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El Remington (VI)

Por Alvargonzález

Dos entremeses

La ciudad de gran fiesta, y el motivo no es poco: el ‘presidenturno’ está de visita. No hay que olvidar que la liturgia revolucionaria pre y post-institucional estableció el carácter casi sagrado del supremo mandante nacional y dentro de ese paisaje hay que instalar el marco para encuadrar la visita de Carranza como presidente. Buen trabajo le había costado pasar de Primer Jefe Constitucionalista a lo otro: Presidente. ¡De visita en Guadalajara! Dichosos los ojos…

Las fotografías del suceso muestran los arcos triunfales que se pusieron, obra de eméritos artistas locales faltaba más, para que bajo ellos pasara. Llegó en domingo y para facilitar la asistencia multitudinaria a su arribo; no había pretexto laboral. Llegó en el llamado Tren Blanco, el mismo que había dejado en Veracruz a Porfirio Díaz para luego transbordar hacia el exilio, y el mismo tren que sería el del infortunio carrancista y luego de dar vuelta la rueda de la fortuna revolucionaria, en Aljibes. ¡El presidente de visita en Guadalajara! Claro que no venía solo sino con ese séquito numeroso de militares, empleados de buen nivel y pegostes infaltables hábiles para subirse al enorme tren revolucionario. Primer acto y de rigor: besamanos en Palacio y después de recorrido aclamador ciudadano por la calle de San Francisco; segundo acto: banquete en el Hotel Imperial donde se hospedaría el máximo Ejecutivo, y al que asistiría sólo un pequeño grupo de afortunados.

El restorán del Hotel Francés, allí junto a Palacio, era insuficiente para dar cabida a la clientela local y a la de forasteros llegados del más allá nacional. Uniformes, insignias, botas relucientes de los miembros del séquito republicano; la orquesta tocando a todo pulmón, ruido de platos y vasos chocantes, murmullo de conversaciones y estrépito de carcajadas. Todo felicidad en tono constitucionalista.

Allí el Remington ataviado ‘ad hoc’ y ‘ad hic’ con algunos amigos y acompañado por dos artistas -Carmen y Lilia- integrantes de una compañía que se presentaba en el Degollado. En una mesa al lado unos militares que andando las copas empezaron a burlarse del atuendo del charrito y para colmo, a tratar de ligar con las actrices. El Remington empezó a remolinearse en la silla y a acariciar a sus mejores amigas: las pistolas, visto lo cual uno de los amigos le sugirió que mejor se salieran con todo y las amigas. “¡‘Pérate’ pues…! -replicó a la sugerencia-, lo que pasa es que eres muy diplomático pero ya ‘mestán’ hartando estos militarcitos”. Los uniformados, con ese sentido de superioridad que da el kepí, empezaron a tirar bolitas de migajón hacia la mesa contigua lo cual aumentó el tono del enfado de los locales. Uno de ellos, tal cual con diplomacia, se levantó y les pidió ya no estuvieran molestando, a lo cual supuestamente asintieron los del séquito presidencial. Luego de intervenir como moderador, el mismo pidió la cuenta, y de ‘manu militari’ una bolita de migajón voló hasta la mesa de los que ya se iban, acompañada por una sugerencia: “¡ahí les va eso pa’ que ajusten!” y el proyectil dio en la cara de una de las muchachas.

De un brinco el Remington se subió a la silla y al grito de ¡estos no entienden con palabras! empezó a disparar sin mucha intención de pegarles, pues los uniformes con todo y sus portadores salieron corriendo al ver la decisión del charrito. La música cesó, ruido de platos rotos al caer de las charolas en las que los llevaban los meseros que ahora trataban de ponerse a salvo. Cuando las respectivas autoridades se presentaron ya las actrices y sus acompañantes se encontraban en otro lugar.

Las palabras tienen sonoridad y encantamiento según el oído receptor. Pero las palabras son como los minerales: en la mayoría de los casos se presentan asociados. Así el término ‘fiestas de pueblo’ puede resonar muy distinto para el feligrés creyente del ‘santopatrono’, y tener otra repercusión en el gallero profesional por su vinculación con el seco término ‘palenque’. Así una plática cantinera en tono de “ya falta poco pa’ las fiestas de Ocotlán”, nada raro que derivara hacia la vertiente del arte de amarrar gallos y soltarlos porque como dicen los enterados en éstas artimañas de combates plumeros “en el amarrar y soltar se juega mucho de las apuestas”. Misterios del azar y de sus innumerables jugadores creyentes.

Las fiestas patronales del pueblo, mezcla de religiosidad y muchas otras cosas. Texto y pretexto. Muchos van y el vino también llega y fluye; instalación momentánea de cantinas y cantineras. Hijos ausentes y presentes también juerguistas y ‘jueguistas’ que no pueden dejar pasar la oportunidad.

Plática fluida y aligerada por botellas. Todo iba bien aquella ‘tardenoche’ hasta que un miembro del clan -gallero y tahúr o apostador-, trató de intervenir en la plática altisonante que sostenía el Remington pero al acercarse y dar un paso en falso la pistola que traía fajada se le iba a caer y al intentar detenerla ya estaba encañonado por el charro. “¡No tires, que no la iba a sacar sino que ‘semi’ba’ a caer, mira!” Imploraba el amenazado al tiempo que levantaba las manos para mostrar su inocencia mientras su arma caía al suelo. Durante laaargos minutos el Remington lo tuvo en esa postura al grito de “¡‘Táteahi’!” antes de ordenarle que se largara sin que juntara aquella herramienta de trabajo indispensable para tahúres y galleros. La plática se reanudó para disfrutar por anticipado la feria de Ocotlán, amarrando y soltando con la imaginación.

Continuará…

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1 comentario en «El Remington (VI)»

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