Saltar al contenido

Hilvanes

Y Luego…

Por Alvargonzález; 28 de agosto de 1997

Como dices tú: “las cosas de que pa­san… ¡pasan!”. Y pasa cada cosa… Sucede que el domingo, al filo de las nueve de la noche, oí la voz de mi pa­dre llamándome: “¡ven, mira!”, y con eso que soy tan fuerte que soporto todo, menos las tentaciones, durante un bre­ve lapso la estuvimos viendo, con toda su brillantez contrastando móvil en medio de la noche estrellada. Allí, desplazándose la muy averiada “Paz”, y con casi certeza afirmo que era ella porque leyendo los diarios de la madrepatria me enteré de su tránsito por el vecindario continental.

Pasó. De norte a sur, y por favor no me exijas que te dé el gradiente exacto de su tránsito celeste, que a eso no me obliga mi salario mínimo compensado por el placer de escribir-te. Pasó la Mir –o Paz dicho en ruso–, y no pude menos que imaginar durante su fugaz contem­plación que en ella iban tres seres tan humanos como tú, o tan inhumanos como yo; tres seres expuestos a auro­ras y crepúsculos cada pocas horas, inorbitados en un cacharro tecnológico plagado de problemas y remendajes. La Mir, reflejando ampulosamente el sol, e internándose en la oscuridad nocturna chapalteca mucho antes de llegar al horizonte, y de seguro refor­zando la ovni latría de más de alguno. En ella tres seres ¿pensando en qué? ¿En cuestiones meramente técnicas? ¿Más remiendos y desperfectos? ¿En sus familias? ¿En ruso o en inglés? ¿En el espacio, o en la tierruca ésta que se debe ver muy distinta desde allá? “So­bre mí la noche estrellada; dentro de mí, la conciencia de ser…”, afirmación supuestamente kantiana, que un poco hace referencia a ese ser también su­puestamente ¡pensante! quesque somos todos. ¿Piensas? Sé que sí, y mucho mejor que yo, pero ¿a poco en reitera­das ocasiones no te intriga saber qué piensa en determinado momento otra persona? A mí, fugazmente me asaltó la idea viendo desplazarse al laboratorio espacial, el domingo y a poco de lle­gada la noche; y otros pensamientos también llegaron a mi mal pensante sesera.

Sucede que durante la tarde había estado platicando con el compadre Lalo Parra. Dentro del capítulo de Grandes Dudas Históricas, me preguntó si no sabía yo de qué se valían nuestros antecesores antes de que Mr. Galletti pusiera al alcance de la mano (y de otras partes) su valiosa contribución a la tranquilidad humana. ¡Oh, miseria…! Sí, se supone que Galletti fue el inventor de ese rollo tan imprescindible en la modernidad postmodernizada, pero eso ocurrió apenas el siglo pasado. ¿Y antes? Lalo siempre es sorprendente con sus metódicas dudas, y si la conversa acerca de ese y otros muchos misterios históricos se había desarrollado poco antes, al ver la Mir se me ocurrió pensar en las añoranzas de sus pasajeros. Tienes por ejemplo a uno de los rusos que acaba de poner pie a tierra, después de meses en el volantín ¿no añoraría su baño? Porque el animalito lleno de rutinas y costumbres que somos –¿tú no?–, tiene eso que llama “su baño”, al que ninguno otro se equipara ni suple. En donde siempre espera encontrar un buen papel. ¿Tú no?

Insisto en eso de ¡oh, miseria humana!, pues durante un buen rato en medio de la oscuridad eché el pensamiento a navegar con el rumbo de la Estación Espacial, y esa cuestión del tripaje de los astronautas logró inquietarme. Después, me puse a leer y a practicar mi otro hermoso vicio solitario: oír radio; pegarle la oreja al hertzio, pero como decía Justa, la costurera de mi abuela: “a veces las cosas se hilvanan bien y a veces se cosen mejor…”.

