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Despaldas

Y Luego…

Por Alvargonzález; 22 de marzo de 1997

No niego que hoy me convertiré deliberadamente en ¡traidor!, y por el asunto que he elegido para conversar contigo: la tradición. La razón de fondo radica en el hecho insospechado de que ambas palabras –traición y tradición–, que si las pronuncias te sonarán muy semejantes, provienen del mismo latinajo troncal: ‘traditio’, ‘traditionis’.

La semejanza no es tan descabellada, pues mirándolo bien, ambos asuntos tienen algo de espalderos, pues los traidores atacan por o dan la espalda, y los tradicionantes tratan de mostrar lo que ha quedado atrás en el camino re­corrido por la colectividad. Pero hay algo más: los que hablan de las tradi­ciones –insisto en llamarles tradicio­nantes o tradicioneros–, nunca son o somos objetivos, pues en ello hay una carga pasional o emotiva que procede del hecho de haber vivido aquello o ha­berlo deseado vivir. Como quiera que sea, eso les convierte tal vez en traido­res, como lo que pretendo ser hoy al contarte de una era multi centenaria fa­llecida hace muy poco, tradición, que vista desde mis ojos présbitas adquiere un encanto quizá desproporcionado. ¿Me permites tradicionarte brevemen­te? Con el pretexto de que trabajaba haciendo tele, acompañado por mi hija Regina hice los difíciles tramites que me permitieron subir al campanario de Catedral. Te estoy hablando de algo que ocurrió el año pasado, cuando afortunadamente se nos permitió as­cender el ciento de escalones apiñona­dos que conducen a las campanas. ¿Has oído la voz ronca de la campana mayor, que insiste en competir con el ruidajal urbano? Eran las doce, y el jo­ven campanero convocó a un Ángelus que ya nadie reza o nadie sabe que existió como ritual colectivo del mediodía. Ton… ton… y…. Pero lo que me maravilló advertir junto a tan formida­ble campanón, fue una matraca arrum­bada e inútil. ¿Desde cuándo? Con toda in-exactitud te aseguro que en los cin­cuentas, frontera con los sesentas, aquella matraca empezó a gozar de sus Afores; su jubilación perpetua, y sin mucho júbilo, después de cientomás años de uso.

¿Matraca? Sí, traca, traca y traca, esa su función y por ello el nombre onomatopéyico remedante del ruido que producía. Imagina el remedo de la hélice de un barco fluvial, un rehilete de madera, que en sus aspas le fueron fijados unos aldabones o mazos de hie­rro. Al girarla, un ruido sordo, traca, traca y traca, nada alegre o solemne como el de las vociferantes campanas. ¿Su función? Cuaresmeña y ritual.

La Cuaresma, acompasada siempre al calendario lunar, todos los años y como fruto del mestizaje entre judaísmo y cristianismo, en torno a una Pascua –‘pésaj’, “tránsito”, en hebreo– que hace alusión a la salida del pueblo de Israel, de Egipto, o al tránsito de la resurrección de Cristo.

Mal chiste, te advierto, y no quiero ofender tus creencias si ahora te lo cuento. Lo leí en letra minúscula en el baño de una universidad britóna a donde acudí más por necesidad fisiológica que intelectual: “se suspenden las vacaciones, ¡apareció el cuerpo!”. Irreverente, pues sin Resurrección no tendría sentido la Pascua cristiana, asumida y adoptada de una tradición judía. De la quesque Santa Semana, la de Pascua sigue, y lo de “quesque” viene precisamente de ese novedoso mestizaje que ha desprovisto de todo sentido la santidad semanal para convertirla en vacacional. ¿Ya sabías que eso de “vacacionar” es sinónimo de “vaciar”, y también por latinas razones de que los dos términos provienen de ‘vacar’? Que vaciado tiempo vivimos. ¿Tiempos de la matraca? No, y nunca más volverán. ¿Le seguimos con eso de las tradiciones perdidas? ¿Te tradiciono?

