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Gentes

Y Luego…

Por Alvargonzález; 3 de enero de 1998

Imagino que un torero, en el caso de ir como espectador a una corrida, su apreciación de las faenas difiere de la que puedan tener aquellos que gluteicamente se apoltronan en la plaza para ver el sangrerío; o –para seguir por la ruta de la hemoglobina–, el pun­to de vista de un cirujano presenciando una operación hecha por otras manos, difiere mucho del que pueda tener Alvargonzález ante la exposición de órganos internos. Soy, ya lo habrás advertido, total ignorante en muchísimas materias; y soy, también te lo he tratado de decir, un inveterado apren­diz de verbotraficante que ya va franco sobre sus 30 años en que comenzó a escribir pública y desvergonzada­mente en las páginas de este mismo diario. ¿Cómo he sobrevivido? Esa es harina de otro pastelón, pero ¡San Ca­ralampio nos ampare contra el rigor del calendario! Este año cumplo 24 de haber comenzado a sacar la lengua por antenas de diversas envergaduras. Tal cual.

El verbotráfico –compra, venta, cambio, recicle, recomposición embalsamamiento o maquillaje de verbos– comienza siendo pasatiempo y se con­vierte en vicio. A estas alturas de mi calendario personal, o bajuras, no me imagino haciendo otra cosa y parece que no me queda más remedio que seguir… y seguir oyendo radio y viendo tele, y leyendo diarios con mis propios ojos y con mis personales y bien adqui­ridos pre-juicios. Qué quieres, no pue­do sino plantarme ante el redondel de los medios con mi propia experiencia (que no es otra cosa que la suma infi­nita de mis errores), y con mi devoción pasional por el quehacer profesional.

Luego del principesco guajolotazo parisino, una madrugada me puse jun­to contigo (¿verdad que estabas allí?) a ver el ceremonial funerario de ‘Ladidí’. El hecho tenía un valor añadido y per­sonal, pues a la cortilarga distancia del televisor podría recorrer lugares que durante buenos y cortos años fueron significativos para mí y cuando la BBC me dio la oportunidad de hablarle al oído mundial desde Londres. Por ejem­plo, el hostal de esa BBC a donde llegué para aclimatarme a la claroscura Londres, estaba a diez minutos del palacete de Kensington que seguro cobijó las principescas batallas campales entre ‘Ladidí’ y su Principito más rosita que azul (¿se pintará los chapetones el calvillo Charles?). Pero ándate que los ‘enviados especiales’ a narrar el cortejo funerario casi me arrancan la glándula hepática. Aquello me parecía un torneo de imbecilidades, y tan así que acabé tomando papel y lápiz para anotar los sesudos decires emanados de los quesque nacionales canales. Unos con más años de trepaje en antenas que otros, pero ello no hacía distingo; igual me sonaba que el gran-señor-de-las-noticias dijera poéticamente al quedarse sin argumentos: “vamos a escuchar el silencio” (¡sopas!), o que la del otro canal con su voz tan nasal se soltara el tupé diciendo que los principitos iban disfrazados de soldaditos tras el armón. Para mí el evento acabó siendo eso: torneo de barrabasadas en el que participaban jóvenes, bellas, y viejos curtidos. Pero como dices tú: en un país con tantos taxis y tan poca sintaxis, pos nomás basta que uno se trepe a la antena para tener otra jerarquía. ¿Sintaxis? Quesque es el arte de ordenar las palabras para decir ¿la verdad?

Esa la cuestión: las emanaciones verbales desde las antenas no tienen control de calidad. Y mira –sí, mira a tu alrededor urbano y verás lo sobresaliente de las antenas–, ellas confieren una jerarquía hipotética, pues se supone que quien con la lengua o la imagen las escala para desparramarse, es un ser con otra dimensión superlativa. ¿Será? Dejando de lado lo que pueda ser la modulación anímica urbana o nacional sobre hechos de trascendencia real, te cuento –¿tienes tiempo?– un par de casos de modulación lingüística totalmente patéticos.

Don Salvador era cronista de la Monstrua, y como tal hacía apariciones repetitivas en la tele invitado por el autor del Cronicón nacional televisivo diario. Una noche, y muy atildado como era él, apareció (don Salvador fue literato) con un gran descubrimiento filológico y mucho, todo por aquello que ‘filología’ es amor a la lengua; Tenochtitlán –mira el acento–, según él, era Tenochtítlan (y marqué un acento que no es ortográfico sino prosódico); y que Teotihuacán –el de las pirámides que no son aztecas–, era ya Teotihuácan… No’mbre, pos ándate que’l conductor del programón noticioso senamoró de la idea y se puso a repetir la falsía y hacerla “verdad”.

