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El Remington (XII)

Por Alvargonzález

Ancha es la mesa central (2)

Por un breve tiempo desapareció de la vista pública. Tal vez simplemente se encerró en la casa que él y su hermano habían alquilado en la calle de Las Artes, mientras las influencias se movían y aquel incidente del Regis se olvidaba o las influencias lo ‘enfriaban’ desde el punto de vista jurídico pos revolucionario y flexible. Así no mucho después y como si tal cosa, volvió a hacerse presente en la Asociación de Charros, en la Casa Jalisco, y a dedicarse a lo suyo: a enamorar muchachas -tenía una novia en el centro, otra en Santa María la Rivera y otra en Peralvillo- a cuidar sus caballos y a las mesas de juego. La novia de Peralvillo, allí en la calle de Bocanegra, por cierto era la más visitada dada la cercanía de la pensión donde cuidaban sus cabalgaduras.

No era raro verlo en las cantinas del centro de la ciudad acompañado invariablemente por su hermano, el Tata Rafael. No tomaba sino acaso un par de copas, pero departía amigablemente con la concurrencia y hacía que el mariachi le tocara música de su tierra. Una forma de pasar el tiempo ‘socializando’ diría algún sicólogo acerca de aquel personaje que por momentos era dicharachero y sangre liviana. Mas por momentos…

 “¿Y tú pa’ qué quieres esas dos pistolas?” se le ocurrió preguntarle a alguno animado por la tertulia cantinera y mariachera. “Pos pa’ esto…” y desenfundando, amartillándolas y poniéndolas en el pecho del preguntón, todo en un santiamén. Los amigos y el Tata le tranquilizaron y luego de volverlas a sus fundas, salieron de la cantina. Así reaccionaba de buenas a primeras; o de malas y de inmediato.

Ahora se habla de un trastorno llamado ‘bipolar’; denominación novedosa para viejo padecimiento hechura de malformaciones vitales; fruto de la crianza personal o la historieta particular menos que más armónica o bien configurada como dirían ‘hoyendía’ los ‘ciberhablantes’. ¿Cómo podría reaccionar alguien que desde su infancia había sido testigo y actor de hechos de violencia y sangrientos? ¿Alguien cuya infancia había sido modulada por la violencia y marcado por su mismo apodo?

Recuerdo cuando el tío Fer me contaba que a su casa, allí por López Cotilla, llegaba de visita el Remington y se ponía a ayudarle a su mamá a quitarle las hojas muertas a los geranios y las malvas que en el patio cultivaba la señora, mientras amable y cariñoso con su tía platicaba de asuntos intrascendentes. ¿Bipolar?

Cada vez con más frecuencia y durante su exilio capitalino, solía encolerizarse de pronto; de amable conversador se transformaba en iracundo personaje a quien debía tranquilizar su hermano, el único que podía tirar de las riendas de aquel macho impredecible.

Invitación: allá por el rumbo de Texcoco, un español que recientemente se había convertido en terrateniente convocaba a una manita de póker. Una ‘manita’ que se prolongó por tres breves días -en jugando en serio el trabajo es empezar-, y en la que la suerte favoreció al invitado Remington. El efectivo parece haber dejado su sitio a los activos del terrateniente; algunos caballos o vacas fueron obtenidos en la mesa por el hábil barajador y ‘ganadero’ o ganador de la ‘manita’. No era cosa de regresar a la ciudad arriando las ganancias. Ya habría forma de volver por las cabezas ganadas o de cobrar las sagradas deudas de la jugada por el experto cobrador, ducho en la materia.

Contrataron el Grande y él a un taxista para que les llevara rumbo a Texcoco. Les acompañaba un tal Flaco, paisano, y alguno otro con los que se encargarían de supervisar el embarque de las cabezas ganadas en la mesa de juego.

Tal vez el taxista les oyó conversar sobre el motivo del viaje por el que cobraría 20 fuertes pesos, pero cualquiera la razón decidió mejor no llevarles. Estacionó el auto, se bajó y el chofer fue a refugiarse en alguna pulquería de tantas en el centro. El “‘orita’ vengo” se prolongó y los pasajeros decidieron luego de buen rato ir a buscar al tal chofer, quien luego de localizado fue encarado pistola en mano por el Remington y quien pulque en mano palideció al verse localizado por sus abandonados clientes. Una vez que el Tata intervino y serenó las cosas, el taxista se comprometió a pasar por ellos al día siguiente de madrugada.

Para aprovechar la mañana, quedaron de verse en las caballerizas de Bocanegra con un par de militares, uno de ellos general y entonces gobernador de Durango, y ambos milites muy conocedores de caballos. Aquel general y gobernador tal vez fue el de la anécdota de que habiendo ido de viaje de bodas a Europa, y admirando la notable antigüedad de las ciudades fue recriminado por su esposa que le recordó cómo él mismo estaba ‘modernizando’ o arrasando con el Durango colonial. Tal vez…

Continuará…

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