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Álgebra

Y Luego…

Por Alvargonzález; 4 de octubre de 1997

¿Objetivo yo? Qué va. Soy, me sé, poseedor de una gran subjetividad, y tal vez por ello haya renunciado hace buen rato a ser “explicador” de realidades (¿qué tan reales?) en la macro es­cala internacional o en la micro local, pasando por todos los intermedios que puedan caber entre lo mayúsculo y lo minus igual. Imagino que de haber sido eso –explicador/comentarista–, mi subjetividad me habría ya llevado a ridículos tales como a expresar: “la eco­nomía nacional persiste en su sintomatología diarreica…”, sin percibir la frontera entre mi padecimiento muy vergonzante y personal y los padecimientos patrios. Y reconozco también que uno de los graves problemas con la subjetividad y su mezcla con el tiempo –el irse añejando uno–, es convencerse de que cada vez la subjetividad –propia, ¿de quién más?–, se hace más obje­tiva… ¿Objetivo yo? Mi objetividad es muy ¡subjetiva! ¿La tuya?

De pronto recuerdo abrir subrepticiamente los cajones donde guardaba sus cosas mi abuela Aurora. Sin impor­tar que fuera yo un adolescente –en plena época del caos vital, con mi se­sera asaltada desde muy distintos bastiones por un “¿qué sigue?” misterioso–, ver no el contenido sino la forma en que aquellos contenedores estaban organizados, era para mí un placer. Me daba la impresión de que todos los ob­jetos, cualquiera su uso, habían sido fabricados para armonizar perfectamente dentro de los cajones de la abuela. Recuerdo que tenía una mesa pequeña en la que ella hacia sus contabilidades, y el único cajón de la mesilla era un verdadero concierto visual: los lápices, una pequeña engrapa­dora, papeles bancarios y de otra índole, ¡incluso un sello de lacre con sus respectivas barras! Cientomuchas cosas, todas perfectamente armoniza­das. Creo que entenderás ahora la diferencia entre “concierto” y su opuesto: al menos en la forma de acomodar todos y cada uno de los tiliches domésticos, la abuela Aurora era ¡concertante! En otras cosas, tan humana, igual de desconcertante de lo que pueda ser yo, y a eso voy: ¿no te da la impresión de que vivimos entre el desconcierto y lo otro? O dicho de otra manera: somos caos en busca de cosmos, y ya me brotó lo subjetivo: yo soy eso y no tengo por qué inmiscuir a nadie, menos a ti, en mi percepción personal. Vivo entre el caos pretendiendo su opósito: El cosmos.

Antinomias, creo que así les llaman los especialistas en lenguaje; opuestas cuestiones. ¿Contradicciones? Dímelo tú… Pero antinomia aparte, la paradoja surge, con su calidad de especie –subrayo eso de “especie”– de verdad paralela: qué tanto las noticias, tan perfectamente acomodadas en cajones de prensa y de todo tipo de medios, ¿no son sino caos disfrazado de orden? ¿Las noticias me aportan caos u orden?

Mira, tengo a mi lado un diario relativamente fresco, pues hace apenas 48 horas salió a las calles de su globalizante y angelina ciudad de origen hasta alcanzar mis manos –el mismo día de su publicación–, y siendo parte atómica de un tiraje monumental: 1’068,812 ejemplares. Ni ejemplo ni prototipo de formato, su primera página es distinta a las que se usan por estas tierras en la jerarquización de jirones noticiosos. Así, lo primero con lo que se topa mi vista, es con la afirmación en una columna, de que la producción de alimentos orgánicos, sin químicos, es una industria en crecimiento. Luego (y creo que todos leemos los diarios de izquierda a derecha) aparece una foto que da cuenta de la liberación carcelaria de una señora ¡que mató a quien hostigaba sexualmente a su hijo! En el extremo derecho una danza de ceros: la absorción o compra de una empresa telefónica por ¡30 mil millones de dólares! En la otra mitad de la página –la inferior–, desfilan cuestiones como los problemas aeroportuarios locales y la lucha contra el smog de los parisinos. Todo perfectamente reticulado y acomodado; todo enmarcado en una edición que puede tener cualquiera fecha. Todos ellos artículos impecablemente escritos y que en su conjunto están ¡manifiestamente desarticulados! Si tú encuentras alguna vinculación vertebral entre la venta milmillonaria de una empresa y los padecimientos de la Torre Eiffel a causa del smog, háblame y dímelo. ¿Las noticias son parte del caos o de lo otro?

