Por Alvargonzález; 7 de mayo del 2002
Erasmo, el de Rotterdam, dijo aquello de que “el águila es elegida como emblema imperial, no por su gracia para volar, ni tampoco por su retante belleza, sino por su rapacidad y por la feroz forma de atrapar a sus presas sorprendiéndolas”. ¿Tendría razón el tal Erasmo?
En todo caso México adoptó como escudo patrio al águila. Primero en forma frontal, y luego ya en el siglo XX fue plasmada de perfil. Y si nos ponemos tú y yo a dar un repaso a nuestro historión colectivo, seguro coincidiríamos en que el águila que simboliza la identidad nacional ha mostrado sus habilidades exclusivamente dentro del propio territorio mexicano; a diferencia de otras águilas de vuelo más mundano y amplio, ¿no?
Pero dejando aparte incluso el grave hecho de que el Águila Mexicana sea una especie nativa en franco peligro de extinción –de paradojas estamos hechos–, como escudo emblemático es universal. Aparece en ‘cientomuchas’ partes y formas. ¿Qué me dices del escándalo de los conservacionistas políticos –el liberal de ayer se convierte en el conservador de hoy–, por el mal manejo profanante de la figura aquilina? A los protestadores habría que llevarlos a ver la Plaza de la Bandera. ¿Profanantes? ‘Desdendenantes’…
¿Ubicas la tal plaza? Fue hecha para eso: para que a diario ondeara allí en el asta que luce vacía de bandera alguna. Una buena intención fruto de esa época a la que llamo la “era cincuental”; aquella del siglo anterior cuando le aplicaron cirugía plástica a la ciudad para borrarle su digna vejez tetracentenaria. Fue en ese tiempo cuando se inauguró la flamante plaza con águila al centro. ¿Planchada? ¿Bella? El populacho irreverente y falto de sensibilidad, bautizó de inmediato al monumento como “El Zopilote Mojado”, incapaz de entender que se trataba de un águila delgaducha, estilizada, entre de perfil o de frente. Bellamente insensibles somos.
Al paso del tiempo uno se acostumbra a ver lo que allí está. Las ciudades están hechas de muchos “ni modo, qué le vamos a hacer” pues los que mandan hasta arcos ponen donde no hacían falta. Pero mirándola con detenimiento –anda, vela–, la tal águila resulta ser un verdadero atentado a la Norma Oficial Mexicana sobre el uso del Escudo Nacional. Si Erasmo la hubiera revisado seguro habría dicho: “esa ni vuela ni sorprende a sus presas…”. Águila anclada y planchada pero –nueva paradoja– nada qué hacer, pues la supuesta modernidad no puede atentar contra ella misma. ¿Quitarla? Se armaría la de Cristo es Judas.
Lo que pocos recuerdan es lo que se quitó del lugar para ponerla, y en su momento nadie arqueó una ceja para decirle al goberenturno que estaba cometiendo un verdadero crimen de lesa urbanidad. Lamentablemente la ciudad no se puso ¡águila! (¿estará bien dicho así?) para evitar lo que allí ocurrió.
¿Te enteraste de lo que le pasó allí a Chila? Por esa honorable dama de la sociedad tapatía perdimos mucho. Por lo que a ella le ocurrió allí. Pero eso te lo cuento la próxima vez. Yo te busco.