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Baches

Y Luego…

Por Alvargonzález; 27 de septiembre de 1997

Lo vi nacer, crecer, destruir y mo­rir. Afortunadamente como ser inanimado que era, no se reprodujo; simplemente creció y se ensañó contra lo más sagrado que ha producido el si­glo XX: su majestad el automóvil. Contemplándolo en su génesis y evolución, busqué en los diarios si acaso no se anunciaba un curso taller sobre tan profundo asunto, deseoso de inscribirme y de participar en algo que seguro es materia de especialistas venidos de la Mesa Central o del más allá conti­nental. ¿No te has fijado que todo asunto serio –por bocal que sea– siem­pre amerita traer al especialista o ex­plicador foráneo?

Pero no, nada; ningún curso en perspectiva, ni mesa redonda sobre la filosofía, epistemología o semiótica ¡del bache! Por lo cual, resignado, tuve que auto-convocarme a meditar en torno a tan simbólico asunto; tan inspiratriz.

Igual que ocurrió con Mercalli y Richter, ya era tiempo que se hiciera una clasificación científica de ellos. Como suena muy poco serio una hipotética Escala de González, sería preciso que al asunto se abocaran científicos de tomo y lomo con apellido serio; su­giero que algún descendiente de quien escribió nuestro Himno Nacional aga­rre el asunto por su cuenta y forme lo que se podría llamar Escala Bocanegra. ¿Suena bien no? Esa, al fin, una de las características de tan sesuda materia: son una boca callejera y negra de pro­fundidad insospechada.

Ante la carencia de una tipificación universal, podría contarte que el que fue objeto de mi análisis insomne, se clasificaría –en principio– como los in­visibles. Ya me enteraría con el paso del tiempo que el socavón se formó en el pavimento debido a una fuga subterránea siapesca, o de la que pesca el Siapa cuando las detecta después de algunos minutos, que sumados pueden ser días. Ese el caso. Su invisibilidad o impre­dicción hizo crujir la lámina motori­zada inclementemente; lámina de primera, segunda y aun de cuarta, por­que esa es otra característica de los buenos baches: no discriminan color ni modelo, y lo único que cambia es el so­nido del remezón. Al fin las cuadrillas de los aguadores urbanos llegaron a remendar la fuga, con lo cual le dieron otra categoría al boquetón: ya no era del rango de los humectados, sino seco y amplio; además visible, lo cual, como decían los libros de antes, fue un ‘Níhil Óbstat’ (nada se opone) para que siguiera el caidero. No obstante su visibilidad, pareciera que los baches están dotados de una fuerza magnética que les hace irresistibles (eso también podría ser tema de talleres, seminarios, o mesas rotundas convocadas sobre el crujiente asunto; la imposibilidad de evitarlos a pesar de percibirlos). Después llegarían los chapopoteros, quienes en un primer intento sólo lograron devolverle la discrecionalidad, pues pintadito de negro volvió a abrir sus fauces y a destruir llantas, rótulas y demás componentes suspensorios del adorado fetiche sigloveintesco. No fue sino hasta una segunda repasada con grava y ese atole negro que se emplea para el remendaje callejero, que después de una semana ha cesado el traqueteo a veces precedido del respectivo chirriar de llanta.

Mi nietijo –o sea, nieto fabricado personalmente–, con su inocencia propia de los tres años, me dijo con toda exactitud: “pa, ¡se está desarmando la calle!”. Mencantó, pero de hecho era un desarmaje rabioso entre la calle y los autos, a cual más participando en el proceso. ¿Percibes cómo hay toda una filosofía profunda en el bachero asunto? Imagino una hermosa nota periodística amparada por espectacular cabeza: “Guadalajara en proceso de desarme”. Ya en lo que los teóricos llaman “cuerpo de la nota”, se leería que no es nada que afecte a los tan armados ciudadanos, sino que solamente las calles y los autos son los que están en eso: desarmándose en forma espectacular. Hermoso, ¿no te parece?

