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In-dolencia

Y Luego…

Por Alvargonzález; 23 de agosto de 1997

Una de las desventajas mayúsculas de enfermarte, es la irrespetuosidad ajena al dolor propio. Esto es que no puedes contarle a nadie –a nadie– tus dolencias porque de inmediato resulta que quien te oye o alguien muy allegado a tu confidente, ha padecido no sólo eso, sino ¡eso y mucho más! En tales circunstancias de maltrato a los malestares propios, no se puede uno enfermar a gusto.

Dicho lo anterior, te reto a que superes un padecimiento que traigo, punzante y de cura improbable: ¡Me duele el hertzio! Tal cual, y mucho y en sus múltiples presentaciones. Me re­vienta y por más de una parte de mi humanidad doliente.

Te contaba eso de que no hay res­peto a los padecimientos personales y que sentimos como únicos. Si caes en el hospital, por allí desfilaron los cronis­tas de dolencias que superan con mu­cho a los que uno “disfruta” brutalmente; cronistas que infunden un complejo de inferioridad a veces más punzante que cálculos renales. Es por ello que mi dolor de hertzio, creo que difícilmente lo rebasarás con anécdo­tas propias o ajenas. O, pensándolo bien, tal vez logre contagiarte de tan extraña sintomatología no clasificada por la ciencia médica, ni tampoco por científicosnorteamericanos. ¿Te expo­nes? Allá tú, que acá yo intento eso: contagiarte.

Entre las cincuenta, pa donde le muevas, lo mismo y lo mismo. ‘Ad nauseam’. Una más o un par menos, la ci­fra redondeada es justamente esa: cincuenta estaciones de radio dispu­tando lo mismo: tus orejas (o las mías). Tú dijeras que habiendo tantas (¿no se te hacen muchas?), podría haber alternativas: que si unas dedican buen tiem­po-hertzio a las transfusiones sanguíneas –sí, te sirven sangre fresca y policiaca a domicilio–, otras se dedicaran a transfundir conocimientos. ¿No has sentido últimamente hambre de saber?; que si unas emiten olor a calcetín sudado a la altura del zacate (patabola), otras pensaran que hay quienes en el extenso valle en el que habitamos hay quienes creen que la cabeza no sirve únicamente para anotar goles espectaculares. Pero cuéntalas de oído y de corrido y dime si hay alguna diferencia. Con decirte que hace rato que venía a tratar de hilvanar esta conversa contigo, me enteré vía hertzio de los costos de remendaje plástico… Sí, un “eminente” cirujano, “entrevistado” por un eminente imbécil, respondiendo a las inquietudes del auditorio sobre tan relevante materia: reparación de narices, nalgas, senos y puntos intermedios.

¿Que cada país tiene el hertzio que se merece? No lo creo, pues tendría que ser mucho peor el que “gozamos” gracias a la pasividad. Tienes el caso de la concentración; con-centración rampante. En un gran porcentaje, mayúsculo, los grupos hertzianos están controlados desde la mesa central; desde la monstrua rapaz y capitalina explicadora de la quesque realidad nacional. Es que creo que llegará el día –tal vez en el siglo 30– en que la lógica prevalezca y se entienda que si alguien está para enterarse de lo que es la realidad nacional, es precisamente la capital; no para explicárnosla. De allá, del Altiplano, baja graciosa la “sapiencia” destilada por la boca de los “comentaristas” o descifradores de las noticias. ¿Noticias?

Me punza que emisoras dependientes del presupuesto público compitan por el llamado “mercado noticioso”, y que no es otra cosa sino una disputa amparada por una afirmación implícita: “yo sí te digo la verdad, los otros no…”. Horas y horas y más horas de noticias –porque a ti y a mí nos gusta saber qué pasa a nuestro alrededor–, pero se ha creado un paradigma hermosamente sigloveintesco, pues a pesar de lo mucho que nos enteramos… menos sabemos. Y no creas que es algo que atañe únicamente a la rudapatria, sino que es norma internacional; la atomización del conocimiento, sustituyente dietético que da la impresión de saciedad. Nos sentimos repletos de “información”, pero los que nos dan los noticieros son fragmentos incoherentes, entre caóticos y difícilmente articulables. Al acabar el noticiero –o noticiario, llámale como quieras–, no puedo menos que experimentar un sentimiento de náufrago. ¿Te acuerdas de aquello que decía Ortega con su metáfora de que somos “náufragos en el tiempo”? Sí, pero buscando orientación, que no es precisamente una de las virtudes capitales de los llamados noticieros.

Pero estoy de acuerdo contigo: necesitamos de ellos. ¿Pero en tal cantidad y únicamente en ese sentido? Fíjate qué paradoja, al contarte acerca de mi malestar hertziano, quisiera que –como en el caso de las enfermedades comunes– me dijeras que tenemos el mismo padecimiento; que el desfile interminable de noticias (que entre peores son mejores; más rentables) te revienta. Quisiera que me dijeras que te enferma oír a esa caterva de curadores y curanderos, con títulos algunos más académicos que otros, diagnosticando y recetando vía hertzio. Quisiera, en fin, que me dijeras cómo puede hacerse una ¡sanación! del hertzio y darle un rumbo más meritorio, nutriente de nuestra flácida sesera. Y hablo por la mía, que es la única que tengo para darme cuenta de que la reventazón educacional no permite augurar un futuro creativo. ¿Usarlo como aula magna? Qué aburrido…

¿Te acuerdas de aquello de “al enfermo lo que pida”?; aforismo basado en la rentabilidad de las enfermedades. Es un poco el punto de partida en el planteamiento de círculo vicioso hertziano: pos como somos un país del tercer mundo, pos hay que darle algo a su altura… Entonces se contratan a filósofos del patabola que nos expliquen por qué el Matacuás Romuáldez “no concretó” frente al marco enemigo en la jugada crucial… Entonces los 80 comentaristas nos reiteran que Colosio cayó en decúbito (no “de cubito”, como decía prestigiado diario de la localidad hace poco)… lo cual significa que… Entonces díganme mi horóscopo… Entonces ¿La Paca se niega a cantar… con Luis Miguel? ¿Ya tienes el último compacto de Los Tucanes de Almoloya interpretando “Liberen al IVA”? Es que duele el hertzio.

Pero los publicistas se atrapan en su propia contradicción de “no se puede cambiar el gusto público”; en su resignación al “así somos y ni modo”. Y digo que es una contradicción mayúscula, porque precisamente el arte del marquetín es modular, moldear el gusto público. Que tú y yo en lugar de adquirir jabón “Hembrabrava”, compremos “Chavachula”; que en vez de intoxicarnos con tequila “Agavealterado”, lo hagamos con “Agavedeamentis”. Esa es la función de la publicidad: con el comportamiento. ¿Y no se podrá cambiar para mejorar? ¡Claro que se puede y claro que no se quiere! No se quiere usar el hertzio para un tratamiento de belleza ¡Interior y Colectivo! Es que somos un país de altísima rentabilidad… ¡ajena! Nuestra indolencia e ignorancia racional, son muy convenientes…

Ni modo, me duele el hertzio. Táte bien y luego… te busco.

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