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Cedazo

Y Luego…

Por Alvargonzález; 31 de agosto de 1996

“Cuatro caminos hay en mi vida, ¿cuál de los cuatro será el mejor…?”. Creo que te sabrás mejor que yo la canción, e incluso el nombre del autor, y con eso de que cuando no sabemos qué decir recurrimos a frases ingeniosamente dichas por otros, a mí me sir­ve para expresar –en principio– que tú y yo vivimos un interminable e íntimo proceso electoral; eligiendo el rumbo cotidiano de nuestra vida, “…¿cuál de los cuatro será el mejor?…”. Electores consuetudinarios. ¿Eliges seguir leyen­do? ¿Te adelanto algo? La tan resobada crisis no es otra cosa que eso: la manifestación punzante de que somos seres irremediablemente electorales.

Andando las líneas o los días en que desde estas páginas he tratado de atrapar tu retina, mi poca retentiva me impide recordar si ya te conté cosas tan trascendentes como que mi abuela Lola era magnifica cocinera y que ella alguna vez me dijo que era preciso pri­mero calentar el corazón antes de po­ner las manos a la masa; receta que sirve también para amasar letras y mu­chas otras cosas. Pero más trascenden­te que ello, las tardes en que me permitía ayudarle a cernir la harina como preámbulo a sus hechuras maravillosas. ¿Te acuerdas de los cedazos? Eran unas coladeras primitivas –la abuela nunca se valió de ‘megamixer’ o cosas con nombres tecnológicamente avanzados–, como un tamborcillo de madera que en una de sus bocas tenía precisamente eso: una especie de seda de trama abierta para filtrar o separar lo grueso de lo fino. Yo me sentía de gran utilidad haciendo algo tan sencillo como cernir la harina, punto inicial de un proceso de la alquimia repostera.

En alguna etapa de mi camino vital, me tocó comer en colectivo; y ayudar a preparar aquellas colectivas comidas nutritivamente insípidas preparadas para cientimás bocas juveniles y hambrientas. ¡Imagínate lo que es preparar frijoles para ese tumulto coti­diano! Lo primero, en el caso de los frijoles, limpiarlos (irónicamente la única muela que me falta es debido a la suer­te de encontrarme una piedra entre ellos, pero esa es pena aparte y mía). Para limpiar tal kilataje de frijoles nos valíamos de un cernidor de tela de alambre que más o menos cumplía sus funciones y según eso que te conté de mi muela. ¿Sabes lo que hacíamos con el cernidor? Discernir –tal cual– entre frijoles y basura. ¿Elegir?

Cuando uno mira de frente la hechura del lenguaje, es decir, cuando te da por la filología o amantazgo con esa proeza de la mente humana que son las palabras, no se necesita recurrir a las leyes de Grimm o a especialistas con volumétricos tratados para descubrir una obviedad: que las abstracciones fueron precedidas por concreciones; que a lo nebuloso precedió lo sólido.

Indudablemente el ser primitivo tuvo que ingeniárselas para separar lo valioso de lo inútil, y en el sentido material. El otro día que fui a Colima, y en un pequeño museo vi obras alfareramente polícromas de las culturas que habitaban la región antes de la transmutación continental europea. Objetos de ornato o ceremoniales hechos de un barro pulcro. De alguna forma aquellos habitantes aboriginales debieron separar terrones del polvillo que les permitió elaborar la pasta básica que dio la resultante lisa y grata al tacto y a la vista. De alguna forma que desconozco, debieron discernir –físicamente– y denominar a su artefacto separador de partículas.

A lo que me refiero es al hecho que de algo útil, de un objeto, se partió a la denominación de una de las capacidades más significativas del ser pensante: elegir. ¿Te acuerdas aquello del principio de que todos, todos los días, somos electores? Incansablemente a lo largo de la vida, discernimos.

