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Glosorrea

Y Luego…

Por Alvargonzález; 26 de octubre de 1996

Carmen habla, y lo excepcional sería que no lo hiciera, como excepcional también sería que dejara de hacerlo, o que hubiera un femtosegundo de diferencia entre las palabras de Carmen y el paso de sus ideas por el cerebro. Habla, habla, y bla-bla-bla.

Antes de ir a ese simpático o vergonzante padecimiento –incontinencia verbal o glosorrea–, y a fin de evitar recriminaciones inútiles, permíteme afirmar que los “femtosegundos” sí existen en el vocabulario científico. Se trata de fracciones mil minimales de tiempo en el que, por ejemplo, ocurren las reacciones químicas. Si la batería que alimenta el encendido del auto produce corriente, es porque las placas y el ácido reaccionan a velocidades medibles sólo así: en femtosegundos que hacen parecer simultáneo a lo que es producto de una reacción química e imposible de verificar sin recurrir a procedimientos muy elaborados. Utilicé el término porque en última instancia somos un compuesto químico, animado o pensante, y supongo que hay un desfasamiento mínimo y temporal entre la idea pensada y la que se convierte en sonidos a través de la boca. En el caso de Carmen, los sonidos –palabras– salen sin haber hecho la mínima escala en la sesera. A borbollones.

Pero ¿cómo te sonó eso de glosorrea? Se supone que glosa o ‘glotta’ es justamente lengua, y en griego dicho; lo de ‘rea’ es fluir, como en el caso de la incómoda diarrea o del nasal catarro, que originalmente era ‘catarrea’. Así podríamos decir que la demasiada fluidez de lengua no necesariamente es una virtud. ¿Incontinencia verbal? Por donde quiera que sea, la incontinencia es defectuosa, y mucho.

Al glosorreico no puedes decirle sencillamente “hola”, porque tiene la habilidad de colgarse fonéticamente de cualquier palabra para comenzar una larga disertación: “…sí, ahora que estuvimos en el mar, ¿te enteraste de los ciclones?, había unas ¡olas! enormes. Y ¿a que no sabes quién estaba en el mismo hotel al que llegamos…? Bueno, no es hotel, son unos apartamentos… ¿Te acuerdas de…?”. Incontinencia enchorizante, en la que la última idea se monta sobre la que sigue en una secuencia abrumadora. La lengua fluye y fluye sin posibilidad de detener el torrente. ¿Has intentado interrumpir a un glosorreico? No hay espacio entre frases; el párrafo nunca concluye, y sólo cuando ellos disponen que ya es suficiente se detienen, y no precisamente para escuchar nada de ti, sino para ganar impulso y seguir.

Te hablan de seres desconocidos presuponiendo que los conoces; se quejan de dolencias que a uno le tienen sin el mínimo cuidado y de medicinas o tratamientos contra esas y otras enfermedades, de noticias que oyeron en la mañana y del rumbo político ínter y nacional. Todo en la misma entrega en la que no faltan por supuesto, problemas personales o ajenos, sentimentales y económicos.

Siempre he creído que la naturaleza ha sido sabia al proporcionarnos dos oídos y una sola lengua; eso significa que debemos escuchar el doble de lo que hablamos, en proporción áurea. Pero también es claro que a todos –al menos a mí– nos gusta que nos oigan y por una razón muy simple: cada uno es el centro de su propio universo. Yo del mío, tú del tuyo. Uno siempre tiene la última palabra acerca de todo y respeta las ideas ajenas, ¡siempre y cuando sean iguales que las propias! O sea que también reconozco que tengo una tendencia más epidérmica que encubierta hacia la glosorrea, al hablar sin que se me interrumpa. Mas una cosa es la tendencia y otra el descontrol.

No se trata de que digan cosas sin sentido, no. Lo que ocurre es que en gentes como Carmen, las ideas se le amontonan en la boca, en tropel, y sin la existencia de una especie de filtro que siento que existe en alguna parte de mi raquítico cerebro y que separa lo modulable de lo reservado. En el caso de Carmen o de una tía que tuve, ese filtro parece haber quedado suprimido o no haber estado en el momento del armaje sesual (de la sesera). Por eso te decía allá al principio lo de los femtosegundos, que con esa unidad quizá se mida el desfasamiento normal que hay entre la idea y su expresión oral; fracción temporal que me supongo no existe en los que padecen de glosorrea o son incontinentes verbales. ¿No conoces a nadie así?

“Y no le remiendes porque más se rasga”, dicho que refleja uno de los cotidianos problemas en los que se meten los glosorreicos, pues en el momento menos pensado, “ya están hablando del peine en casa del calvo”. Y como en el caso de los autos que se entrampan en el lodo, entre más tratan de salir, más se hunden. Pero tienen una ventaja: parecen no darse cuenta de que lo que dicen, a veces ¡sí importa! y lastima u ofende.

Quise echar mano de esos refrancillos porque una de las repetidas acusaciones que a lo largo de su convivencia novelesca le hace el Quijote a Sancho Panza, es justamente esa: la que de pronto habla y habla y bla-bla-bla, no por necesidad de decir algo sino por hablar.

Glosorreicos aparte, ¿tú has conocido a alguien que quiera conversar para enterarse de lo que piensa el otro y respetar sus puntos de vista? El galeno arte de conversar, que casi siempre es un pretexto para convencer al otro de que nuestro punto de vista es el correcto, y que la última palabra nos acompaña.

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1 comentario en «Glosorrea»

  1. Roberto de la torre Navarro

    Me llamo Roberto de la torre Navarro y mi teléfono es 36153132 y me agrada que me dejen un teléfono y nombre de la persona para pedir información
    No puedo o no sé usar la tecnología bien
    Estoy interesado en asistir a eventos – gracias

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