Por Alvargonzález: 14 de julio del 2003
Que si fue doña Ana de San José o de Jesús, lo mismo da, porque por razones devocionales de época se borró su apellido y los cronistas difieren acerca del adoptado. En todo caso, mala no fue la idea de doña Ana, pues tangencialmente su obra prevalece.
Comenzando el 18, y estamos hablando de 1703, parece ser que los problemas de género eran un poco más agudos que ‘hoyendía’. Pensar que las niñas recibieran educación escolar, era algo que escapaba a los tabuladores del tiempo corriente. Abrir una escuela para niñas, aun considerando que tendría características conventuales, era algo totalmente novedoso y a ello se abocó la tal doña Ana con más buena voluntad que recursos materiales. Comenzó siendo una especie de internado y con nombre en sintonía: “Nuestra Señora del Refugio”, que era sostenido a base de donativos y en donde se procuraba dar ‘educación moral e intelectual’ a las inscritas. El lugar de la fundación original y el de la sucesiva estaban muy lejos del centro gravitacional de la ciudad dieciochesca, periferia pura como lo muestra el hecho de que en su momento fuera provisto de un extenso olivar para su sustento con la venta de las aceitunas cosechadas. ¿Olivares en Guadalajara? Sí, y allí: Garibaldi (antes Calle de San Diego) y González Ortega, para más señas.
La tal doña Ana, sale de escena en el momento en que el ‘arzobispoenturno’ –que lo era de Manila y Guadalajara–, Diego Camacho, decidiera cambiarle nombre y pasarla a un lugar próximo al de la funda primigenia y edificar el “Colegio de San Diego”. Era ya mediados del 18 y en el sitio donde aún está con su arquería toscana; al colegio se le adjuntó templo con ese mismo nombre, tan de moda ¡desde hace casi cinco siglos!: el de San Diego que no es sino variante fonética del Santiago que con España llegó. Pero colegio de niñas siguió siendo.
Tú sabes, después del 18 llegó el 19. Luego de haber sobrevivido por su lejanía a la destrucción del centro urbano ocasionada por el diálogo a cañonazos entre conservadores y liberales en el 19, el Gober Ogazón la reinauguró como “Liceo de Niñas del Estado”. Después, con don Porfirio al timón, se convirtió en “Escuela de Artes y Oficios”, a donde eran enviados los internos del Hospicio para que aprendieran artes sustentantes u oficios que les permitieran ganarse una vida digna. En julio del 914, Manuel Macario y Obregón hicieron cuartel de la escuela y del templo, y aunque andando la Revolución don Álvaro mandara ejecutar al antes amigo Diéguez, ese el nombre que ahora ostenta la escuela que fuera idea de doña Ana: “Manuel M. Diéguez”. Todavía funciona con su republicano y escolar nombre… Ni mala idea ni mal edificio fueron. ¿O sí?