Ese vocablo se encuentra un poco en desuso: discernimiento, y no significa otra cosa que pasar por una especie de tamiz o cernidor, o cedazo mental, los elementos de juicio para separar lo valioso de lo accidental. Y es que en algún momento de la hechura del lenguaje, alguien encontró que había una similitud enorme entre el hecho físico de la separación de substancias o componentes, con el hecho abstracto e íntimo del tomar decisiones; de elegir entre todas las vías posibles la que en probabilidad es la más adecuada. Como siempre ocurre y ocurrirá en cuestiones del idioma, el autor de tan feliz hallazgo ha quedado cubierto por el silencio pretérito. ¿Quién o cuándo? Nunca se sabrá, pues milenios toma la hechura de la lengua, en la cual la colectividad actúa asimismo como ¡cernidor! Pasa a la posteridad lo que sirve, y lo que no, se queda del lado de los desperdicios.

De lo muy concreto a lo muy abstracto, es el camino del lenguaje. E insisto en que no se requiere recetarse complejos manuales de filología o semiótica para percibir el hecho con toda intensidad.

Pero peor te la cuento. Hace un par de párrafos te confesaba mi ignorancia sobre lenguas aboriginales, y sí que me intriga saber cómo denominaban los alfareros primigenios de estas tierras a su herramienta cernidora o coladera. Lo que sí sé es del mestizaje lingüístico y cómo por distintas vías se llegó a la misma abstracción. Lo que para los romanos era el ‘cernere’, para los griegos era el ‘krinein’, y ambas expresiones han llegado en forma dramática a nuestra lengua de uso común y diario. Los que te entregan temprano a diario, sangre a domicilio y por el radio (muy tu respetable gusto de oír tal chatarra radial), usan frecuentemente el término “acribillado”. ¿Te lo traduzco? Que el cuerpo-en-turno apareció como criba, o como cernidor. ¡Así de agujerado por las balas! ¿Que han subido los índices de criminalidad? Textualmente, ojo, tendría que pugnarse por una mejor criminalidad y te digo por qué. ¿Te acuerdas de la Cama de Piedra? Viejísima canción que por entre su letra dice: “…subí a la sala del crimen, le pregunté al presidente…”. Sucede que originalmente los juzgados eran llamados así: Salas del Crimen, y con justeza filológica, pues el tal “crimen” era el hecho de separar la culpa de la inocencia y por aquello del ‘krinein’ griego, más la transposición lingüística hizo de la palabra sinónimo de delito violento. ¿No te da la impresión de que hace falta mejor discernimiento judicial en la suavepatria? A eso me refiero con lo de “mejor criminalidad”.

La cosa queda en claro cuando hablamos de discriminación racial; discri-minación. ¿Por qué no nos quieren los Californios? ¿Por qué juzgamos por el color de la piel? Eso es discriminar: juzgar, separar erróneamente, discernir con elementos de juicio falsos, a lo bruto. ¿Discriminas? Yo tampoco.

Pero a donde voy es a donde estamos: al rumiaje de una palabra que tenemos atravesada de la mañana a la noche y de noticiero en noticiario. ¡CRISIS! La pongo así en mayúscula porque en mayúscula la han puesto quienes nos la han instalado en la boca. Como no nos ha tocado vivir otra, tenemos que aceptar que es la peor que se ha vivido, pero lo que no queremos aceptar es que es tiempo de discernimiento; de elegir. Y por una sencilla razón: que el ‘krinein’ griego es el autor de todas las crisis o la madre verbal de tan punzante palabra. ¿Será malapalabra o pésima? No creo que existan las tales malaspalabras sino que su sonido puede hacerse ofensivo en determinadas circunstancias. La mala noticia histórica y verbal, en todo caso, es que desde siempre el ser humano individual y colectivo ha vivido en eso: ¡en crisis! Eligiendo caminos y posibilidades en su búsqueda de la felicidad.

“…cuatro caminos hay en mi vida…”. En sentido lógico y crítico –criticar es discernir o usar el ‘krinein’ mental–, si se sigue tratando de salir de la crisis por el mismo camino, seguiremos críticamente criticando la crisis. ¿Es crítica la circunstancia? Dímelo tú…

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1 comentario en «Cedazo»

  1. Como siempre Alvar nos hace pensar, discernir, y sintetizar; esta última palabra no la uso como resumen, sino crear nuevas ideas o aplicar a otras áreas. ¿Somos electores, o nos eligen nuestros hábitos y preferencias de consumo? Y parece que nos ilusionamos que somos electores. ¿Realmente tenemos capacidad de eligir gobernantes? Considero que no, los intereses internacionales de poder nos moldean nuestro discernimiento.

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