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Latins

Y Luego…

Por Alvargonzález; 13 de septiembre de 1997

Soy hablador. Sí, tal cual, y eso no es tan difícil como ser sostenedor. ¿Sostengo lo dicho? A veces… Pero mira cómo se hilvanan las cosas: la máxima aspiración de todo hablador es que todo mundo lo oiga; y a la vez se expone a que todo mundo le hable. Y por andar en eso –de hablador–, el Mundo me habló (ya verás, si sigues le­yendo, al final pongo un número de teléfono) y me sugirió que habláramos de un asunto que encaja perfectamente con las septembrinas fechas que corren. ¿El Mundo habla? Pues sí, y tiene apellido; me gustaría que escucharas el mensaje que me dejó y que dice textual: “…habla Mundo Gómez…”. ¿Tiene algo que ver con el fervor patrio que hablemos de latinidades? Creo que sí, y ya verás.

Ándate algún día por el centro de gravedad –de mucha gravedad– de la ciudad. En la plaza de La Liberación hay una estatua que poco favor le hace al Padre Hidalgo, y eso que es el se­gundo intento escultórico de rendirle homenaje por el rompimiento de cade­nas esclavistas; y eso que en los breves cuatro meses –¡sólo cuatro!– que duró el levantamiento hidalguino, en tres ocasiones y no sólo aquí en Guadalajara, decretó la abolición de la esclavitud. Aparte de la intención liberante, hay una parte del texto que me llama la atención (y puedes leerlo al pie de la estatua), puesto que se dirige a los habitantes del territorio llamándoles “Americanos”. Así; no mexicanos ni de otra forma sino “Americanos”. ¿Te imaginas al presi-en-turno dirigiéndose a la nación llamándonos “compatriotas americanos”? La rechifla sería generalizada y mayúscula, y todo porque el uso del sustantivo ha sido expropiado o se lo han abrogado ciertos habitantes del tan Americano Continente, y no creo estar arrancándote un trozo de inocencia al mencionarlo. Por lo expre­sado por Hidalgo se deduce que en 1810 el concepto de americanía aún no se enjutaba y alcanzaba para cubrir sin adjetivaciones no sólo a territorios norteños.

Y eso es lo que sugiere Mundo: hablar de un adjetivo clasificatorio de la mayor parte del continente. ¿Somos muy pero muy latinos? ¿Latinoamérica? Y me sorprende lo que de entrada sugiere Mundo: “el Lacio, región próxima a Roma, es en donde se origina el latín…”. Y mira lo que son las cosas: esa lengua tiene veinte siglos de seguir siendo lengua muerta viviente, mas lengua aparte, ¿por qué tanto empeño en latinoamericanizarnos? ¿En clasificarnos como tales?

“Todavía hay clases…”, expresó el doctor en sociología que era Rector de la mínima casa de estudios en donde me deformé. ¿Clases? Hubo una vez un Napoleón, corso, que resultó ser un general de primera y que se ha de haber retorcido en su tumba cuando su descendiente del mismo nombre, resultó ser de tercera; “El Pequeño” le apodaban y no precisamente por su estatura, sino por su minusvalía política. Pues a ese mínimo napoleoncito, copatrocinador de Maximiliano, le debemos el remoquete de “América Latina”, quesque diferenciante de la Anglo América. O sea que en ese pasaje de la historieta continental podría inscribirse esa notificación que en ocasiones aparece en la tele: “fallas de origen…”. Pero el bautizaje resultó idóneo para la clasificación de dos porciones continentales muy diversas: la de Primera y la de…

Sí, como bien dice el mensaje de Mundo Gómez, el latín originó las lenguas “Romances” (por favor pronuncia “romanches” y averigua cuáles son y cómo desapareció el dálmata –no la raza de chuchos puesta de moda por el cine– al paso de los siglos). El español es una derivativa y ni siquiera del latín culto, sino del vulgar; igual que el inglés ¡americano! es derivativo no del inglés ‘posh’, sino del ‘cokney’… Pero en sentido estricto, la Europa configurada por Portugal, España, Francia, parte de Bélgica, Italia, parte de Suiza e incluso Rumania, tendría que ser la latineuropa, y nadie se refiere a esa parte del continente como tal. ¡Qué va! Pero eso sí, los que comenzamos siendo Americanos nos convertimos en Latinoamericanos.

