Y Luego…
Por Alvargonzález; 2 de mayo de 1997
“Cuando tú vas por la leche, yo ya hice panelas…”, y diciendo eso, Lalo me ofendió. No, no es mi yerno Lalo el del asunto presente, sino otro tal Lalo que con sus veinte años es mi contemporáneo pero no mi coetáneo. Nomás imagínate la desproporción entre un mozalbete de apenas veinte años y mi quesque doctoral canicie. “Cuando tú vas…”. ¿Coetáneos o contemporáneos? Cosas distintas son.
Con su brevedad y con su breve edad, Lalo me dio una idea, tan quesera como agria. Recuerdo a mi maestro de latinidad, Luis Sánchez Villaseñor, cuando me sometía a un riguroso examen de lógica y obviedades, preguntándome: “Oye Alvar, ¿la mujer del quesero qué-será?». ¿Quesera? Y a propósito del tal latín –lengua que tiene apenas dos mil años de seguir viva en nuestra boca–, pienso que su capital defecto fue quesero; o el haberse coagulado, lo cual es exactamente el mismísimo efecto que ocasiona el cuajo en la leche para consolidarla en cientomil formas y sabores igual de queseros. Queso es, leche fluida nunca más.
Déjame usar de vez en cuando las metáforas, forma sabrosa del idioma para aclarar o confundir. Para lo mismo pueden servir. Así, sin su forma fluida y lechosa cuando fue de consumo necesario y cotidiano, el latín es ahora un queso añejo del que seguimos cortando trocitos para expandir las lenguas. ¿Te acuerdas de aquella norma filológica que dicta (es dictatorial) que para nombrar lo nuevo siempre se tiene que recurrir a lo añejo? Es decir: a lo nuevo se le nombra con viejas palabras rescatadas de viejos diccionarios. No hay escapatoria.
Vete a saber las horas que pasarían Schoeckel (‘pronuntia bene’ me exigía el Maestro Luis) y sus dos compinches merecedores del premio Nobel por la gran hazaña de reducir el tamaño de los bulbos y convertirlos en mínimos consumidores de energía. Amaneciendo los cincuentas nos ofrecieron a ti y a mí –claro a través de intermediarios industriales y comerciales–, una minúscula pieza que permitía que la energía se condujera bipolarmente con desgaste mínimo, a diferencia de las entonces llamadas válvulas catódicas. De aquellos bulbos que teñían de rojizo la panza de los aparatos de radio antes de producir sonido alguno.
Mediante procedimientos que escapan a mi brevedad sesual, los consabidos científicosnorteamericanos encontraron el principio básico de la ahora giganta industrial de los semiconductores, o materiales que con un consumo mínimo de energía, permiten transitar la electricidad de positivo a negativo casi instantáneamente (y aún sigue siendo utopía científica la supresión del “semi”, lo que es un paradojal fantástico y retante). Cienmilmillonésimas de segundo fue lo que Schoeckel logró en su proceso de compactación que ha seguido compactándose; pero al momento de bautizar su descubrimiento, o de nombrarlo, el diccionario latino estaba a su lado: “Trans…”, prefijo. ¿‘Transitus’ acaso no significa pasar a través? Primero sin nombre, y luego bautizado, surgió el omnipresente ¡transistor! ‘Latinitas vivit’, lo cual significa que estamos llenos de latín en la lengua.
‘Hic et nunc’; aquí y ahora, y también los latinajos sirven para dar brochazos de supuesta híper-cultura en momentos cruciales. Recuerdo a mi muy ejecutante amigo Govela quien en juntas interbancarias y de alto vuelo ejecutivo se jactaba de pigmentar con sus exabruptos en puro latín para desconcierto del ‘quorum’: ‘si aliquando cur non modo…’. Silencio en la ejecutiva reunión y expectativa de traducción que podía ser extensa o compacta: “Pa qué nos hacemos… pos si lo vamos a hacer ya hagámoslo…”. Esa, la forma extensa, y la concisa era una simple traducción de la sentencia latina en un “pos a darle”. En sentido estricto el tal ‘si aliquando…’, significa aquello de “si tarde o temprano lo tienes que hacer, hazlo de una vez en lugar de seguir pensando…”.
