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Remiendalmas

Y Luego…

Por Alvargonzález; 14 de agosto de 1997

Fernando Poblet, en aquellas memorables madrugadas trepado en antena madrileña, me repetía aquello de “es la radio una egregia dama de compañía”, y tan de acuerdo estoy con él que no me canso de repetirlo en cuanto me dejan ensayar el salto verbal desde las antenas (y por cierto, después de arrastre lento en torno a la plaza, sigo sin encontrar quién me deje practicar en público mi hermoso y solitario vicio: La Radio. Creo que el requisito para entrar en el hertzio es justamente decir estupideces peores que las que suelo decir cuando despeino la lengua al aire, pero ese es asunto aparte…). ¡Egregia dama de compañía… en el si­glo de las comunicaciones que ha crea­do –paradójicamente– al ser aislado!

Hablando así de pura experiencia personal, que no fundamenta nada, percibo que al filo de las diez de la ma­ñana arranca el tropel. A las antenas locales y a las que nos mandan su se­ñal desde ese otro México epicéntrico, suben acicalados y con la boca limpia –para repartir buen aliento– los remiendalmas. Muchos y de toda laya y especie, listos para atender a control remoto los malestares anímicos más insospechados.

Aquí, y antes de que descubras que de nuevo me atrevo a hablar de asun­tos que desconozco, debo ampararme en mi amateurismo –amantazgo– con doña Historia, desarrollado a partir de un simple ¡porque me da la gana y por­que lo he podido mantener (hasta ahora)! Ningún blasón académico me cobija como muy hipotético narrador de la historia (cuestión, hasta donde sé, profundamente democrática y en la que no pueden suplantarnos los exper­tos borlados o becados). Por mi real gana he pasado laaaargos periodos desgastando la retina frente a papeles viejos. Pero, dirás, eso ¿a qué viene? Nada, sino a algo muy sencillo: que es tal mi obsesión con la tal doña Historia, que a causa de la miopía que me ha provocado, he llegado a pensar que ese malestar psicológico colectivo –que esplende en el hertzio–, no es sino una cuestión histórica en la que estamos metidos todos. ¿Frustra? Creo que ese término no ha sido adoptado por psicoterapeutas mejor o peor intencionados. ¿Frustra colectiva hecha de la suma de las particulares? Ya te advertí: poco sé de mucho y tal vez por ello me atreva a hablar de tantas cosas como ahora lo hago de los remiendalmas.

Hasta donde he podido enterarme, el término ‘psijé’ es eminentemente neumático. Si no me crees pronúncialo tú y percibirás que es imitativo de un soplo. ¡Soplas! Tal cual, pero inspiratriz, y los griegos llegaron a esa conclusión paralela a la Biblia allá cuando narra que el toque final del barro del que estamos hechos fue precisamente ese soplo divinamente diferenciante de la particular animalidad humana. ¡Ánimas que quede en claro que eso es el alma humana: ánimo o ‘psijé’! Soplo.

No viene a cuento, claro, pero me salió a la memoria cuando Odilón Avalos tenía su fábrica de vidrio soplado allá por la calle del Catalán. ¿Te acuerdas? Sople y sople, él y sus operarios, hacían vasijas hermosas de vidrio de segunda, o de quebranto de botellas. Con todo respeto me parece que los remiendalmas del radio –que brotan a borbollones por tu aparato– son eso: sopladores. ¿Por qué será tan frágil el alma humana cuando no está templada sino destemplada? ¿Qué tan templada está el alma nacional, matricial de nuestras ánimas particulares? ¿Qué podremos hacer para reconstituirnos del quebranto? ¿Ánimas que la economía resople?

Estoy seguro que tú y yo nos parecemos en algo que se sintetiza hermosamente en el adagio de “jiede, jiede el muerto, pero no lo soltamos”. Renegando, renegando, de cuando en cuando oigo al que comenzó siendo peinador de estrellas y que ahora peina almas por radio ¡y desde la Monstrua sabia y capitalina! Con su voz, dulcificada por gárgaras de ‘suavitel’, a “nivel nacional”, remienda matrimonios, adulterios, noviazgos fallucos, y de pasada consejos para remediar la orzuela, la caspa y el paño. ¿Tan mal andamos? ¿Tanto como para que tantas horas se dediquen a la ‘psijé’ colectiva por parte de la egregia Dama de Compañía? Crioquesítamos un poco enfermillos de la sesera, y urgidos de remendadores ¡Soplas!

