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Bautizos

Por Alvargonzález; 27 de octubre del 2003                                         

 “¿Qué nombre le ponemos?”, y esa simple pregunta conduce a deliberaciones familiares que no pocas veces incluso pueden convertirse en la formación de bandos que asumen posiciones de poder. No es fácil  ponerle nombre a la criatura,  y todo para que a veces el nombre oficial sea sustituido por apelativos funcionales cotidianos…

 Durante buenos y largos siglos la polémica se desarrollaba no antes de cruzar la puerta del Registro Civil sino en la proximidad de una  pila con agua bendita y previo a que la criatura fuera registrada en libros parroquiales. Eso es y mira: una sólida pila elaborada en piedra volcánica, y dentro de ella un carcomido letrero añejo y testimonial que recuerda el nombre completo del niño bautizado allí el 8 de enero de 1783: “Ramón Ignacio Prisciliano Sánchez” se alcanza a leer (espero). Te digo: para efectos de funcionalidad, los dos primeros nombres se perdieron, y la calle –homenaje al prócer–, es simplemente Prisciliano Sánchez. ¿La ubicas? Lo que es un poco más difícil de ubicar es la pila  bautismal pues se encuentra en Ahuacatlán Nayarit.  Sucede que don Prisciliano fue de esos jaliscienses nacidos en Nayarit… cuando Nayarit era parte de Jalisco; y sucedió que don Prisciliano fue de los participantes en otro proceso bautismal mucho más complejo. ¿Te imaginas ponerle nombre a un país recién nacido?

 La de don Ramón Ignacio Prisciliano es una biografía zigzagueante: de novicio franciscano pasa a seminarista del clero secular, y luego se convierte en comerciante en Compostela para finalmente abrazar con fervor la política. Así participa en el primer Congreso Constituyente, estamos hablando del 823-24, en el que se acordó la denominación oficial –buena tal vez, pero poco original–, de los llamados ‘Estados Unidos Mexicanos’. Te digo: en eso de encontrarle nombre a recién nacidos (México acababa de nacer a la vida ‘quesque’ independiente) hay una mezcla de originalidad diferenciante y de culto discretamente confeso a alguien admirable. ¿No crees? Bonitos a veces los nombres oficiales, que en la cotidianeidad son sustituidos por denominaciones simplificantes y las Marías son Maris, los Ignacios, Nachos,  y los Josés devienen en Pepes. Así, los EUM que don Prisci ayudó a bautizar son para ti y para mí, simplemente México. ¿Me equivoco?

 Desde su nacimiento, y luego de que la sexación política del crío determinó que no tenía agallas de Imperio, el país no ha carecido de buenas ideas hijas de buenos ideólogos. Don Prisciliano –quizá olvidando aquello de que la naturaleza no da saltos o camina a brincos– enarboló el Federalismo. Magnífica idea que a casi 200 años de ser planteada por el jalisciense-nayarita es buen nombre para avenida pero mal disfraz de centralismo feroz…

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