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El Remington (IV)

Por Alvargonzález

De la ‘academia’ a la actividad práctica

Las palabras, ¡ay las palabras! Ellas difícilmente se equivocan pero en contraste, tú y yo frecuentemente nos equivocamos al usarlas o al olvidar su contenido relacional. Pareciera que nos salimos del asunto que nos ocupa si mencionamos la función que tuvieron dentro de la trabazón urbana, social y arquitectónicamente hablando, los llamados ‘Portales’, en este caso de Guadalajara. ¿Puertas? Tal cual, pues a través de ellos o de ellas, se accedía al conocimiento humano-urbano. Era preciso ir allí para conocer o ser conocido en la pequeña ciudad; para ver y ser visto. Los Portales, ahora tan remendados y tan olvidados en su función primaria, en el mero centro y centro ellos mismos de la congregación humana. Congregantes, eso es, o facilitadores de ese impulso gregario que lleva al animal humano a reunirse con otros.

Bajo esa soportante arquería de cantera ‘portalera’, no era raro ver al Remington. ¿Haciendo qué? Eso; viendo y dejándose ver, que bien sabía llamaba la atención con su forma de vestir, con su tejana, sus pistolas y botas de montar, y con esa fama que se iba labrando que poco, muy poco le disgustaba de macho bragado; gente de a caballo, con los añadidos que ello conllevaba: “…soy hombre que no tengo miedo, no tengo miedo mi vida a perder… y si la entrego, la entrego ‘peliando’, así se trata por una mujer, soy amigo de aquel que es sincero, no me gusta a nadie insultar…, yo soy charro de a caballo y no charrito de a pie, de chiquito me tumbaron pero yo las amansé y por eso lindas hembras cuídense de mí porque ya estoy grandecito y voy a amansarlas así. Dios no me va a castigar si me porto con ellas así, pero si les damos chance nos quieren tener de aquí… Me gustan las lindas mujeres, pero me gustan nomás ‘pa’ vacilar… Yo soy charro de a caballo y no charrito de a pie…” Eso entre otras muchas cosas cantaba a tono de credo ‘charril’ el mero Charro Avitia. El Remington si no se sabía la letra de tan hermoso y macho himno, la tonada bien la chiflaba y practicaba.

Una buena tarde y recargado en algún pilastrón de los portales, quizá allí cerca del cajón de Concha la Dulcera -en los portales, los tales cajones eran tienditas de las cosas más variadas-, vio que pasaban un par de muchachas acompañadas por un joven. Deben haber sido bellas y tanto que el charro comenzó a piropearlas. ¿Qué les diría? Lo suficiente para que una de ellas le gritara un sonoro “¡majadero!” y lo necesario para que el acompañante, Genaro de nombre, diera la vuelta y encarara al charro convertido en inspector de rostros y cuerpos frente a la Plaza de Armas. Apenas se puso frente al ‘floriador’ ahora convertido en injuriador retante -“¿no te pareció muchachito?”-, éste sacó una de sus pistolas, y no bien lo había hecho cuando el joven le plantó tremendo golpe que hizo que el Remington cayera y el pistolón fuera a dar al pavimento. “Mire, le dijo luego de tomar el arma en su mano, bien le podría dar ahora con su propia pistolita, pero no me mancho con cualquiera”. Dicho eso la aventó y comenzó a caminar para reunirse con sus amigas. En ese momento, el charro humillado tomó el arma y por la espalda lo mató instantáneamente. ¡Aquello de hacerle quedar en ridículo en el mero aparador urbano, en Los Portales, no iba a quedar así!

Seguro la justicia tomó el caso en sus manos, pero como en ciertas circunstancias es más ciega que en otras, no tuvo a bien localizar al buen charro que de nuevo recurrió a la discreción durante algún tiempo y Los Portales llamados de Abasolo y de Guerrero, allí entre Pedro Moreno y 16 de Septiembre, tuvieron que esperarle algunas semanas -no muchas-, para verle reaparecer con toda su admirable capacidad de actuar de acuerdo al papel que había elegido desempeñar en la vida: de pendenciero, jugador, macho y con el atuendo adecuado. ¿Artero? La fortuna suele acompañar a los aprovechados. Ni modo.

Continuará…

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1 comentario en «El Remington (IV)»

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