Sucede, y espero no arrancarte un trocito de inocencia, que los diarios de la encantadora provincia mexicana, tienen que recurrir a la Mesa Central para darle tuétano y más fibra a su cocido noticioso. No se requiere ser obviólogo con posgrado para percibir esa ¡obviedad! En la primera página dominical –¿leíste eso?–, un artículo escrito en el altiplano sobre el narco-lenguaje utilizado en el acarreo de la “caspa del chamuco” desde el sur productivo hasta el norte consumidor y acusador. Ahí va un avión cargado de… Aviones ahora de otros señores, pero de los mismos cielos abasteciendo un consumo que debe ser monumentalmente rentable. Aviones desafiantes de la oscuridad, que tienen un plan de vuelo enmarcado en lenguaje críptico e indescifrable. ¿Leíste el artículo? De que las cosas se hilvanan, se hilvanan, déjame insistir en ello.

Mi confeso vicio radial me ha dado vivencias que no vienen a cuento; me ha metido ideas –pensamientos– obsesivas. Tienes por ejemplo la necedad de creer en la llamada “hora exacta”. ¿Cuál? Pues la que transmite la W.W.B. desde las planicies de Colorado. Y peor te la cuento, la enfermiza idea de conocer tan singular emisora –que no transmite sino el tic-tac de un reloj atómico que pronuncia la hora exacta cada minuto sin interrupción, fue escala obligada en mayo pasado cuando se me ocurrió aproximarme al Klondike canadiense. Allí, en Fort Collins, los edificios del centro de estandarización del gobierno norteamericano, y adjunta la emisora con sus antenas. Ya me dirás qué loco estoy por preocuparme por eso de ¡la hora exacta! o el llamado UTC o tiempo universal coordinado. Acepto tu calificativo, pero ándate que el domingo, allí en la banda de los 31 mts., y en la proximidad de los diez mil kkz, montada en la frecuencia de Fort Collins ¡ellos!

Como la imaginación es una de las defectuosas virtudes de los locos, llamé a mi madre y luego de preguntarle si escuchaba algo, me dijo: “chiflidos y palabras sin sentido…”. Tratando de poner mi reloj a tiempo, quedé metido en algo sobrecogedor; estrujante si piensas lo que pensaba en esos momentos. Tal cual te cuento.

¿Te acuerdas de eso que decía de la Mir? De pronto, unos minutos después estaba escuchando a otros seres humanos que realizaban un vuelo incógnito guiado en forma insospechada. Un “hola” se repetía a diferentes intervalos y dudo que haya sido saludo afectuoso y reiterado; una palabra inteligible: “Panamá”, y una cifra: “18 mil patas”, que me hizo pensar en la altitud: ¿18 mil pies? Chiflidos o silbidos, llámales como quieras, pero eso eran y no interferencia en el hertzio o ‘jamming’, como diría el conocedor. Le di la nota del diario a mi madre y luego de leerla le pregunté si no encontraba consonancia en aquello del radio y entre el tic-tac de la W.W.B., los ruidos añadidos. “Pos sí”, fue su respuesta.

Una misma noche, la Mir con sus tripulantes pasando sobre el exangüe lago, nomás anocheciendo el domingo. ¿Existirá la vocación de astronauta? Y doña Radio permitiéndome oír algo que es parte también de la historia contemporánea: la moderna carrera hacia el Klondike, organizada por los carteles (así, sin acento) que se han apegado a un sistema filosófico que estipula que el único sentido de la vida es tener ¡mucho y pronto! ¿Riesgos? La vida es eso, y unos lo asumen en cápsulas espaciales y otros en la vendimia de cápsulas especiales.

¿Qué estaría pensando en esos momentos el piloto-silbador de aquel avión cargado de…? ¿Sólo ese término “ganancias” puede convertirse en un motor vocacional? ¿No estará un mucho falluca esa filosofía –que eso es y tiene autores que la diseñaron– que indica que sólo y todo lo que redunde en ganancias monetarias, le da sentido al riesgo de vivir? La carrera del oro, en todo su apogeo… Yo lo oí y luego de ver a esa desmadejada Mir. Como dices tú: “ca’quien sus pensamientos… Sí, sobre mí la noche estrellada… y dentro de mi extrañamiento y estreñimiento”.

Táte bien, y luego… te busco.

Comparte si te ha gustado

2 comentarios en «Hilvanes»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.