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¿Pelvis?

Y Luego…

Por Alvargonzález; 21 de agosto de 1997

En cuestiones de marquetín soy como eunuco de serrallo: conozco de sobra la teoría pero –por razones que sólo son de mi incumbencia– no puedo ponerla en práctica. Y si no te dicen nada palabras como “eunuco” y “serrallo”, seguro el diccionario puede aclarártelas, pero seguro, también, que lo de “marquetín” allí no aparece, pues es mi forma afectuosa de llamarle a la quesque ciencia de las reacciones condicionadas y colectivas; la seudo cien­cia de los impulsos para necesitar, querer, y aún comprar cosas o ideas superfluas. Si lo anterior no ha que­dado claro, ahora me propongo con­fundirte un poco más y camino a la enunciada Pelvis.

Fue allá por los setentas cuando Argentina dio al mundo (sin pedírselo éste) un grandulón perrucho, desos que se ganan la gloria y la morralla a trompicones con otros de su peso. El pesopesado –así les dicen– fue rebautizado por razones de ¡marquetín! con el nombre de Narigón Beatée, al que sumó su itálico apellido: Ringo Bonavena. El boxeador anduvo un rato cosechando dólares –esa es una de las funciones del recitado marquetín– dándose de trom­pones con esas máquinas musculares y negras que dominan la categoría (in­cluso a mordiscos), y alcanzó una rela­tiva relevancia. El caso es que siendo blanco, tuvo una muerte oscura, con olor a faldas y a sustancias acelerantes en un también oscuro poblacho tejano.

Pero ándate que aquella Argentina de los generalazos, tan carente de ídolos, le organizó un funeral de héroe; sus restos fueron velados en un centro de­portivo en Buenos Aires, creo que El Florida es su nombre, en donde las filas de “dolientes” eran enormes para despedir al mediocre boxeador. ¿Por qué? Porque ante esa carencia de mo­delos de valía, cualquiera con una inyección de marquetín, ocupa lugares que de ninguna manera le corresponden. ¿Por qué? Porque sin ídolos no podemos vivir, y ellos –si no existen–, se fabrican. ¿Tú no admiras a nadie? Pienso que uno de los poderosos motores vocacionales es precisamente el querer ser como… (y ca’quien sus querencias vitales).

¿Y si hablamos de guitarras? A ver cómo te suena mi afirmación de que tal vez sea La Guitarra uno de los instrumentos más sublimemente simples que ha fabricado el ser humano para producir armonías encantadoras. Seis cuerdas, una caja resonante, y unas manos diestras pueden extraer sonidos exquisitos. Sucede que a su precedente islámico, España lo perfeccionó, y ese su defecto primordial… para el mundo anglosajón. Resulta increíble La Historia cuando percibes que a algo tan valioso en sí como la guitarra, se le haya considerado como instrumento de segunda e ínfima categoría por su procedencia y en una Europa en donde La Reforma no estaba dispuesta a aceptar nada que pudiera tener vinculación con la Roma de los Papas a la cual estaba relacionada España. Por cierto, espero acabar para febrero un divertimento histórico en donde me ocupo en extenso sobre la Reina del Marquetín: Isabel de Inglaterra, y te lo menciono de pasada porque ella –y su manejo de la conciencia popular– influye decisivamente en la ¡condenación de la guitarra! Expulsada de salas de concierto, no fue sino hasta que las manos de Andrés Segovia –muy recientemente– hicieron inevitable su aceptación internacional, después de larga repulsa más basada en cuestiones políticas que artísticas. ¿Algo que se originó en España puede tener algún mérito? Nada, según los anglosajones… Pero resulta que al filo de los cincuentas, a un tal Leo Fender (si no me equivoco) se le ocurrió algo “brillantísimo”: enchufarle un micrófono y un cable a la humilde guitarra y ¡a darle…! ¿A qué te suena? Digo, esa palabra que puede ser interpretada como “mecer” o “acunar” o también “roca”. Tal vez pudiéramos llegar a un acuerdo intermedio y decir que el Rock es algo rocoso y estre-mecedor. ¿Rock sin guitarra? Sonaría más o menos a maracas sin municiones dentro…

