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Táte

Y Luego…

Por Alvargonzález; 25 de septiembre de 1997

Una cosa es el paludismo, y otra bien distinta el ludismo ¿Te acuerdas de cuando con una sustancia maravillosa llamada acronímicamente DDT se derrotó al paludismo, engendro de la humedad tropical? Ya luego resultaría que el tal DDT era causante incluso de mutaciones genéticas, y resultó ejemplo de lo de siempre: el remedio es el punto de arranque de un nuevo mal. Paludismo (enfermedad lacustre y de allí el ‘paludis’ latino, equivalente a “lago”), con sus fiebres que reaparecen cada tres o cuatro días, cuartanas causantes de calosfríos que transportan del calor al frío corporal. Sería calosfriante que dedicáramos este preci­so espacio a hablar del nefasto mosquito anopheles y sus palúdicos efectos. Mejor hablemos del ludismo y cuestiones septembrinamente apareja­das. ¿Te parece?

Quesque somos eso: animalejos lúdicos; juguetones. ¿Juegas algo? Yo… más que jugar jugué, y disfruté enormemente hacerlo. ¿Te cuento? Debió haber sido por ahí a los seis años de edad que empecé con las artimañas del ping-pong, y a lo largo del tiempo de la primaria el traqueteante pelotear me cautivó más y más. Y del pingpong –supuesto tenis de mesa– pasé al comien­zo de la secundaria, a las mesas de arcilla y del tenis en su otra escala. Te estoy hablando de los años cincuenta­les, los tiempos del Sputnik y del arran­que de la carrera espacial, y eso no es irrelevante, pues todavía la gran modu­ladora de los gustos públicos (entien­de: el marquetín), no convertía el tenis en lo que hoyendía es: culto masivo, deporte de muchas gentes bien…

Las canchas a las que iba permanecían vacías la mayor parte del tiempo, salvo cuando aquellos que me parecían venerables (ahora quisiera tener su cuarentona edad) se ponían a jugar. Viéndoles algo aprendía; y más cuan­do ahorraba algunos denarios para que Gonzalo Mendoza se pusiera un par de horas a tratar de enseñarme los secre­tos del “revés”, y a tratar de conven­cerme de que la raqueta se convertía en una extensión de la mano, y más, de la sesera: “…es cosa de músculo y de cráneo…”. ¿Viste lo’trodía a nuestros tenistas, tratando infructuosamente de acercarse –aunque fuera un pasito– a esa Copa que en 1900 el doctor Dwight F. Davis creara exclusivamente para los enfrentamientos a raquetazos entre “gladiadores” norteamericanos e ingleses? Después, la llamada Copa Davis se abrió al mundo para un deporte de origen incierto pero que igual es: duelo de espadachines. Ahora recuerdo a un viejo bolero que se ponía en el Jardín del Carmen, y que me contaba de los tiemposidos y en tierracaliente, cuando era cosa de vidamuerte el saber esgrimir el machete. ¡Esgrime! Eso es el tenis, y por ello me aferro a la versión de que el nombre proviene de una Inglaterra en donde el idioma oficial cortesano era el ¡francés!, y al comenzar el juego se expresaba un sonoro ‘¡tenies!’, que más o menos equivaldría a un “táte aguzado porque ahí va…”; la simbólica lucha comenzaba entre los esgrimidores de unas espadas –gladium– representadas por ‘pallacordas’ o palas encordadas.

Quizá ya hayan remendado el quemado Hampton Court, cerca de Londres, y en donde Enrique VIII practicaba en una cancha rodeada por tejabanes el llamado “Tenis Real”; de realeza, claro. Pero allá por 1555, un veneciano llamado Seaino de Saló escribió lo que pudiera ser la primera referencia a los reglamentos del juego en su ‘Trattato del Gioco della Falla’, y así llama en él ‘pallacordas’ a las que ánglicamente les decimos tú y yo “raquetas”. ¿Con qué las encordaban? Pues con tripas de gatos, de liebres o de… ¿fuchi? Hasta hace bien poco las mejores cuerdas eran esas. De donde venga la expresión “tenis”, tenía más futuro que el nombre que le quiso montar el reglamentador del juego en su versión moderna, un tal W.C. Wingfield, inglés claro está, quien en 1874 determinó que el deporte debía llamarse ‘sphairistike’, y que la superficie ideal para jugarse era el césped. Pos sí, eso en Londres, y en donde tanto llueve que hasta pasto inglés le crece a uno en las orejas (y ese es un buen asunto para los Obviologos Becarios de Tajimaroa: ¿por qué en Inglaterra hay tanto pasto inglés…?). Lo que suena más a griego que a inglés, es lo de ‘sphairistike’. ¿Juegas eso? Yo no.

