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Hidalguía III

Y Luego…

Por Alvargonzález; 14 de septiembre de 1996

¿Dónde vas a pasar el Grito? ¿Alguna vez has estado en el Zócalo y escuchado el “original” que se acompasa también con el tañer de la original campana? ¡Vaya fervor, indudable! ¿Patrio o patriotero? Aquí tendríamos que recurrir a especialistas para que nos ayudaran a encontrar diferencias –si las hay– entre tan consonantes tér­minos, porque de lo que quisiera nos ocupáramos, es precisamente del lla­mado “Grito de Dolores” en su versión ¡original!

Primero vamos con la campana y su lenguaje ancestral ya olvidado. La que está instalada en el frente del Pala­cio Nacional, debe haber sido una de tantas de la torre parroquial de Dolo­res o del templo de Nuestra Señora de los Dolores; una con su voz peculiar –tal cual, voz– y dentro del lenguaje de bronce que durante siglos hablaron las campanas en la suavepatria.

Creo que viviendo en el centro hoy decadente de esta ciudad, me tocó per­cibir la última etapa de ese que fuera un complejo idioma campanil, pues bien se entendía cuál templo y por qué motivo convocaba a su feligresía: que si era misa o rosario, misa solemne o de difuntos. Así, durante siglos no hubo otra forma de convocar a la congregación popular sino con el repique especifico de campanas, y por ello la de Dolores es el primer elemento del llamado Grito, y ni por qué dudar que el agudo tiple de la que está ahora en Palacio haya sido la que de madrugada avisó al pueblo que algo ocurría; que el Cura los llamaba a reunión. En el ceremonial cívico posterior a don Porfirio –transportista de la campana–, ella re­suena al final y como cierre de actocívico, pero en lógica histórica su función fue inicial, convocante, insisto, a la reunión de alarma. Eso es, las campanas también decían “¡al arma, al arma!”, y todos las tomaban.

Ahora desde el balcón presidencial y con su propio ritual, el término “Gri­to” resulta la compactación de algo muy distinto: de una proclama. Un dis­curso lanzado a todo pulmón y con las dificultades de la oratoria de aquellos tiempos en que el micrófono no existía. ¡Imagínate el esfuerzo pulmonar que significaba arengar y proclamar una serie de ideas ante un atrio más o me­nos repleto! Nada raro que los de la te­lenovela hayan recurrido a la imagen de antorchas encendidas –se supone que aún no había amanecido– en torno a un párroco que tal vez estaba validando la idea de Pascal de que nada detiene a una idea cuando a ella le ha llegado su tiempo.

Dados los antecedentes y los preparativos, dada también la vena literaria del Padre Hidalgo, no tengo duda que los papeles que he visto conteniendo la proclama hayan sido originales, y que ese hecho que marcaría el rumbo de la suavepatria no fue una ceremonia tan breve como su réplica contemporánea. Aquello tomó su buen rato, pues se trataba de una justificación pública e inicial de parte de alguien lleno de paradojas y contradicciones (como todo ser humano) razonando el ‘casus belli’ o la justeza de la guerra. Incendiando, eso sí, con sus ideas a quienes esa madrugada le rodearon con antorchas para oírlo en el atrio parroquial. La imprenta –maravillosa herramienta de transmisión– hizo posible que la proclama se repitiera al paso de las huestes de Hidalgo, y que exista como documento literario.

¿Te has tomado la molestia de hacer tus reservaciones para dar correctamente el Grito? Tal vez sí, pero casi te aseguro que nunca lo has leído tratando de entenderlo como alarido en medio de su tiempo. Un tiempo muy singular en el que “La España” –así lo denomina el autor– está luchando por librarse de Napoleón. Esa es la parte introductoria en donde se califica a Napoleón como encarnación del mal, y se propone salvar la Monarquía Española. Estamos hablando de 1810, cuando Pepe Botella, el hermano del Corso, recibe del Emperador Francés las coronas que les había quitado a Carlos IV y a Fernando VII en sucesivas deposiciones. ¡España era un caos tratando de lograr su propia Independencia de La Francia! Por ello, en apego al Derecho, el canonista conocedor del Canon, que es Hidalgo, resuelve que la dependencia virreinal de España ha cesado, y en todo caso, ofrece una especie de asilo a Fernando VII. Por ello aquel episodio de la tal Fernandita, que resulta ser una mujer (su hija, según bien documentados estudios), puesto que se decía que quien viajaba en un carruaje privilegiado era el mismo Rey Femando VII, y resultaron ser la capitana Gabina y la misma hija del prócer, María Luisa. O sea que en principio el Grito es una proclama monárquica.