Hasta se me antoja que algún diputado repitiera en alguna cámara aquello del ‘ex pluribus leges, corruptisima res publica…’, lo cual no es otra cosa que el axioma de que las muchas leyes disfrazan una República –cosa de todos– bien corrupta. ¿Latinajos? Muchos, y fundamentales de una cosa llamada Derecho, y que comenzó o a fraguarse dentro de una romanidad imperial que transitó por el republicanismo y por muchas formas de gobierno antes de su extinción dominatriz.
¿Tienes por allí entre tus curiosidades un álbum? Imagino que es de fotos. Por cierto –simple dato aleatorio a la conversa latina–, los sustantivos terminados en “um” –neutros–, hacen el plural en “a”. Lo cual significa en pleno castellano que el plural, por ejemplo de currículum, es justamente ‘curricula’; o el de álbum es precisamente ¡alba! ¿Alba? Sucede que los muy románicos romanos destinaban unas blancas paredes para que allí los ciudadanos escribieran sus anuncios; albas superficies en donde los arqueólogos han encontrado mensajes insospechados. Cuando la noche clarea, llega precisamente el alba, o la blancura del día contrastante con la oscuridad nocturna. ¿Álbum? Por lo general son páginas blancas en las cuales se colocan figuras o imágenes, albas superficies donde se acomodan recuerdos.
La Agenda es una libretita que determinada empresa nos da… para encontrarla al fin del año sin ninguna anotación. O casi sin ninguna, porque empezando enero comienzan los propósitos planificadores, y a mitad del mismo enero fallecen. ¿‘Agendum’? Es en cierta manera el mismo caso de “álbum”, sólo que es un participio. Gerundio mandante, podríamos traducir de la vieja gramática latina al novedoso español que hablamos. Sucede que los tales participios del verbo tenían cierto grado de obligatoriedad, por lo tanto del ‘agere’ –quehacer– se sucedía el ‘agendum’, el quehacer obligatorio.
¿Agenda? Ni más ni menos que el plural, o los quehaceres-que-hay-que-hacer. Esa la función hipotética del cuadernillo planificador que en nuestro ‘statu quo’ (semos como semos, imprevisores e improvisadores), goza de puros etcéteras (derivación del ‘et-caetera’, que no es sino una forma latinaja de decir “y-todo-lo-demás”), sintetizado en ese símbolo que ahora mismo pincho en mi añejo procesador palabrero; que por su parte no es sino la combinación de ‘et’ que no es otra cosa que el “y” conjuntivo, y el ‘caetera’ (se pronuncia “chétera”). Te digo, es mareante la cuestión del lenguaje. Si algo entendiste me lo dices, porque lo único que entiendo es que nuestro idioma encaja dentro de la clasificación de las lenguas romances: italiano, español, portugués, francés, rumano, y hasta el desaparecido dálmata y sus colaterales, todas ellas derivadas del latín. Pero si vieras cuánto latín está incrustado en el inglés, te sorprenderías.
Uno de los más grandes defectos del latín, fue la ausencia de acentos ortográficos; una de las grandes cualidades del español, es justamente esa y su simplificación. Sólo tres, y no los muchos del francés y los nulos del inglés. ¿Sabes poner acentos? Quien me acentuó mi gula palabrera fue mi Maestro de latín, Luis Sánchez Villaseñor, Jesuita, quien alguna vez me dijo: “quien sólo un idioma sabe, no sabe ninguno…”. Ese es mi caso, pues ninguno sé bien, y aun así me atrevo a decirte algo: ‘Latinitas vivet et vivit’ (el latín vivirá y vivió). Gracias, Maestro Luis…