Saltar al contenido

¿Nomenklatura?

Y Luego…

Por Alvargonzález; 29 de junio de 1996

¿Tienes aspiraciones? Difícil en los tiempos que galopan, pero creo, por mi afición a la Historia, que nunca ha sido ni más fácil o difícil tenerlas y mantenerlas. Se requiere ingenio para ello, e indudablemente somos un reflejo proporcional de las aspiraciones que nos alientan y que ellas tienen mucho que ver con ese artículo de primera necesidad que es la esperanza. ¿Tienes esperanzas? Sin ellas…

Tal vez te sorprenda si intento definir la política como el arte de fabricar la esperanza colectiva sobre la cual sea posible cimentar las aspiraciones personales. Difícil quehacer ese de la política. Arte o ciencia, dejemos de lado la política y permítame de nuevo preguntarte ¿cómo andan tus aspiraciones? ¿Entre tu catálogo personal no se encuentra la aspiración grandiosa de que te pavimenten nombre y apellido? Pudiera ser, y tan absurda como real, porque todas las aspiraciones humanas tienen algo de utópicas. De absurda utopía.

En la anterior ocasión que te busqué desde estas líneas periódicas, traté de contarte algo acerca de la función que en la Roma Imperial tenía el llamado ‘nomenclátor’, individuo que acompañaba al poderoso para decirle a su oído el nombre y la ocupación de quien se acercaba a él. Se trataba de un esclavo con memoria prodigiosa. Y justo había terminado de escribir mi ración de letras sobre tan intrascendente asunto, cuando leí que un colega de dimensión nacional, echaba mano de la misma palabra pero escrita en forma distinta: ‘nomenklatura’, y haciendo referencia a que era el nombre de la lista que el Soviet Supremo manejaba para saber quién era quién, y cuáles sus aspiraciones políticas a fin de controlar la estrecha puerta de acceso al poder.   La lectura del artículo catoniano me hizo volver sobre el asunto. Nomenclatura o ‘nomenklatura’, lo mismo da y da para mucho.

Aspiraciones ¿políticas? Hay una que difícilmente se puede clarificar en la intención personal, pero que allí está como una posibilidad real: que te pavimenten el nombre y el apellido. En sentido literal es una gran aspiración política.

Fíjate qué rodeo voy a dar con la intención de clarificar lo que ¡es muy claro! La llamada ‘polis’ en griego no es otra cosa que la “ciudad”; y por derivación, la actividad política surgió de la necesidad de ordenar la vida en las ciudades; de dirigir la convivencia urbana. Esa la actividad básica del llamado “político”. En una especie también de derivación lógica, las ciudades –no sé cuándo ni dónde– tal vez decidieron rendir homenaje a los organizadores urbanos y dentro de la trama constituida por calles y viaductos. Creo que podemos deducir tú y yo que hay una correlación en el hecho de que las calles llevan nombres de políticos destacados, y que dentro de las aspiraciones abiertas o subterráneas de prevalencia en el tiempo, exista precisamente esa: convertirse en avenida, calzada, viaducto, túnel, puente, o qué se yo. Nombre y apellido más o menos bien pavimentados y transitables.

Pero, ¿y la nomenclatura? Por extensión la palabra se aplica precisamente al listado de las calles de la ciudad, que entre más crece más difícil es retener todos sus laberintos.

Como verbotraficante confeso, nada extraño que haya caído en mis nanos –lo tengo frente a mí– un librillo con título jugoso: “Prontuario de la Nomenclatura de Guadalajara, Jalisco, México”. La edición es de 1944. Ve a saber por dónde hayan circulado las palabras impresas en él, antes de llegar a mí para permitirme conversar contigo de esa nomenclatura cambiante y urbana. Enigmática en no pocos casos. Como fue mi amigo René, librero de segundas manos y sabecuántos ojos, quien me permitió acceder a ese librico; y como su negocio está por López Cotilla, te enuncio los nombres que ha tenido tan transitada calle: Integridad, Rectitud, Respeto, Honor, Fidelidad, Vigilancia, Recogidas, Policía, Beaterio, Velarde, y finalmente ¡López Cotilla! Tal cual, y al paso del siglo 19 al 20. Otro ejemplo sería la calle paralela; y con la cual hoyendía se le rinde pavimentado homenaje al iniciador de las muchas revoluciones que se englobaron en el nombre de La Revolución: Equidad, Armonía, Olimpo. Del Prado, Sol, Opinión, Trabajo, Gastos, Amar, Amor Patriótico (tal cual), Placeres, Bernardo Reyes; para llegar a ser Calle Francisco I. Madero. ¡Nomenclatura urbana!

Entresacando de esos listados de nombres pretéritos a calles que seguramente ubicas en la ciudad, creo que se puede advertir que las vías públicas rendían homenaje a virtudes necesarias para la convivencia urbano-política: Equidad, Armonía, Respeto, Rectitud… Imagínate lo poético que resultaba decir “voy a la calle de Armonía”. ¿Dónde quedaron el honor y la fidelidad? ¿Cambiaron simplemente de nombre?

Es un hecho irrefutable: las calles son homenaje a próceres; a individuos que con su quehacer han influido en eso llamado “política” y que puede ser definido de cientomil muchas formas.

Como tantas otras aspiraciones humanas –abiertas o encubiertas–, en el querer transformarse en nombre-de-calle, creo que no hay una metodología; un “le hago así para lograr que mi nombre aparezca en muchas esquinas, y más o menos visible”. No. Depende de tantos elementos y factores. Vuelvo al viejo librico de nomenclatura urbana y extraigo un ejemplo.

Se llamó subsecuentemente ‘Aranzazú’ (allí le puso el acento el habla tapatía y allí se lo dejó), Desinterés, Despego, Plantas, Ciprés, Sencillez y Exactitud. Todos esos nombres tuvo el paso secular antes de llevar el nombre que hoy tiene en honor de ¿un héroe? ¿Capitalizador de oportunidades que tú y yo habríamos aprovechado de igual manera?

         Sucede que corriendo el fallido 19 –nos falló el intento de despegue nacional, una y otra vez–, en un momento se desamortizaron bienes eclesiásticos. Se intentó hacerlos productivos, y tal vez la teoría no haya sido mala para refundar un país desfundado por guerras, asonadas e invasiones. Los desamortizadores –¡oh, miseria humana!– aprovecharon la coyuntura (nada raro en nuestra cuyunturalidad estacionaria) y algunos se hicieron de bienes raíces y terrenicos con lo conventual. Otros, más prácticos, se fueron sobre lo más canjeable de inmediato. La balaustrada de la capilla de Aránzazu, tenía un peso de varias toneladas de plata –culto religioso y como dices tú: “ca’quien con sus creencias”– que ornamentaban el templecillo. Alguien con ímpetu desamortizador, vendió esa plata a un diplomático de conocido país en este continente tan americano; buen negocio. Tan bueno que la calle se llama ¡Miguel Blanco! Tan bonitos nombres aquellos de “Desinterés, Despego, Exactitud o Sencillez”; virtudes todas que poseía el prócer homenajeado con placas de referencia urbana. ¿No es cierto?

En 1915 se intentó dar nomenclatura numérica a las calles de Guadalajara. Una nomenclatura que sólo funciona en las páginas del directorio de teléfonos. ¿Por qué? Por lo mismo: misteriosa es la nomenclatura urbana. ¿Alguna vez te has puesto a pensar por qué se llaman como se llaman las calles? Yo tampoco.

Comparte si te ha gustado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.