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Versiones

Y Luego…

Por Alvargonzález; 7 de febrero de 1998

Con la novedad de que no hay nada nuevo. Hace la friolera de dos mil quinientos años que una perra modali­dad –tal cual– se puso –también tal cual– de moda. Sucede que un tal Diógenes fue de los propulsores de una forma de vida sumamente canina, cuyos adeptos imitaban precisamente a los chuchos en su comportamiento y haciendo lo que les daba la gana en donde les daba su ¿respetable? gana. Así se les podía ver en las plazas griegas comportándose perrunamente. ¿No te ha tocado ver que los canes se aparean y se desa­hogan (¡uf!) sin ningún recato? Pues justamente de ese término –can, o en griego ‘kyn’–, viene el terminajo de marras. ¿Cuál?

Eran los tiempos sexenales de la paridad perro-peso, y el Presidenturno en una de sus arengas con inspiración poética lanzó una advertencia que aún recuerdo: “…corremos el riesgo de convertirnos en un país de ¡cínicos!”. Pos ándate que cinismo y canismo lo mismo son, en el punto de partida del terminajo, y no sé si el “corremos” de la afirmación presidencial deba ser sustituido por el “corrimos”. ¿Será ya éste un país de cínicos? (y por favor no me vengas con la floja afirmación de que “cinismo” no es otra cosa que la influencia del cine en las mentes débi­les…).

Hace rato que se instituyó con su elegante nombre: “Comisión para la verdad…”. El término técnico es her­moso, desbordante y expresivo, sólo que en primer lugar hay que tener pre­sente que las tales “comisiones” tienen fallas de origen notables. ¿Recuerdas aquello de que un camello es un caballo diseñado por una comisión? O sea que desde que se instituyen tales ele­mentos amparados por el nombre de “comisiones”, las expectativas son pre­visibles. La otra cuestión es profunda­mente evangélica, y si mal no recuerdo aparece entre las líneas versiculares que escribió Lucas. El pasaje es con­movedor, pues narra cuando Cristo está frente a Pilatos diciendo quién es él y haciendo una versión breve de su curriculum. Pilatos no encuentra delito alguno en Jesús, pero al ver la insistencia de la comisión del Sanedrín, les dice que están condenando a un inocente, y en un acto poco ético, responden con un conciso “sí y qué”. ¿Verdad que es detestable el cinismo? Somos los seres humanos hipotéticos gambusinos de “la verdad”. La buscamos esquivamente; la anhelamos y tememos, personal y colectivamente, presintiendo quizá que uno de los riesgos que se corren al buscarla es que… ¡se le puede encontrar! Ahora recuerdo aquella afirmación del yucateco Mendiz Bolio, que románticamente señaló allá por los treintas: “el país algún día asumirá el derecho de conocer toda su verdad…”. ¡Ándate, compadre! ¿Para que brote una caterva de cínicos al grito de “sí y qué? ¿Quién sería capaz de aguantar la previsible dosis de cinismo que surgiría en el momento de la verdad?

Llenar estas líneas es una aventura solitariamente acompañada. El mensaje de un amigo dejado en el 121-8880 y a propósito de que ha resurgido la palabra “Tlatelolco”, me dio un trazo inicial. Ex-presidentes y ex-gobernadores que se manifiestan inocentes victimas circunstanciales, lo cual se traduce en que en la búsqueda de la verdad podemos dar de frente con un abanico que va de la hipocresía al cinismo; dos polaridades muy diversas. ¿Cuál prefieres? Comisiones o no comisiones buscadoras, no imagino que desde Irlanda se escuche una voz que saturó todo un sexenio, diciendo: “organicé el caos (así de paradójico), y háganle como quieran…”. Más bien creo que siempre se va a amparar en un simple: “ps’abe qué pasó; ni cuenta me di”. La cuestión se me complica: ¿en qué punto la hipocresía se convierte en puro cinismo? Dímelo tú. ¿Verdad que no es tan fácil la verdad?

Lo’tro día, pagando la esquela de mi madre, en la ventanilla se puso a la conversa alguien que seguro ve mis engendros televisivos por el cable. Suponiendo que sé más de lo que en realidad sé, me preguntó sobre el origen de la fiesta de la Candelaria. Le conté que tan luminosa festividad tuvo su arranque en las Lupercalias romanas: candelas, fuego, purificación, luz (se supone que la verdad, es justo eso: la luz) y desfogue antes de asumir febrero, en honor a ‘Februa’, deidad de la expiación. Las tales Lupercalias eran tan exuberantes que incluso se permitía que los esclavos suplantaran a los amos y aun les dijeran lo que de ellos pensaban. Sí, lo podían hacer, pero ¿luego de pasadas las fiestas? ¿Te acuerdas de aquella postdata del “donde digo digo no digo digo sino digo Diego…”? Pasadas las fiestas, las consecuencias de haber dicho loantesdicho

Si la verdad se diera químicamente pura, no existiría La Historia que no es otra cosa sino muchas historias; muchas versiones de lo mismo. Siempre que tengo la oportunidad recuerdo aquel pasaje de la vida del infortunado Walter Raleigh, que encarcelado en la torre de Londres se puso a escribir su tratado de Historia Universal (nota las pretensiones). Una noche se oyeron gritos, y al día siguiente, Raleigh trató de indagar lo ocurrido, y a medida que iba preguntando, se encontraba con distintas descripciones de los hechos acaecidos en su proximidad. Fue entonces que su ánimo escritorio –universal– se templó y llegó a esa conclusión que te decía: “…muchas historias hacen La Historia”.

Con comisiones o sin ellas, nadie nos puede quitar las ganas de saber la verdad; ni el temor de saberla, y de saber que está ella siempre cobijada entre hipocresías y cinismos. ¿Será?

Táte bien, y luego… te busco.

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