La matraca catedralicia tenía por función respetar el silencio cuaresmeño. El júbilo bronceado o broncíneo de las campanas era sustituido por el sordo llamado de las tablas y los aldabones. Sordo ruido que convocaba a los oficios divinos. Malobien, la cuaresma era tiempo de reflexión, que bienomal se asumía colectivamente. ¿Tiempo de reflexión? Sinónimo de ensimismamiento, o de asomarse uno pa’dentro, y mucho más allá del bikini o de la ropa interior. Compás de preguntas tan insustanciales como “¿qué fregados es la vida, que invariablemente concluye con la muerte?”, y cosas por el estilo y destilantes de más in-quietudes (ya sabes que toda respuesta conduce a una nueva pregunta, por lo que mejor es no comenzar a preguntarse uno mismo sobre el sentido de la existencia).

El silencio, insisto, ¿dónde quedó el silencio? Prescindiendo del sentido pascual que pueda tener el tiempo que corre –y ajustado al calendario lunar y no solar, por lo que cambian de mes las semanasantas–, y prescindiendo de lo que vayan a ser tus vacaciones, creo que hace falta recuperar el silencio de una tradición perdida. Quiero imaginar aquella ciudad silenciosa, en la que la conjugación de tablas y aldabones matracantes eran capaces de convocar a una ciudadanía que vestida de luto reverente esperaba la jubilosa pascua de resurrección. El “viaje” entre el Domingo de Ramos y el Sábado de Gloria –el tránsito temporal–, era de una solemnidad formidable, entre aterradora e incitante. La voz de las campanas catedralicias y de las torres de una ciudad templaria, sólo volverían al abrirse la gloria en la misa de gallo del sábado. ¿Y la quema de Judas? Ella empezaba envuelta en el repique de campanarios, como significando el triste destino de los traidores. Judas, el Iscariote, el del beso traicionante disfrazado de afecto, quemado con ruiderío cohetero junto al templo que servía de eje gravitacional al barrio. ¿Barrios? ¿Se podrá volver a “implementar” (como dicen pa todo tus comentaristas) el sentido afectivo del barrio citadino? ¿Te conté que ando comprando casa en Lomas del Drenajal, moderna colonia pa’l rumbo de Agua Prieta? Dije colonia que no barrio, idea primigenia traicionada por la modernidá

Por la calle Catalán y 20 de Noviembre, estaba el ‘Kasbah’, antecesor cincuental de los modernos tabledances, o de su versión para gordas denominado “tablón-danzón”, y por el grosor de la ‘table’ o tabla. “Por motivo de la Semana Mayor, el Kasbah cierra sus puertas”; en los cines, aquellos cinotes hechos por mandato jolivudesco, pura película con asuntos bíblicos. ¿Te acuerdas del hijo de Hur o de Ben Hur? El juevesanto cerraban. Los radios en las casas no se prendían; silencio, pésame, dolor, esperanza, reflexión. Una buena dosis de eso, y el muy respetable pretexto servía para eso: ¡Re-Flexión! Echarse uno a esa actividad tan inútil como ¡edificante del propio ser!: Pensar.

Siempre los tradicionantes salen con lo mismo del “todo tiempo pasado…”. Falso. Lo que tal vez sea cierto, es que todo presente construido sin memoria lleva a ¡las vacaciones! De que somos un país muy bien vaciado, lo somos. Vacante, y mucho. ¿De qué? De reflexión colectiva, fabricada de la personal, sobre un hipotético proyecto de inmortalidad o resurrección nacional. ¿Crees en la resurrección? Ca’quien. Hazte unas buenas vacaciones que no te vacíen la cartera ni el seso. En eso va la Semana Mayor. ¿Mayor de qué? Ahí vamos tradicionando las tradiciones y a ver hasta dónde llegamos construyendo el futuro de espaldas a la tradición.

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2 comentarios en «Despaldas»

  1. Miguel Michel Ruíz Velasco

    Siempre con el toque ácido,humor negro o ve tú asaber qué color..pero finos sólidos y respetuosos comentarios del gran vallero solitario…

  2. Oscar Aceves Hernández

    La historia está plagada de traiciones, por lo general el autor material, no es el autor intelectual, por eso es muy común el soborno y uso de mercenarios; simplemente analicemos nuestra revolución y sus frutos hasta en la actualidad.

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