Una plana de periódico, de cualquiera diario del planeta, es un caos disfrazado de cosmos; es una exigencia retante a tratar de situarme (y hablo sólo por mí) armónicamente en medio de la hipotética caoticidad de los acontecimientos cotidianos. Espero entiendas ahora esa mi subjetiva declaración del “soy una intención de orden en medio del despatarre”, y acuérdate que una vez confesada mi subjetividad no puedo hacer generalizaciones. Tú muy tú, yo muy yo, ¿muy diferentes? Creo que…

Hace unos cincuenta años, un simpático extranjero –creo de Mérida– y de apellido Mediz Bolio, solía decir que este país algún día tendría el derecho de conocer ¡la verdad! ¿Tú crees? Claro que el yucateco andaba pregonando eso en el Défe, porque si se queda en Mérida, ni tú ni yo nos habríamos enterado de sus pretensiones acerca de la escurridiza verdad. Pero hay un problema con eso: la queremos y la evitamos; la buscamos y la tememos. ¿Verdad? Y creo que –al menos en mi subjetivo caso– La Verdad tiene que ver con mi debate entre caos y cosmos, pues siento que las noticias me aproximan a ella en tanto que de ella me distancian y me distraen. Son partes de caos y de cosmos (en griego cosmos significa orden).

Los árabes, a quienes debo hasta el nombre de la ciudad en la que ahora te escribo, Guadalajara, inventaron un sistema numérico de aproximación a la hipotética verdad conclusiva, y le llamaron Álgebra. El nombre de hecho es equino o ecuestre, o derivación de una cultura caballar, pues el ‘al-gibr’ era el arte de ¡reducir! las fracturas; de volver a su sitio o de reorganizar los quebrantos óseos de las cabalgaduras. ¡Vaya arte! Pero ese “reducir” tiene que ver con “simplificar”, y creo que no es lo mismo el simplismo que la simplificación; lo uno es fruto de la incapacidad, y lo otro producto del ingenio. ¿Simplificas?

Eso es: simplificación, urgencia que siento. Alguien que en medio del inmenso follaje noticioso me enseñara a diferenciar entre troncos, ramas y la hojarasca. Lo contrario a simplificación es estrictamente complificación. Vuelvo al cajón de la abuela: ella era capaz de encontrar los elementos armonizantes de formas sustantivas, distintas, y capaz de crear un concierto. ¿El concierto nacional? O reducimos simplificadamente las diferencias, o complicamos simplemente las igualdades. ¿Habías caído en la cuenta de que la única forma de solucionar los llamados “complejos”, es por la ruta de la simplificación?

¿Complejidad nacional? Líneas atrás traté de describirte la primera página de un diario primermundano: artículos bien escritos que sólo están articulados entre sí por un trozo de papel formateado (así dicen los hacedores de diarios). Nada más. Una noticia allí habla de miles de millones de dólares, de ceros y más ceros. ¿Sabías que mi cerebro – no sé el tuyo–, pasando de seis ceros se pierde en la confusión numérica? Por ello le quitaron ceros a nuestra moneda, no para hacerla valer más, sino para que funcionara mejor en los mercados internacionales con toda su bajeza. La cuestión de intentar hacer del caos, cosmos, no es numérica, sino verbal. La cuestión es que si yo entendiera qué es lo que pasa, tal vez pudiera colaborar en la solución, pero tal vez sea más rentable que yo no entienda. ¿Será rentable el caso? De nuevo dímelo tú, porque entre más noticias me endilgo, menos…  ¿qué? ¿Entiendes algo?

Hay algo que me consuela, y es aquello que decía Ortega y Gasset: “somos náufragos buscando orientación hacia playas remotas”. Pero creo que ni Ortega avizoró el océano noticioso en el que flotamos hoyendía, pero la supuesta profundidad del océano no cambia lo esencial en mi subjetiva forma de ser: flotar, y hacerlo con más o menos gracia y pericia.

Y déjame encontrar un responsable de mi galimatías hoy: René, quien actuando como lo que es –mi proveedor oficial de tinta–, me proporcionó una colección añeja de Lifenespañol (me gusta llamarle así a esas revistas que nutrieran mi sesera moza. ¡Horror! Editadas en los años cincuentales no son sino premonición del rumbo que seguimos. Y esa mi querella: ¿por qué no se utilizan los poderosos medios de comunicación para decirme que soy fruto de un proceso consecuente? ¿A quién le conviene que me sienta parte de un caos inexplicable? ¿Es rentable eso llamado “caos”? Si no me ayudan a simplificarme, seguiré siendo un acomplejado miembro de una sociedad muy a-complejada.

Táte bien, y luego… te busco.

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