Acabada la Guerra Fría, el resurgimiento del siempre presente ¡racismo! Eso que te decía de las hipotéticas clases o clasificaciones raciales. ¿De qué pasta estamos hechos los seres humanos para clasificar a otros por su morfología o pigmentación cutánea? A lo largo de la Historia una y otra y otra vez aparece el fenómeno del “Pueblo elegido”. Hace unos días aquí mismo te contaba algo de Temudjin o Gengis Khan, que en su momento y hace ocho siglos, convenció a sus mongoles de ser una raza superior. Y la que armó Hitler con su mitología aria; y la que se traen palestinos y judíos con la interpretación de escrituras en donde sagradamente se adjudican territorios. Y si piensas ir a Japón, y procedes de esas familias alteñas rubicundas y ojiclaras, prepárate a que no te vean muy bien, porque les merecerás memorias de un pueblo que alguna vez los creyó inferiores por su estatura prevalente y su pigmentación de piel cuasi ictérica, El racismo necesita de clasificaciones rápidas.

Ellos, no yo, hicieron la acronimia WASP, que lo mismo significa avispa que ‘white-anglo-saxon-protestant’; blanco-anglosajón-protestante. Es una de las características del inglés (idioma), decir mucho con poco esfuerzo; y es una de las características del anglo (pueblo) proclamarse diferente. ¿Superior? Dímelo tú… Entonces el genérico “latín” es muy útil –gracias de nuevo Napoleoncito– para esa diferenciación. Y ahora caigo en la cuenta de la habilidad bautizante anglosajona: durante la guerra que perdieron los que la van ganando ahora, a los japoneses les llamaban yapis (lo escribo fonéticamente) y a los alemanes germis, y ciertamente no eran expresiones afectuosas. ¿‘Hispanic’?

Hay un pasaje no muy ventilado de la Revolución de Independencia que inició Hidalgo, y que es la aparición en las crónicas de un individuo feroz, a quien todo lo que sonara a español le daba erisipela. Era conocido como “El Anglo” –claro que aquel asesor era angloparlante–, y que se sumó a la “bola” ve tú a saber por qué. Y dónde que convence a Hidalgo y a sus capitanes, que era experto en artillería, y la prueba de su ignorancia quedó en Calderón. Sentado, porque a causa de sus heridas no podía tenerse en pie, fue apeloteado (así decían al fusilamiento) en las proximidades del Hospital Civil, aquí. Para mí El Anglo representa ese odio ancestral contra España y todo lo procedente de ella; no creo que se interesara mucho en la independencia de México, sino en la posibilidad de mostrar bélicamente su furibundez contra los “degos”. ¿Degos? Te decía de esa facilidad bautizante y despectante: durante los siglos de la Colonia –y de las pugnas entre un Imperio desbordado por la burocracia: España; y otro que flamante y efectivo en su administración iba surgiendo: Inglaterra–, todos los españoles eran eso: “degos”. ¿Por qué? Porque uno de los nombres más comunes era el de Diego, variante de Santiago, patrono de España. Ahora somos ¡‘hispanics’!, o ¿‘Latins’?

Parte un jitomate y sácale las semillas. La mitad de ellas las pones en buena maceta, riegas la tierra y si quieres le echas fertilizante. La otra mitad ponla en mala tierra y olvídate que las pusiste allí. Eso es: ni mejores ni peores, sino cultivadas o no. En la maceta de buena tierra se da una magnifica planta de jitomate, y en la otra ni esperanza. No hay razas mejores o peores, sino seseras que se pueden desarrollar en un medio educativo y propicio y las que se arruinan por falta de cultivo. ¿‘Latins’? En sentido estricto no nos corresponde el nombre, pero en sentido también muy estricto es una categorización. Mientras seguimos averiguando qué y quiénes somos, ¡lancémonos al festejo septembrino! Al fin y al cabo somos latinos ¿no?

Táte bien, y luego… te busco.

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