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El Remington (VIII)

Por Alvargonzález

Guadalajara tan plural y singular

Año del 27, mal año. Largo cuento -historia- el de la llamada ‘Guerra Cristera’, que como todas las revoluciones en un país especializado en ello (en revoluciones de toda calaña y tamaño) desde el siglo 19, no puede ser vista en negro y blanco o a rajatabla. Ahora y para el caso valga decir simplemente que jalisciense y alteño, lo cual equivale a decir ‘católico’, ni él ni tampoco sus hermanos se involucraron en el conflicto. Que eran creyentes, pero no tanto… lo cual no impedía que el charro no trajera consigo alguna medalla o escapulario a la usanza protectora de la época.

¿Citadino o ranchero? Dependiendo del momento. Igual se le veía en aquella ‘Academia de Billares’ que en la más postinera ‘Fama Italiana’ departiendo con atildados tapatíos; mas tampoco era raro encontrarlo al otro lado del río, hacia el viento de San Juan de Dios en cantinas a las que asistían individuos que se ganaban el pan -y el mezcal-, con manos callosas y fuerza muscular en cuerpos sudados. De pronto era el bondadoso ‘disparador’ de copas a parroquianos tan sedientos como escasos de monedas, como el mediador en disputas cantineras subidas de tono por el juego y el alcohol y ayudado por sus pistolas. Diversión quizá encontrara allí, pero el dinero en Guadalajara siempre ha habido más hacia la ribera occidental del río o de la Calzada.

Y el dinero más a mano y alcanzable con menor esfuerzo estaba sobre la mesa discreta de casas como las que siempre ha habido, donde tras la fachada decente… decentemente se reunían a jugar los aspirantes a ganar una fortuna en el curso de la noche. ¡Los templos de la diosa Fortuna y sus adoradores nocturnos! Como toda hermandad, la de los jugadores, con sus claves y sigilo convocaban y convocan a la cofradía: “en la casa de Don Fulano, tal día a tales horas…” y hacia allá era preciso dirigirse ataviado pertinentemente. Las hermandades tienen sus normas, y nada raro ver llegar al Remington trajeado llamando a la puerta de la casa de una honorable familia. En una de tantas y en la misma puerta alguien le informó -el verbo correcto es ‘chismear’- que algunos de los asistentes decían que era un tramposo y que por eso ganaba. Sin decir mayor cosa, dio la media vuelta, salió y se alejó del lugar caminando. Al rato, cuando los chismosos informantes incluso ya habían olvidado el incidente, se oyó el ‘claqueteo’ de unos cascos por la calle y de pronto en el zaguán de la casona apareció ahora ya de charro sobre el caballo enjaezado y al grito de “¡ábranle o aquí les doy…!” entró hasta la sala habilitada como casino con mesas de póker, bacará y ruleta. La aparición precedida por gritos como “no vengo a ver si puedo…” del quizá no tan caballeresco personaje, suspendió el rito de adoración a la Fortuna y el silencio temeroso envolvió todo.

“¡A ver, los ‘jijosdesu’… que andan diciendo que yo soy un tramposo, que lo sostengan ahora mismo; que me lo digan en mi cara!”, e hizo que el caballo empezara a andar por entre las mesas y cuando estuvo junto a uno de los inculpados por el chisme, dándole una palmada en el hombro le pidió un favor: “cuando oigas que alguien habla mal del Remington no dejes de decírmelo para quitarle lo hablador”. Tiró de la rienda y salió de la casa y quizá, quién sabe porque el tirante del juego jala mucho, prosiguió la jugada sin uno de los invitados que para alivio de todos, se había marchado al trote.

El jugador serio no desperdicia su tiempo; nada de pasar largos ratos para dos o tres billetitos de poca monta. “Si ‘lentra’, ‘lentra’ en serio; ‘lentramos’ licenciado cuando usted quiera” y así fueron a dar a la casa de campo del politicastro que además era fabricante de tequila. Encerrona. Y para no atiriciarse nomás con la baraja, hasta muchachas llevaron para pasar allí unos buenos días, y al final, a la hora de las cuentas “espero que me des tiempo para conseguir el dinero ‘pos’ todo ese no lo tengo ahora”, y el mes que solicitaba quedó reducido a un plazo de ocho días por el ganador. “Buena comida, buena cama, y buenos cuernitos de tequila” le dijo a alguno de sus amigos el Remington al volver a aparecerse en la ciudad, sin dar más detalles. Pasó la semana y el deudor se hizo presente para solicitar prórroga bajo el pretexto de que no había podido vender el tequila para liquidar el adeudo. “Además, mira qué bien te traté; te atendí como lo mereces, a cuerpo de rey; debes darme un plazo mayor”. Nada; inflexible la respuesta: “necesito mi dinero ahora” y el asunto subió de tono: “pos hazle como quieras que al cabo no tienes ningún comprobante de que yo te debo…” Un portazo y la plática terminó.

Por la tarde, ya pardeando, a las puertas de la tahona tequilera del licenciado deudor, se detuvo una troca. Alguien respondió al llamado y luego de entreabrirse el portón, una orden: “¡ábrele, que vamos a pasar!”. Ante los decires de “no está el patrón” o “déjeme avisarle al mayordomo”, las exigencias cambiaron: “o le abres o te abro la panza a balazos” luego de lo cual el camión quedó frente a la bodega de barriles tequileros y ordenó a los mozos que comenzaran a cargarlos. Cuando ya casi estaba terminada la operación, aparecieron mozos armados a los que encaró el ahora transportista, con las pistolas en la mano, y al que los dirigía le entregó una nota: “se la das a tu patrón y le dices que es el comprobante de pago de lo que me debía. Me lo saludas…” y se fue y vendió el tequila en Guadalajara. “Pos hazle como quieras…” le había dicho el perdedor de aquella encerrona con la baraja, y así le hizo: Como quiso cobró la deuda.

Continuará…

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