos con las últimas estridencias del momento. ¡Pánico al silencio refrescante!

¿Y qué me dices del televisor? Imposible perderse del chismenturno, por lo que las vacaciones son impensables en un radio no mayor a cien metros de un aparato multi canalizado. ¿Qué tal si Salinas decide entregarse a la policía confesando: “Yo fui, yo fui”? ¿Qué tal si los del programa “Chismeando” hacen un acto de contrición y le piden perdón al país por quitarle su tiempo con estupideces vaciantes –eso sí– de la magra inteligencia nacional? Impensable también desplazarse vacacionalmente sin el celular… ¡Horror! La simplicidad regenerante parece haberse extraviado bajo el pretexto de estar en contacto con la “realidad” vía teléfono y televisor.

Espero que salgamos de acuerdo y en apego al rigor significante de las palabras: vacacionar es el sano vaciamiento temporal; es olvidarse momentáneamente de lo cotidiano para luego volver a afrontarlo con una mente refrescada. Eso en teoría, porque la mecánica social de un sistema modulado o moldeado por el Gran Molde contemporáneo, ha pervertido el proceso.

Creo que ya los sociólogos debían ponerse en serio a estudiar algo que nos afecta: la madrepatria contemporánea en su desenfrenada carrera en busca de la escurridiza felicidad, ha creado un modelo de civilización que padece de un profundo aburrimiento. La sencilla búsqueda del placer –los seres humanos tendemos a la placeridad–, la ha complicado en forma insospechada, y nos ha contagiado de su malestar; de su aburrimiento incurable empacado al alto vacío y disfrazado con cientomil accesorios tecnológicos. ¡Hay una profunda crisis de aburrimiento que quita su esencia a la intención vacacional!

¿Envidia? Estoy vacante; el sistema me puso hace rato a vacacionar y aprovecho el tiempo que me sobra buscando el panmío, repletándome de ideas pana cuando encuentre de nuevo una antena. Vaciado. ¿No te parece?

Táte bien, y luego… te busco.

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1 comentario en «Vaciamiento»

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