Saltar al contenido

Record-atorio

Y Luego…

Por Alvargonzález; 20 de julio de 1996

A mis padres, con frecuencia los descubro leyendo el periódico –éste, ¿cuál más?– y dirás tú que eso no tiene nada de llamativo. Nada, a no ser que el periódico –éste, ¿cuál más?– tiene un departamento, segmento, fracción, paginado o qué sé yo, muy específico: el de las llamadas esquelas.

En no pocas ocasiones los he oído decir el uno al otro: “mira quién…”, que precede a una conversación enmar­cada por un “¿te acuerdas…?”; conversa de duración variable y proporcional a la vinculación que hubiera podido exis­tir con el nombre enmarcado en la es­quela en turno. ¿Ya viste las que aparecen en la edición de hoy? ¿Ningu­na vinculada con tus recuerdos o histo­rieta personal?

Hace algunos años, fugazmente convergimos en un curso londinense un médico italiano y yo. En algún mo­mento de la plática surgió el tema de Guicciardini, y le expresé mis ganas de leer el libro que ese autor escribió, pero leerlo en su idioma original. A pocos días de haber partido hacia su casa en el Puerto de La Spezia, recibí por co­rreo un ejemplar de “Il Ricordi”, obra magistral de arquitectura política. ¿Nunca lo has leído? De quien ni duda cabe que sí lo leyó y se inspiró en él, fue Nicolás, el del “Príncipe”, y cuyo apellido circula maquiavélicamente por los pasillos de todos los palacios, desde municipales hasta presidenciales. Sí, indudablemente Maquiavelo se inspiró en su mentor Guicciardini, sólo que a este último le faltó marquetín. ¿Tará bien dicho así? Respaldo publicitario y renacentista por su obra “Recuerdos”, y que no es otra cosa que eso: recuento postrero de su participación en la ingeniería palaciega.

¿Que si leo mucho? Mucho menos de lo que quisiera, y hay géneros literarios que no me atrapan. Leo muy pocas novelas y el por qué, en otra ocasión te lo cuento. Fue el nombre de una específica lo que me llevó a adentrarme en sus páginas: “El Médico de Córdoba”, pues siendo mi padre médico, me había contado de él, y caminando por Cór­doba en un rinconete de la ciudad, di de frente e inesperadamente con una esta­tua que le representa meditante y ensi­mismado: Avicena. Siglos de la ocupación mora en España y en esa Córdoba morisca, convivían judíos, católicos y musulmanes, y allí Avicena se hace médico. En un pasaje novelesco, el niño musulmán acompaña a su tío carnicero y observa que el corazón de los animales sacrificados deja de latir, y ese hecho se vincula con la muerte. Nada raro que durante siglos se vincu­lara el músculo con la capacidad pen­sante, y más si se tiene en cuenta que las religiones, y a partir de la interpretación de sus textos sagrados, prohibía asomarse al interior del cuerpo humano para avistar sus secretos funcionales. Avicena, en la clandestinidad, comenzó a realizar autopsias y a advertir que los recuerdos no son cosa cordial sino cerebral. ¿Cordial?

Las palabras, vuelta con lo mismo, reflejan en ocasiones teorías inválidas, y son muestra de que cuesta tanto trabajo crear palabras que las viejas siguen funcionando a pesar de la falta de fundamento. Es el cardiaco caso de los recuerdos que no se almacenan en esa formidable bomba sanguínea –nueve toneladas al día en un ser adulto normal–, sino entre la bóveda craneal. ‘Kardia’ le llamaban los griegos; ‘cordia’ los latinos, con esa misma sonoridad “cor”, del recor-dar.

¿Te acuerdas lo que decíamos al principio sobre las esquelas? Son o tratan de ser eso: trozos de papel impreso disparadores de recuerdos, o intento póstumo de ser recordado. ¿Por qué una de las aspiraciones humanas, más o menos manifiesta o velada es precisamente esa? Quedar en la memoria, de los otros, al final, y parafraseando a Machado. ¡Y lo que somos capaces de hacer para lograrlo! Tienes el caso de las macrofortunas que inevitablemente se convierten en herencia: “para que me recuerden las generaciones futuras…”. Eso es: mecanismos de instalación en el recuerdo –cordial– de los que siguen después de uno.

La historia de la que respetuosamente llamo Enciclopedia del Absurdo, es tan absurda como el contenido del mamotreto: quesque esos cerveceros irlandeses andaban de cacería –creo que matando unos pajarracos que se llaman Grouses–, y alguno de ellos preguntó que cuál sería el ave que volara a mayor velocidad. De ese hecho fortuito en la familia Guinness, el libro de récords a cuyas páginas y de cientomil formas, muchos tratan de entrar para eso: para convertirse en quesque ‘recordo’ o recuerdo memorable. Te digo: el ser humano se las ingenia para que su nombre quede de una forma o de otra en la memoria más o menos colectiva, para tratar de incrustarse en la Historia. A propósito, y por si te interesa, ya han sido suprimidas fórmulas como tragarse más espagueti en un día o arrancarse a mordidas los ojos, que resultaban demasiado grotescas para recibir la aceptación en esa absurda enciclopedia; absurda y todo, es la biblia del récord… que a mí no me interesa. ¿A ti?

Estamos en tiempos de eso, y no sólo me refiero a la fiesta del sudor y del marquetín muscular en Atlanta. No. Me refiero al tratar de sobresalir individual y colectivamente por la ruta del récord. ¿No has oído pregonar a las estaciones de radio que llegan desde la mesa central, que están ubicadas en la ciudad más grande del mundo? Absurdidad terrible, y tan absurdo como fue durante siglos pensar que tú yo pensamos con el corazón. Cardiaca teoría que prevalece aún envuelta en esa palabra a veces tan punzocortante: recuerdos…

Comparte si te ha gustado

3 comentarios en «Record-atorio»

  1. Lo que le entra a la cabeza
    de la cabeza se va.
    Lo que le entra al corazón
    en el corazón se queda y no se va más.
    Atahualpa Yupanqui.
    (El plexo cardiaco enciende al cerebro para que funcione, por medio de emociones de interés)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.