Ahí me tienes que fui a dar con Corominas para tratar de saborear la esencia del término “bache”: “Hoyo en el camino, abierto al paso de los carruajes; 1765… origen incierto; acaso exista relación con el vasco boche, bocho (sic) que significan hoyo…”. Tal vez… pero como quiera que sea, el crujiente asunto ya tiene sus buenos años de llamarse como se llama y de servir para expresar mucho más que los hoyancos callejeros o carreteros. ¿Arremetemos hacia el rumbo de la semiótica del tal bache?

Qué mejor que yo para ejemplificar con mi propia historieta. Corría el mes de mayo cuando ¡sopas!, de golpe y porrazo –de otra forma no sabe– caí en el profundo y oscuro bache del ¡subdesempleo! En el capítulo 328 de mi obra retrospectiva (en vías de planeación) que se llamará “El Corrido Mexicano” –porque soy mexicano y he sido corrido reiteradamente–, ocupará litros de tinta narrar con peliseñales la tarde aquella en que Dávila me llamó para decirme: “pos de México (ese otro país situado en el altiplano) me mandan decir que te diga que ya no…”. Y de costalazo a la estadística de los que disfrazan el subdesempleo de formas tan insólitas como escribiendo…te. ¿No hay ninguna poesía que comience diciendo algo así como “bache profundo y oscuro de mi falta de trabajo?…”. ¡Ea, poetas modernos, allí un buen tema para sus bacheras poesías!

Y me crujió la suspensión; empezaron a flaquear los muelles de mi cartera, y mi cárter económico a quedarse sin lubricante. Te digo: un asunto aparentemente sujeto al ámbito callejero, tiene implicaciones semióticas insospechadas; es de un simbolismo exquisito. ¿Personal? Colectivo también: si no hay trabajo es debido a que estamos en un bache económico, si bien los científicosociales de cuatro becas debían ya fijar la diferencia entre bache y barrancón culimpinante. Es que si mal no me acuerdo fue cuando Echeverría, que con el nombre de “atonía”, se empezó a mencionar lo del bachecillo. Lo bueno es que ya vamos saliendo de él.

¿Has andado la ruta del laborío? El camino para encontrar trabajo está también lleno de baches de todas categorías. Enfilado hacia la oficina de directores de toda laya y especie –pues ellos son los determinadores de si soy apto para acceder a sus antenas para echar a volar la lengua–, he caído en baches secretariales insalvables. Así, después de hacerme confesar el vergonzante –fíjate– “busco trabajo y creo que puedo aportar algo para su empresa”, la femenina voz te responde: “si nos interesa, le llamamos…”. Llamada que nunca –claro– llega. ¿Y qué me dices de ese bache siniestro en el que te sumes cuando otro subdirector te manifiesta que la empresa no tiene ganancia, sino que vive exclusivamente para dar trabajo a los que ya tiene contratados? Una especie de bache filantrópico y sorprendente que te remece por sus características únicas en el Valle de Atemajac. O el caso de encontrarte perfectamente instalado, en la empresa a la que acudes con “solicitud elaborada de ambos sexos…”, al mismísimo que en el comienzo de tus esfuerzos profesionales te dio un portazo luego de muchas horas de antesala burocrática. O a aquel otro que escuché por accidente decirle a su patrón: “me lo voy a traer dando vueltas…”, y que ahora es el flamante director de un grupo antenero. Vaya camino lleno de baches, la ruta al laborío.

Pero parece que pronto podré asomarme a la pantalla televisante y televisiva. Parece… Pero si es otro bache apenas disfrazado con pavimento, luego te cuento. Me cruje la suspensión, pero terco sigo; ya a mi edad me da pereza cambiar de rumbo, y no me imagino haciendo otra cosa que esto: verbotráfico; soy un verbotraficante incurablemente enviciado de palabras. Confeso ¡y qué!

Por cierto, fue la librería de René la que me permitió contemplar la génesis y evolución física del bache. Los aspectos metafísicos de tan elocuente término, han sido producto de mi andancia; y los tuyos propios son, siento, hijos de tu camino. Ca’quien. ¿Seguimos?

Táte bien, y luego… te busco.

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