El texto del discurso oficial del comienzo de hostilidades México vs. España, es un documento de varias páginas. Pero con eso de que los mexicanos somos muy dados a la síntesis histórica, todo se resuelve con tres frases coronarias o culminantes. ¿Siquiera te has tomado la molestia de averiguar cuáles fueron textualmente? Si te encuentras alguna otra versión distinta a la que encontré en la Biblioteca del Museo Británico (mira dónde anda nuestra deshilvanada historieta), por favor dímela. En la versión que vi, la proclama concluye apoteósica: “Viva Fernando VII… Viva la Virgen de Guadalupe…”, y como remate final: “la hora es llegada de coger gachupines…”. Tal cual, y para enganchar a la multitud a la que se le había inculcado la sumisión a una monarquía tan absurda como absoluta. ¿Te acuerdas que es un viejo truco también de los monarcas el declararse en línea directa con las divinidades? Hidalgo no iba a detenerse en minucias para explicar que los tiempos habían llegado para pensar en otro tipo de gobiernos, como el que estaban ensayando los vecinos norteños y que rompía con las normas de época de un mundo eurocéntrico. Que si admiraba ya el modelo de las 13 colonias es tan real como el hecho de que cuando Hidalgo se vio perdido, inauguró una técnica nacional: si las cosas salen mal, nos vamos p’al norte. En el camino hacia la frontera fue aprehendido, pero eso es aparte.

Lo de la Guadalupana, y el estandarte ¡enorme! que toma en Atotonilco, es un recurso de fibra. Durante los tres siglos que duró la conquista-colonia, el emblema de las tierras novohispanas fue el que Cortés trajo consigo: La Virgen de los Remedios. ¡Y mira lo que son las guerras! Durante los 11 años que con sus altibajos duró La Revolución de Independencia –así le llaman los cronistas de aquella época–, los del bando realista enarbolaban a la de Los Remedios, y los insurgentes a la Guadalupana. En Aculco, batalla lamentable como todas, un insurgente vio como símbolo celeste que la de Los Remedios se cambiaba al lado de los libertarios. Visiones que de alguna forma ejemplifican la complejidad teológica de todo movimiento armado. La tez morena de la Guadalupana era indudablemente un símbolo de identidad del mestizaje inextricable que somos.

Lo de “coger gachupines” era la venganza contra la ineptitud administrativa de la Corona, la que a muy larga distancia trataba de someter unos territorios con un recurso simple e inefectivo: mandando a los amigos de palacio, que ni amor ni conocimiento tenían de estas tierras. No sé si leíste aquello de que España era mucho palacio y poca o nula administración; a diferencia de la pragmática Inglaterra, que después de una guerra de opereta decide que sus colonias se independicen: “aquí estarán las fábricas para sus materias primas”. Fue en Londres el acuerdo básico y primitivo de la prevalente hermandad USA y Reino Unido. España, como todo sistema centralista aun hoyendia, negaba que existiera talento fuera de Madrid y su corte. ¡Error! Pero el odio al gachupín convirtió una buena intención en caos que él mismo ¡con Hidalguía enorme! reconoce cuando espera lo inexorable en Chihuahua (escrito en el tono retórico que sin lugar a dudas debió tener su proclama inicial): “…erramos y hemos andando por caminos difíciles que nada nos han aprovechado (cita bíblica). Veo al Juez Supremo que ha escrito contra mí causas que me llenan de amargura… veo la destrucción de este suelo que he ocasionado; las ruinas de los caudales que se han perdido, la sangre que con tanta profusión se ha vertido…”.

¡Viva México! Con toda su historia vive.

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2 comentarios en «Hidalguía III»

  1. Saludos verbo-traficantes!
    Desde los años noventa, el Despertador del Valle fue mi compañía de camino al trabajo… Cómo disfrutaba su conversa!
    Qué gusto saber que El Vallero sigue entre nosotros a pesar de haber transitado a la Zona del Silencio tan aburrida antes de su llegada!
    Ánimo, Mártires del Hertzio!

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