Pero vuelta con lo mismo: ¿no será cosa de La Historia? Es que si lo vemos tú y yo a escala individual –tantos filmando su versión personal de “Perdidos en el Espacio”–, y si ese género radial del remiendalmas es tan rentable, mala señal; y si lo interpretamos de la otra ladera –tantos hijos de la rudapatria con reventazón anímica, no son sino síntoma de que el macro-macro-de-referencia no funciona (con lo que ello quiera decir)–, pos llegamos a lo mismo: nuestra historieta no está funcionando. ¿Ya planeaste tu caso ante los psicólogos microfonados?

¡La locura, es la locura! Pero, y será tan mala la tal locura… Pero y ¿si la tal locura fuera creativa y no tan destructiva como la que hemos creado? Como amante de doña Historia, mi locura huele a papeles viejos. (¿Ya te sabes aquel del psicoterapeuta de mi consulta costosa y recurrente?: “fíjese que el polvillo de los papeles viejos me provoca estornudos sinfín; pero lo peor no es eso, sino que cada estornudo me origina un orgasmo, dígame qué puedo hacer”. Y el terapeuta con ojos de tostón antiguo contesta: “mejor dígame usted dónde consigo de’sos papeles…”. ¡La locura! Tú la tuya, yo la mía, todos la hacemos pasar por cordura. ¿Qué tal si yo supiera que tú… y tú supieras que yo…? Y esa cuestión de la “normalidad”, es tan añeja como Gerald Geraldson y mucho más. ¿Gerald?

Se cambió el nombre por razones de marquetín primitivo y decidió llamarse Erasmo de Róterdam, el autor del ‘Encomium Moriae’ o “Elogio de la Locura”, allá por el 16, siglo remoto. Nomás te lo digo así: alguien que se cambia el nombre, ¿está buenisano de la sesera? Malobien, Erasmo deja su marca en el Renacimiento ¡elogiando –entre otras cosas– la locura!

Eso es: si tú me dices qué es “lo normal”, yo te digo qué es lo contrario. Fácil. ¿Sí? Me temo que es imposible, pero desde mi vertiente como amador de La Historia, no creo que estemos más o menos locos que los que nos precedieron sin la ayuda de terapeutas (por cierto, la diferencia que encuentro entre un “charlista” y un “charlatán”, es que el charlista te mira a los ojos y el charlatán no desprende su pupilente de tu cartera…) ¡Ojo con doña Radio! Y ojo con la locura destructiva en la que se nos está globalizando.

Una madrugada, carreteando, me puse a oír a Larry King, quien en ese tiempo tenía al hilván del hertzio más de 200 emisoras de la madrepatria. Por cierto, Marco Aurelio –emperador romano–, hace dos mil años que llegó a la brillante conclusión de que somos solitarios tratando de encontrarle sentido social a la soledad, y te aseguro que nunca oyó tu aparato de radio, y eso viene a cuento porque en la madrugada doña Radio asume otra sonoridad (y algún día te contaré de cuando en la Monstrua hice radio de medianoche). Total, a Larry le habló alguien de Dakota del Sur (o de donde haya sido, lo mismo es esa Unión Americana en proceso de…) y le dijo: “acabo de matar a mi esposa…”, y la conversa telefónica era entre sollozos. Imagínate, yo solo en medio de la madrugada, oír eso. Larry, muy hijo de su Unión Americana, madinusa, le respondió de botepronto (por eso sus millones de cartílagos orejeros noche a noche): “tienes dos alternativas: huyes o te entregas…” (silencio…). Luego de nuevo la voz de Larry: “tienes una tercera… tú decides… ¡Tenemos otra llamada de…!”. Me faltaban cuatro horas carreteras y me puse a pensar (cosa rara en mí): o a pesar de los remiendalmas hacemos nuestra locura constructiva o… ¿No será parte del quehacer político, remendar el alma nacional?

Táte bien, y luego… te busco.

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2 comentarios en «Remiendalmas»

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