Aquí, como diría mi amigo Chon Académico, hay dos cosas, y la primera es lingüística y la segunda… ¡Uf! Dentro de las normas de la hechura idiomática hay un precepto claro: nunca la tradición oral se equivoca colectivamente; o si se equivoca, lo que queda paradójicamente en claro es que ¡no es equivocación! ¿Quitamos acentos como ordenó el binomio literato-comentarista? Vamos, anda: Tehuacan, Mazatlan, Tepatitlan, Jalos-lo-mismo, Zapotlan, Matatlan, Petatlan, Soyatlan, Nochistlan, Pantitlan y… ¡Ayúdame a borrar acentos! Es lo deliciosamente delicado de los anteneros, poner y quitar acentos (claro que ya sabías que ‘stress’ en inglés, entre otras cosas es justamente eso: acento). Ese es el peligro político o enfermativo más que informativo de la superlatividad que tienen los que vuelan desde antenas: ellos manejan el stress ¿bien o mal? Colectivamente lo manejan (manejamos). ¿Control de calidad? El asunto es muy espinoso, y por aparecer allí ese sintáctico término: control. ¿Son los hábiles o los capaces los que trepan antenas? Te advierto, taxis y sintaxis suenan parecido pero tienen muy distinto origen.

Amaneciendo el año y el clic omnipresente me puso en primera fila de un caso de piratería: ¡nos han copiado lo de las fiestasdeoctubre! ¿Dónde? Los “comentaristas” se esforzaban en pronunciar correctamente “Pasadiiina” y a una velocidad de sepetecientas bruteces por minuto –“…espectáculo ecuestre con caballos…”– y sandeces por el estilo. Tal vez si se hubieran enterado que ese punto se llamó La Pasadera, y de allí cambió a Pasadena (es más fácil pronunciarlo así), pues era el paso de la Sierra Madre al Valle de Santa María de Los Ángeles de la Porciúncula… Pero te digo: esto de ser verbotraficante me impide aflojar el seso y disfrutar ¡las imbecilidades!

¿Has oído hablar de los singularesplurales? Lo junto porque son eso, o al revés: pluralesingulares. ¿Nariz o narices? Da lo mismo; ¿pantalón o pantalones? ¿Tijera o tijeras? En esos casos son singulares compuestos de dos elementos ¡Ojo! ¿Ojos? Lo mismo da.

Pero ándate que un maestro de la escuela que más periodistas ha provisto a tan verbotraficante profesión –y en la Mesa Central–, les inoculó a sus alumnos una teoría brutal: que al ser “gente” un singular colectivo, ya no se puede decir “gentes”. Y trepados en antenas o alineados columnariamente, sus dóciles alumnos proscribieron algo que no tiene más sentido que el aborregamiento lingüístico ante un supuesto maestro. ¡Sopas! Nomás para que percibas la influencia de los medios –¿verdad maestro Novador Salvo?–, en breve te cuento algo acerca de la absurda proscripción para decir ¡“gentes!”.

El sustantivo singular más estricto y plural de todos es “Mundo” ¿No vivimos tú y yo en un mismo mundo? Sí y no: sucede que hay primero, segundo y tercero ¡mundos! Por el contrario, cuando un presidente se arranca diciendo “Pueblo de México”, no sólo le está hablando a Tingüindín, sino a toda la caterva que hacemos eso: el Pueblo de México, y que consta de muchos pueblos y de alguna que otra monstrua, muy monstruosa. ¿Cuántos Méxicos es México?

Nunca le he entendido a don Octavio y al punto te paso un trozo de artículo aparecido en junio del 62 en revista madinusa que pagaba bien esos artículos: “…Bajo el alto cielo de México, en esa enorme plaza, apiñadas entre las masas gigantescas del Palacio Nacional, el Municipal y la Catedral (sic), miles de ‘gentes’ responden con un alarido de entusiasmo que evoca el grito azteca: ‘atl tlachinolli’, agua quemada…”. Aparte de si la ceremonia anual del Grito es un ¡ya se nos quemó el agua!, reclámale al Premio Nobel decir eso: “miles de gentes…”. Cita textual, y si no me crees, te mando copia (si me pagas el timbraje), pero ojalá tengas algo: don de gentes. Yo carezco de él. Te digo: somos tan singularplurales todos. Y son tan singulares los que pluralizan imbecilidades a través del hertzio…

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