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Elgin

Y Luego…

Por Alvargonzález; 10 enero de 1998

Los medios, vaya novedad tautológica, son eso: están de por medio, puesteros puenteantes, con su particu­lar intención vinculante. Y ándate que gracias a ellos –insisto–, he tenido la oportunidad de encontrarme con gen­tes magnificas. Tú entre ellas, y Aurora entre otras.

Sucede que por practicar el funam­bulismo televisivo (o ver en el cable), un día se puso al habla conmigo ella, con ese nombre tan resonante para mí, pues abuela, hija y nieta así se llaman: Aurora, que mi abuela pervive memorablemente. El apellido de la entonces incógnita amiga se convirtió en valor añadido para tratar de ponerme al ha­bla –y frente a las cámaras– con ella: Chávez. Estoy seguro que poco te dice tan común apellidaje, pero ella se encargó de darme una pista directriz: “… soy sobrina del Dr. Arturo Chávez, y conservo algunos de los documentos de él…”. Gancho directo a mi interés compuesto por conocer a alguien vinculado con quien aplaceró con sus li­bros buenas tardes de mi adolescencia. Pues sí, el docto doctor fue uno de los cronistas cincuentales de Guadalajara, y en ediciones de reducido tiraje –que obsequiaba el entonces Banco Indus­trial–, contaba lo que había ocurrido en estas tierras antes de que yo llegara, vía padrimadre que me trajeron al mundo, a vivir aquí. ¿Por qué no se reeditarán los libros del Dr. Arturo Chávez Hayhoe? Creo saber por qué, pero evito decírtelo.

Aurora y yo nos pusimos de acuer­do para mostrar con imágenes del tío Arturo un lugar específico de la Guada­lajara extinta y distinta: la llamada Cárcel de Escobedo. El edificio peni­tenciario, situado en lo que ahora es el Parque de la Revolución y cuadras aña­didas hasta Tolsa (por favor sin acento), era un lugar que físicamente combinaba dos elementos en aparien­cia contradictorios: la tenebrosidad carcelaria y la elegancia neoclásica. Aquí tengo frente a mí el libro escrito por el doctor Arturo, pero no es mi intención llenarte de datos sobre el proyecto y realización de esa cárcel que comenzó a operar allá por el ochocientos sesentaitantos: comenzó a guardar extramuros de la ciudad a los ciudadanos sujetos a la justicia o a lo contrario, que de injusticias también se pueblan las prisiones. ¿No?

Ignoro qué tanto conozcas sobre la historieta tapatía, pero sí puedo asegurarte que si te mostrara una foto del Penal de Escobedo recién terminado y te preguntara si identificas el edificio, tu respuesta seria: “claro, es el Teatro Degollado”. Tal cual su fachada o pórtico, en el más puro estilo neoclásico remedante de la del Partenón situado en lo alto de la Acrópolis que corona Atenas. Los recuerdos, bien lo sabes, disparan y disparatan los mismos recuerdos. Al ver y mostrar frente a ojos televidentes el acervo fotográfico en poder de Aurora Chávez, no pude menos que rehilvanar mi memoria hacia el barrio donde me tocó crecer, y en los linderos del parque y por una calle llamada como la prisión: Escobedo, en honor de Antonio, General y gobernador de Jalisco, que emprendió la obra carcelaria. En mis tiempos infantiles aún existían muchas casas y construcciones de los tiempos cuando las noches allí transcurrían entre las voces de los centinelas y cuando no era raro escuchar las descargas provenientes del Patio de los Naranjos que era el sitio de las ejecuciones. Aún vivían por allí quienes habían visto la prisión en funciones y presenciaron su demolición al haber quedado engolfada por la ciudad creciente. Recuerdos. ¿Recuerdas que aun hoyendía existe la calle de Penitenciaria?

Pero Aurora y conversa televisiva aparte, mis recuerdos también agarraron galope hacia otro punto: la sala de un majestuoso museo, el británico, donde no en pocas oportunidades me repantigué con la vista de unos pedrejones esculpidos por grupos de artistas bajo la dirección de un tal Fidias ¡hace dos mil quinientos años! Los llamados mármoles Elgin. ¿Has oído hablar de ellos? Son parte muy polémica de un edificio –el Partenón–, que se convirtió en modulador de réplicas con uso muy diverso: el Stock Exchange, de Londres; la Ópera de París, y de ahí pasando por el Teatro Degollado hasta la otrora prisión de Escobedo, edificaciones similares en todo el mundo. ¿Son mármoles Elgin?

En breve su historia: en 1800 Gran Bretaña nombra embajador en Turquía al joven Lord Elgin (33 años), quien de visita en Atenas –entonces bajo dominación turca– contempla el abandono del Partenón y cómo las esculturas del frontón (triángulo arriba de las columnas) de las metopas (la ciencia de cantera entre columnas y triángulo) y del friso (ornato sobre un columnaje posterior) eran destruidas incluso por obras de pavimentación. Como hábil inglés les ofreció a los turcos setentaicinco mil libras y fue así como llegaron primero a su casa en Londres. Imagina la casa del Lord, pues allí encontraron acomodo 16 figuras del frontón y 75 m. del friso además de otros bajorrelieves. Es que tendrías que verlas en su depósito actual para apreciar su monumentalidad; y allí se encuentran porque el Lord las revendió al gobierno de SGM (Su Graciosa Majestad). Y es cautivante la perfección de las esculturas: que una vaquilla que es conducida al altar en que va a ser sacrificada a Atenea; los jinetes que serenamente galopan en un desfile procesional; o el centauro peludo y mitológico, raptando a una doncella; o la misma Atenea, naciendo ya adulta y hermosa, de la cabeza de Zeus; y tal vez aquellas diosas sean Talasa, la diosa de los océanos, recostada en la diosa Geos, la Tierra.

Desde el siglo pasado los griegos piden, gritan, suplican a los ingleses que les devuelvan las piedras mal habidas; los ingleses parecen decir que la Historia no se anda pa’trás. Y ni modo…

Eso es, viendo en las fotos de la Penitenciaria de Escobedo y conversando con Aurora Chávez, creo que es imposible andar en reversa La Historia. Cayó la neoclásica prisión (el neoclasicismo carcelario ahora se inspira ceferesamente en otros modelos) y Guadalajara tiene que seguir andando. Lo que tal vez valdría averiguar es si tal vez sea mejor para los infraciudadanos que está fabricando; o una ciudad que requiriera mínimamente de esos lugares mucho más desagradables que la Cárcel de Escobedo y que son un mal necesario de la convivencia humana. Como me decía lotrodía Maisterra: no es la mejor de las ciudades la que tiene mayor número de policías, sino donde hay pocos porque poco se les requiere. ¿Será? Gracias Aurora y adiós Escobedo…

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