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18,983

Y Luego…

Por Alvargonzález; 24 de enero de 1998

Resequedad. No encuentro otro nombre para denominarla: resequedad sesual. Tengo un buen rato viendo la negrura de la máquina Remington (la misma en la que aprendió a teclear mi madre, así que imagina la modernidad de mi procesador de palabras muy ale­jado tecnológicamente de la internecia); buen rato viéndola y preguntándome cómo puedo acudir dignamente a mi cita bisemanal con­tigo –con quién más– y en esta esquina papelera. Escarbo, oteo dentro de mi a­bollada masa encefálica y sólo encuentro eso: resequedad que alcanza incluso esa membrana llamada la duramadre. Vaya lío. ¿Será que tengo men­sopausia?

Ya voy sobre 30 años de haberme iniciado como verbotraficante y eso me aterra. ¿Por qué? Porque a veces me asalta la duda si en ese lapso he andado mucho… sobre banda ejercitante desas que anuncian en la tele. Dale que dale y el avance sólo se registra en el cuenta­kilómetros del tablero porque el tiliche no se mueve de los mismos ladrillos en donde está puesto. ¿No te ha ocurrido que de pronto, y por tirones circuns­tanciales, te pones a correr íntimamente el video lleno de parches y brincos de tu propia historieta? Es que a mis 18,983 días de vida –hasta hoy–, ya las noches apenas me ajustan para dormir un poco y dedicarme otro tanto a la búsqueda inútil del tiempo perdido. Por cierto, ¿cómo se llamaba el francés autor de tan inútil texto que tituló precisamente así: “En busca del tiempo perdido”? Eso es: traigo Chapalas mentales, que es una mezcla paradójica de laguna y resequedad. ¿Te parece bien que llame así a mi padecimien­to? Chapalas mentales confesas, y no entiendo cómo sigues leyendo.

Tal cual; 18,983 días consumiendo oxígeno, y te lo digo con tal precisión porque los verbotraficantes vivimos precariamente así: al día. ¿Has oído hablar de la anorexia nervosa? Yo no creía que el mal fuera contagioso, o epidémico, pero tan lo es que ya le pegó a mi cartera. Ojalá tuviera bulimia y me vomitara su contenido a cada momento, pero la susodicha está flaca y ñenga. ¿Qué puede echar pa’fuera? Y esto te lo digo por si acaso en tu entorno –vaya expresión– conoces a alguien que quiera dedicarse al verbotráfico. Prevenlo, detenlo, adviértele a lo que se expone: a vivir al día.

Se me ocurre algo y a propósito de números (que si sigues leyendo hasta el final te encontrarás con uno que hasta puedes marcar y decir lo que te venga en gana y bajo el exclusivo sistema denominado QDTP, que se traduce en un simple: “que Dios te lo pague…”, y allá tú si crees que Telmex va a esperar ese milagro antes de montar en tu número el mensaje de: “lo sentimos mucho…”. ¡Pamplinas! Ni sienten nada).

De vez en cuando habla Isabel. No hace mucho que recomendó que me pusiera en el ‘imeil’ –lenguaje de la interneciapa poder comunicarnos. Por más que le busco el enchufe a la Remington, pos no se lo encuentro y creo que no tiene más memoria digital que mis huellas igual digitales. Ni modo, Isabel. La última llamada de ella, nuestra amiga incógnita, sí que me dio tema de insomnio: según un libro que leyó –no me dijo el título–, el bien Emérito don Benito murió en brazos de su mujer, y por una profunda razón: el cuchillo que ella le clavó. Te digo: la Historia es ¡muchas historias! A propósito de qué la llamada de Isabel, no lo sé. Y te redigo: lo redicho: quien se exhibe, se expone, y por ello los verbotraficantes –¿cuántos conoces?– estamos expuestos a la reciprocidad. Habla, dime lo que quieras, y por una razón: dos veces por semana me aparezco aquí para decirte lo que quiero. Como hoy. Por reciprocidad o venganza, habla.