Fue también allá por los cincuentas cuando llegó al pueblo un pariente lejano y en más de un sentido: vivía en Tejas –distancia geográfica–, y medio primo de unos primos –distancia genética–. Llevaba un tocadiscos de pilas y un atuendo un poco estrafalario; incluso iba peinado con un copete insospechado. Aquel medio pariente mechicano (tal cual) permanece en mi memoria como el representante de la primera escena de algo que pronto se convertiría en culto inacabable; bailando en forma extrañamente caderosa unas tocatas en las que resaltaba la música de guitarra con sonoridad distinta, acompañada de ritmos tamboriles. Ese mi encuentro cincuental con el Rock y con el héroe del momento. ¿De cuál momento? ¿Pelvis?

A la guitarra con toda su sencillez, le tomó siglos abrirse paso hasta encontrar su sitio meritorio; a la electrificada, le tomó segundos al marquetín hacerle un nicho reverencial y siguiendo una de las consignas tradicionales de tan espesa ciencia: en un poco de talento le subes el volumen y ¡a sonar! ¿Pelvis? Al nacido en Tupelo (ni modo) se le ocurrió mover la cadera mientras tocaba y cantaba –lo cual era distinto–, y el marquetín lo adoptó.

¿Verdad que los homenajes a los muertos son cosa de bien vivos? Millones de dólares dejó en Graceland y en las disqueras el homenaje al desaparecido movedor inicial de la pelvis: Elvis…

Me sorprende el efecto sincronizador del poderosísimo marquetín, y que se manifiesta espléndidamente en hechos como los recientemente manifestados por el hertzio y la letrescrita de los diarios. Dudo de la genialidad del propietario de la primera (o una de las primeras) pelvis roqueras, y solicito tu auxilio para entender la gran aportación que hizo a la humanidad ese finuco individuo que se vestía, peinaba distinto, y “descubrió” las virtudes de la guitarra. Estoy abierto a tus comentarios al respecto, que espero me clarifiquen por qué su casa y su tumba anexa son un santuario ceremonial. ¿No será por las capacidades canonizantes del marquetín? Te advierto, no me disgustan algunas de las canciones que entonaba aquel modelo del peinado de adolescentes y compañeros de colegio como el Sebas y el Tarus, que pronto se engancharon en la moda; pero de allí a percibir la “genialidad”, no llego.

Que el sujeto pélvico viviera empastillado en su mansión, ‘peccata minuta’, y que tal vez en ese sentido reflejara una de las grandes virtudes roqueras que es, a todo volumen, vociferar la desesperanza de la generación de la postguerra, cuando ya se advertía la puerta de entrada al paraíso perdido… Pero lo que te decía, sin ídolos no se puede tirar pa’lante y nada mejor que el marquetín para la construcción de ellos. En todo caso que una ciudad llamada Memphis lo reverencie, lo sacralice y disfrute, pos qué bueno; bueno, pero no rentable y por ello hay que involucrar a millones que seguimos a remolque el rumbo que da la máquina que tira de la paradójica civilización sigloveintesca. ¡Hay que comprar el disco, sin lo cual el homenaje al ídolo estaría incompleto! ¿Ya lo tienes? ¿Pero es que tu canal favorito de tele con sus reportajes especiales no es suficiente para convencerte? ¿No te conmovió el desfile nocturno de imbéciles con velas en torno a su tumba? No sé por qué viendo todos esos ceremoniales en torno a la “deidad” (así le llama importante diario de la más y única ciudad importante del país), me acordé de los funerales de Ringo Bonavena. ¿Ídolos? Pronto, cuando todo joven mexicano forme parte de una buena banda de rock –ilusión multitudinaria–, la rudapatria habrá superado todos sus problemas. ¿No?

Táte bien, cuida tu pelvis y luego… te busco.

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1 comentario en «¿Pelvis?»

  1. Álvaro no fue reconocido por el marketín, siendo tan necesaria su presencia. A la fecha lo considero un vuelco sesual necesario en el mundo del marketín, pues ya hasta hubo pastillas que se vendían para “detener el impulso de comprar”.
    Cuestión de difusión mayor.

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