Jugué tenis, mucho antes que se convirtiera en “debe”, proclamado por el marquetín: “todo-joven-bien-debe…”. Disfruté hacerlo, y mi ludismo intrínseco se dividió entre ping-pong y su equivalente raquetero. En 1985 –si equivoco el año, discúlpame– me tocó ver en Wimbledon, a un jovencito alemán que ganó el torneo. Boris, y con apellido de herramienta carpintera: Becker. Emergía al tenis mundial y, ¿disfrutaba hacerlo? Dudo. Era una máquina de jugar, igual que aquel hombrujer llamado Martina Navratilova, que parecía imbatible en el sector ¿femenino?

Hay en Wimbledon una estatua a Fred Perry –el gran campeón británico de otrostiempos–, e ignoro si el escultor quiso dibujar en la faz del jugador la expresión alegre que tiene; de gozo lúdico, que ya no tienen los tenistas de hoy. ¿Juegan por el placer de hacerlo? Qué va; lo hacen por múltiplos milmillonarios. Recuerdo que en aquel torneo al que por cortesía de la BBC pude asistir, una mujer a la entrada del estadio hizo una pira de brasieres en un acto de protesta, y debido a que la marca patrocinaba a Martina. La quemasostenes expresó que ella no estaba de acuerdo en que le vendieran más caro tan sinuoso producto para pagarle mucho al hombrujer tenista. No más el ¡placer de Jugar!

Titanio, grafito y cuerdas que ya no son sino trizas derivadas de petróleo, van a acabar con el deporte. El llamado “servicio” asumirá tal velocidad que no habrá ojo ni seso que coordinen el brazo. Las camisetas de los tenistas se ofertan por milímetros de publicidad visible en tele. Por todas partes las cuartanas económicas, fiebre monetaria revolvente, amenazan el simple ludismo: el placer de jugar, de medir el ingenio propio con el ajeno por el ¡simple placer de hacerlo! ¡Vaya paludismo contemporáneo tan jijo del pragmatismo!

Y peor te la cuento y a propósito de lo ocurrido en días pasados. Los cronistas deportivos se regodean en estereotipos, y de su cajón de frasesechas sacaron lo único que tienen: “enfrentamiento de aztecas contra teutones”. “Pega el cántaro en la piedra, la piedra en el cántaro, lo mismo da…”. Tal vez, con rigor histórico pudieron haber dicho: “camino a la Copa Davis, se enfrentan chichimecas toltequizados contra godos o góticos…”. Nada, lo de siempre: la quinteta azteca ¡paf! ¿Te digo algo? Vamos dejando descansar en paz a la Malinche, equivalente nacional de Pocahontas en New England. La Malinche nada tiene que ver con que después de la Independencia (¿estamos aún en septiembre?) nos haya sido inyectado el sentimiento de que a los únicos que podemos derrotar los mexicanos son a… ¡los mexicanos! Con decirte que la tan cacareada Intervención Francesa acabó siendo pleito entre ¡mexicanos! Essen, tenis, los teutones ¡uy, qué miedo! ¿Te has fijado que incluso la Banca Nacional juega muy bien como local, pero cuando se trata de “partidos” en canchas extranjeras no sabe “definir” el ‘passing-shot’ ni concreta frente a la portería enemiga? Los mexicanos somos muy buenos contra los mexicanos (oxímoron), pero nos achicamos como foráneos. A mí, en lo personal, me parece cosa santánica –de ese Santa Anna, modelo de quien dice: “Después de todo (lo mío), La Patria es Primero– ese espíritu de derrota que se veía en la cara de los tenistas mexicanos al grito de “táte”, o ‘tenios’, como se decía en francés (por cierto vi los partidos, tal cual, ¡sin sonido! Ello me permitió dos cosas: captar sin distracción las expresiones derrotistas de los compatriotas y evitar las imbecilidades de los “comentaristas”). Insisto, pareciera que el verbo “ganar” sólo lo sabemos conjugar entre nosotros.

Táte bien y luego te busco.

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