Hace una semana, y tratando de señalar que el hertzio determina y dictamina imbecilidades lingüísticas –como aquella de Novo y Jacobo quitándole el acento a Tenochtitlán y a Teotihuacán, me lancé sobre la vertiente de que no es impropio hablar de mundo o de mundos; de tiempo o de tiempos, siendo que en sentido estricto el mundo o el tiempo son uno sólo. ¿Tienes tiempo? ¿Vivimos en el mundo? Incluso traté de ejemplificar diciendo que cuando un presidente se refiere al “Pueblo de México…”, no únicamente está pensando en Tajimaroa; somos un pueblo hecho de muchos. Pos ándate que femenina y angustiada me acusó en la grabadora de confundirla: “Por qué anda diciendo que se puede decir ¡gentes!; diga ‘personas’…”. Voz anónima sumada a la imbecilidad propagada por un maestro de las cadenas nacionales a las que estamos encadenadas tantas gentes en nuestro concéntrico federalismo. ¿Federalismo?

Y ándate que a propósito de la Cárcel de Escobedo –aquella que tenía grabado en su frontispicio: “…si queréis ser libres, debéis ser esclavos de ¡las Leyes!”. ¿Verdad que suena bien?–, la maestra Magdalena me habló a propósito de que dije que la tal cárcel llegaba hasta la calle de Tolsa (sin acento en la “a”). Agradezco la amable llamada, pero ignoro si el acento lo quitó la boca popular que así llamó durante muchos años a la calle y antes de que el diputado Padilla le cambiara de nombre en honor del ¿primer? Rector de una universidad con fecha de nacimiento clástica. ¿La fundó Zuno o la fundó Alcalde? Depende de dónde convenga poner el acento histórico (la Historia, creo, es justamente eso: cuestión de acentos, y ahí tienes el caso de Rusia que le quitó lo agudo a Stalin); pero volviendo al caso de Tolsa, y apropósito de las huertas del Coronel que le dieron nombre a la calle, y su procedencia catalana, anda por allí un tenista de apellido Moyá; catalán y en el llamado gran ‘slam’ del raquetazo dolarizado. Cualquiera nacido hace rato en esta ciudad oyó hablar de “Carlos Moya y Sucs.”. ¿Moya o Moyá? Con decirte que esa maloliente palabra gringosajona “stress”, se puede traducir incluso como “acento”, y hoyendía que cumplo 18,983 tratando resecamente de tirar pa’lante, me pregunto si sé poner los acentos vitales donde deben de ir. ¿Tú sí?

Más afortunada que lo otro ha sido mi carrera como verbotraficante y por una sencilla razón: por encontrarte a ti. ¿Sabes? Te tomes o no la molestia de hablar, tengo la hermosa certeza de que lees ahora lo que escribo. Y mira lo que son las circunstancias coincidentes. Lo’tro día cayó con mi impredecible proveedor de tinta una tesis profesional elaborada en los setentas. Tan inútil como tantas otras tesis pero la cursi hechura del mamotreto es muestra de la pujanza económica de la que se iba a graduar como arquitecta en la lutecia nacional. La pasta que envuelve unos fascículos con los que demuestra la relación entre arquitectura y fotografía (¡hazme el ciudadano favor!), tiene cordoncillos para anudarla y cerrarla. Pero a lo que voy es a una frase, manufacturada por Proust, el mismo autor de “En Busca del tiempo perdido”: “no aspiro a otro premio que agradarte; y si no lo logro, de menos que quede en claro que lo he intentado…”. Vaya que lo intentó la autora de la tesis que con esa frase inicia su farragosa e inútil demostración.

Sólo este preciso día cumplo 18,983 y decidí, así de fácil, compartir contigo mi resequedad de ideas. Táte bien y luego te busco.

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